La monarca del Reino Unido, que enviudó el año pasado, soporta los conflictos de sus parientes. Su hijo Andrés fue acusado de agresión sexual y su nieto Harry le inició acciones legales por la manutención de su seguridad. Las infidelidades de su marido que ella justificaba: “Los hombres tienen ciertas necesidades y eso no significa que quieran menos a sus esposas”.
El 6 de febrero de 1952, la reina Isabel II del Reino Unido recibió dos noticias: la muerte de su padre, el rey Jorge VI, y la que la obligó a asumir que a partir de ese momento sería la nueva reina de los británicos, aunque la coronación sucedería el 2 de junio de 1953, en la antigua abadía de Westminster, en una fastuosa ceremonia a la que asistieron jefes de Estado y la monarquía europea. Hoy la reina, con más años en la historia de la monarquía inglesa, cumple 70 años de reinado.
Su esposo, el extinto Felipe de Edimburgo, fue el encargado de darle la noticia a su esposa mientras recorrían Kenia en una visita oficial. Se alojaban en el Treetops hotel, donde según la tradición oral, “se subió a un árbol siendo princesa y bajó siendo reina”. “Esto va a ser un shock”, le dijo Felipe a su prima hermana, Pamela Hicks. Al enterarse del fallecimiento, Isabel II se acercó a su personal y se disculpó. La dama de honor de “Lilibet” (como la nombraba su padre), Pamela Mountbatten, aseguró que la reina estaba “completamente tranquila”. La comitiva real debió regresar de inmediato al Reino Unido para encargarse los arreglos de los funerales. En sus memorias, Daughter Of Empire, Mountbatten escribió que la reina “Se mantuvo completamente tranquila y dijo, simplemente: ‘Lo siento mucho. Esto significa que todos tenemos que irnos a casa’”. Pragmática, la nueva reina habló acerca de los aspectos prácticos de su regreso a Inglaterra, pero pidió pasar una hora a solas en su habitación.
En Londres ya estaba todo preparado para recibir a la nueva monarca. Cuando el avión real aterrizó, le subieron a bordo un vestido negro para que bajara vestida de luto, donde la esperaba el primer ministro Winston Churchill. Jorge VI no estaba destinado a ser rey, su hermano mayor, Eduardo VIII, debía cumplir el rol para el que fue preparado desde su nacimiento. Pero el amor metió la cola y el hombre abdicó al trono para poder casarse con Wallis Simpson, desatando el primer gran escándalo real británico al que le sucederían muchos más. Ese evento monárquico convirtió inmediatamente a Isabel II en heredera al trono.
De apariencia circunspecta, totalmente opuesto al jovial Eduardo VIII, Jorge VI (conocido como el príncipe Alberto o Bertie antes de asumir la corona) también supo tener sus épocas de rebeldía. Recientemente apareció una carta escrita hace 103 años, que se subastará el próximo 10 de febrero, donde se revela cómo el tío y el padre de la reina Isabel fueron cómplices para que Jorge VI tuviera “la oportunidad de estar solo” con una mujer casada, en los años previos a casarse con la reina, la madre de Isabel II.
“Simon Luterbacher, asesor de libros y manuscritos de la empresa de subastas Forum Auctions, habló con el Times sobre la importancia de esta carta. “Existía cierta solidaridad entre hermanos a la hora de intentar que Alberto se quedara a solas con Lady Loughborough. Hubo confabulación por su parte, y resulta inusual que una carta profundice tanto en detalles así de personales. Claramente, los dos hermanos tenían un vínculo muy fuerte en aquella época, circunstancia que cambiaría años después con la abdicación”.
Durante estas siete décadas, Isabel II, de 95 años, fue testigo de grandes eventos de toda la humanidad, desde la posguerra hasta la pandemia de la covid-19, un largo camino en el que pudo adaptarse a los cambios que debía afrontar como monarca. “(Es) el reinado más largo en la historia británica, más incluso que el de la reina Victoria. Y la reina ha sido testigo de enormes cambios en su reinado, el fin del imperio británico, la entrada y salida del Reino Unido de la UE (Unión Europea). Como todo, la monarquía ha tenido sus vaivenes”, explicó a la agencia EFE, Robert Hazell, experto constitucional del University College London al resumir el reinado de la soberana.
En tanto tiempo hay un año, 1992, que quedará grabado en su memoria hasta su último aliento como el “annus horribilis”, como la reina se refiere a esa época: la separación de los príncipes de Gales y la muerte de Diana de Gales.
La boda por amor
Cuando se vieron por primera vez Isabel era una niña y Felipe un adolescente. No se prestaron atención. Pero la situación cambió en 1939, la situación: Felipe era un cadete la Armada Real Británica, alto, pintón, con una elegancia natural y una mirada melancólica que atraía. Isabel no era dueña de una belleza singular, pero tenía una fuerte personalidad. Con su hermana Margarita acompañaba a su padre a una visita a la Universidad Naval Real. Tal vez, el destino quiso que ese momento en la universidad hubiera un brote de sarampión. Para evitar el contagio, Jorge VI decidió que sus hijas se quedaran al aire libre, ordenando que algún cadete se quedara con ellas. Ese cadete era Felipe. Charlaron hasta que el joven propuso jugar un rato en la cancha de tenis. Los rumores palaciegos sugieren que en ese momento Isabel le habló despacito a su institutriz: “Míralo cómo salta”. Más que una observación, dicen, fue un comentario más cercano al de una enamorada.
Isabel, que transitaba esa edad un poco difusa entre una niña y una mujer: usaba medias blancas, moños en el pelo y el abrigo del mismo color que el de su hermana. Pero aquella niña-mujer tenía las hormonas exaltadas y deseos hacia el porte masculino de Felipe. La Segunda Guerra Mundial complicó las visitas. Durante ese tiempo la princesa y el marino se comunicaban con extensas cartas cada vez menos formales. Al rey Jorge VI no lo terminaba de convencer el pretendiente de una futura reina, con un historial poco atractivo para la realeza. Su madre salía y entraba de instituciones mentales por las constantes depresiones que la acosaban. Su padre saltaba de cama en cama y de amante en amante. La familia podía sobrevivir por la generosidad de sus familiares acomodados. La única a favor que tenía el joven era su poderoso tío Lord Mountbatten.
Marion Crawford, la institutriz de Isabel, contó que en esa época era la encargada de lavar y cambiarle los botones a las dos únicas y muy gastadas camisas del enamorado porque “al usar siempre el uniforme de la Marina, que se lo daban gratis, era penoso el descuido de su ropa de civil, que prácticamente no eran más que cinco piezas”, y agregó: “era muy lindo oír a la princesa por los pasillos del palacio cantando sin cesar la canción People Will Say We’re in Love (La gente dirá que estamos enamorados) del musical Oklahoma, pues sin duda era la mujer más feliz del mundo”.
Mientras el tío poderoso alentaba el romance, el rey actuaba con cautela. “Mi hija es demasiado joven. Si va a pasar, hay que dejar que sea de forma natural”, explicaba, dando a entender que sería la joven la que elegiría marido. A regañadientes, Jorge VI aceptó a su futuro yerno con tres condiciones. Felipe, que había nacido como príncipe de Grecia y Dinamarca en 1921, tuvo que dejar sus títulos para convertirse en ciudadano británico. Para compensar un poco la degradación, le otorgaron los títulos de duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenwich. Debía cambiar la religión ortodoxa por la anglicana y adoptar el apellido inglés de la familia de su madre, Mountbatten. Felipe quiso regalarle algo más a su futura esposa: fumador empedernido le prometió dejar el hábito antes de casarse. Cumplió la noche anterior a la boda.
El 20 de noviembre de 1947 Felipe se casaba con Isabel II. Como regalo nupcial, el novio le dio a su futura esposa un brazalete de diamantes diseñado por él mismo. La novia llevó un vestido hecho por 25 costureras y 10 bordadoras, el novio vistió su uniforme naval. Fue la primera boda real transmitida a todo el planeta, con más de 200 millones de personas de todos los continentes que escucharon la transmisión radial. Asistieron al casamiento cientos de invitados, pero Felipe estuvo un poco solo: Su padre había muerto en brazos de una amante; sus tres hermanas no fueron invitadas porque estaban casadas con alemanes sospechosos de simpatizar con el nazismo. Solo estaba su madre, que le entregó la pulsera a su hijo para que se la diera a la novia.
Un año después del casamiento, nació Carlos, primogénito y heredero del trono. Una vez nacido el niño, Felipe enfureció cuando se enteró de que llevaría el apellido Windsor y no el suyo, Mounbatten. “No soy más que una maldita ameba. Soy el único hombre en el país al que no se le permite darle su nombre a su hijo”. Años después nacerían Ana, Andrés y Eduardo.
Felipe estaba cansado de su rol de “adorno” y en 1956 emprendió un largo viaje solo. Los rumores no tardaron en llegar: ¿viajaba solo, pero no tan solo? Según las crónicas de aquella época tuvo amantes como Daphne du Maurier, con su amiga de la infancia Hélène Cordet, la madre de uno de sus ahijados, y Pat Kirkwood, una estrella de la música poseedora de una piernas que eran consideradas ” la octava maravilla del mundo”.
Los nombres de supuestas amantes siguieron saliendo a la luz. Se decía que estuvo con Zsa Zsa Gabor y hasta un idilio con Susan Barrantes, madre de Sarah Ferguson, que años después sería su nuera. También apareció en la lista la argentina Malena Nelson de Blaquier y la princesa Alexandra de Kent, que es nada más ni nada menos que la prima hermana de Isabel II.
Aunque nadie lo confirma ni desmiente, se dice que Isabel siempre supo de las infidelidades de su marido, pero que la reina argumentaba que “los hombres tienen ciertas necesidades y eso no significa que quieran menos a sus esposas”.
Durante sus 74 años de vida en común hubo de todo: turbulencias, infidelidades, amores y desamores, hijos maravillosos y otras veces no tanto. Alguna vez alguien le preguntó al rey consorte sobre el secreto de su extenso matrimonio. “La tolerancia es el ingrediente esencial. La reina tiene la cualidad de la tolerancia en abundancia”, respondió con ironía. Felipe de Edimburgo dejó este mundo el 9 de abril de 2021, a dos meses de cumplir 100 años. La reina lo despidió con una discreta ceremonia. Pero la muerte de su esposo no fue la única mala noticia que tuvo que enfrentar. Su hijo Andrés, duque de York, fue acusado de agresión sexual por la estadounidense Virginia Giuffe, quien asegura que abusó de ella a sus tenía 17 años. Ante este hecho, la reina se vio obligada a retirarle a su hijo los títulos militares honoríficos y el trato de “Alteza Real”. Además, la monarca enfrenta las consecuencias de la salida de la Casa Real de los duques de Sussex, Harry y Meghan, tras las acusaciones de racismo que la duquesa hizo en 2021 contra la familia real y la acción judicial iniciada por el duque en relación a su seguridad.
Lo cierto que hoy la reina Isabel II se convierte en la única monarca británica que llegó a cumplir 70 años en el trono. Un récord que se ve empañado por la ausencia de su marido, los conflictos familiares y una salud debilitada. La soberana estará en Sandringham, al este de Inglaterra, cuando en los festejos aparezca un doble recuerdo: la muerte de su padre, el rey Jorge VI y su coronación al trono con solo 25 años de edad.
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