Este es un artículo de opinión de Joseph Chamie, demógrafo consultor, ex director de la División de Población de las Naciones Unidas.
PORTLAND, ESTADOS UNIDOS – El envejecimiento de las poblaciones humanas es un futuro demográfico ineludible. Ese futuro evolutivo y universal es un desafío cada vez mayor para los gobiernos y el público que, en general, están mal preparados para ese destino seguro.
Mientras que el siglo XX marcó un récord de rápido crecimiento demográfico con una población mundial que casi se cuadruplicó, el siglo XXI se caracteriza por un envejecimiento poblacional sin precedentes, con consecuencias económicas, sociales y políticas que repercuten en todo el mundo.
Además de influir en el orden mundial, el envejecimiento afecta aspectos fundamentales de las sociedades humanas, como las actividades económicas, las inversiones, impuestos, presupuestos, fuerza laboral, política, defensa, educación, vivienda, estructura de hogares, transporte, recreación, jubilación, pensiones, discapacidades y cuidado de la salud.
El envejecimiento, con un ritmo mucho mayor que en el pasado, es básicamente el resultado de tasas de natalidad más bajas y mayor longevidad. Mientras que en el decenio de 1960, la tasa global de fecundidad y la esperanza de vida al nacer eran de 5 nacimientos por mujer y de 50 años, respectivamente, en la actualidad son de 2,4 nacimientos por mujer y de 73 años.
Debido a cambios fundamentales en la fertilidad y la mortalidad, la estructura por edades de la población mundial envejeció de forma significativa. En la década de los años 60, por ejemplo, la edad media de la población mundial era de 22 años y la proporción de personas de más de 65 años era de 5 %; en la actualidad, la edad promedio aumentó a 32 años y las personas mayores representan 10 % de la población mundial.
Además, la proporción de personas mayores de 80 años o más se triplicó desde 1960, pasando de aproximadamente 0,6 a 2 % y se espera que se duplique a 4 % para 2050. El aumento de la longevidad también resultó en un número significativamente mayor de centenarios. Se prevé que el número de centenarios se quintuplique en los próximos treinta años, pasando de unas 600.000 personas, en la actualidad, a 3,2 millones de personas a mediados de siglo.
Mientras que el siglo XX marcó un récord de rápido crecimiento demográfico con una población mundial que casi se cuadruplicó, el siglo XXI se caracteriza por un envejecimiento poblacional sin precedentes, con consecuencias económicas, sociales y políticas que repercuten en todo el mundo.
Actualmente, hay unas 750 millones de personas mayores de 65 años, y podrían duplicarse con creces en las próximas tres décadas, llegando a 1.500 millones de personas mayores en 2050. Como resultado, se prevé que la proporción de personas mayores aumente de 10 a 16 %; una de cada seis personas estará en el grupo de edad de 65 años o más.
A escala nacional, se espera que casi todos los países del G20, los que concentran más de 80 % del PIB mundial, 75 % del comercio mundial y 60 % de la población mundial, tengan al menos una cuarta parte de su población de 65 años o más para 2100. Y se espera que ocho de ellos, -Brasil, China, Francia, Alemania, Italia, Japón y la República de Corea- tengan un tercio o más de su población mayor de 65 años para fines de siglo.
Debido al aumento de personas jubiladas de edad avanzada, junto con la disminución relativa de los trabajadores que pagan impuestos y contribuyen a los sistemas de jubilación, muchos países se encuentran frente a decisiones difíciles. Los gobiernos tienen el desafío de las asignaciones presupuestarias, los niveles de impuestos, las prestaciones de jubilación y de servicios sociales y de salud.
Con el objetivo de evitar reformas presupuestarias controvertidas y aumentos de impuestos no populares, algunos gobiernos reducen los gastos y las prestaciones para las personas mayores transfiriéndoles a ellas y a sus familias mayores costos de atención y servicios de salud. En muchos casos, sin embargo, la mayoría de los hogares no pueden o se muestran reacios a asumir las demandantes responsabilidades y los considerables costos vinculados al cuidado de los miembros de la familia de edad avanzada.
La proporción de personas mayores que viven solas creció de manera constante en los últimos años. Además, las personas mayores de 65 años se encuentran en el grupo de edad que tiene más probabilidades de vivir solas. En los países de la OCDE, alrededor de 33 % de la población está en esa situación, con máximos de más 40 % en algunos estados, como Dinamarca, Estonia, Lituania y Suecia.
Al igual que la pandemia de influenza a principios del siglo XX, la actual de covid-19 redujo la esperanza de vida y provocó un aumento significativo del número de muertes, en especial ancianos y personas con problemas de salud.
Aunque es difícil decir con precisión cuándo terminará la actual pandemia, las proyecciones a escala internacional generalmente prevén que la mortalidad continúe disminuyendo en los próximos años, lo que aumentará la esperanza de vida en el siglo XXI.
El envejecimiento de la población, en especial en países con poder militar, posiblemente contribuya a los esfuerzos por asegurar la paz mundial. A medida que los gobiernos se enfrentan a un número y a una mayor proporción de ciudadanos de más de 65 años, las necesidades, preocupaciones y perspectivas de hombres y mujeres de edad avanzada pueden generar una reducción en los gastos militares y un aumento del gasto en prestaciones, asistencia y atención para las personas.
Dado el envejecimiento poblacional, los gobiernos deben adoptar políticas y crear programas para abordar las crecientes consecuencias de esta problemática. Al hacerlo, es importante señalar que la inmigración no es una solución al envejecimiento de la población.
La inmigración, ciertamente, puede aumentar el tamaño de la fuerza laboral, pues una proporción significativa de la fuerza laboral en muchos países son inmigrantes. Pero no es una solución al envejecimiento de la población porque estos también envejecen con el tiempo y terminan sumándose al número de jubilados.
Por el contrario, aumentar la edad de jubilación es una política eficaz para abordar el envejecimiento de la población. Elevar la edad de jubilación a 70 años aumentaría la población activa. Al mismo tiempo, una edad de jubilación más elevada también reduciría el número de quienes reciben pensiones a la vejez del gobierno.
También debería ampliarse el uso de robots, de inteligencia artificial y de tecnología avanzada para ayudar y proporcionar servicios, información y compañía a un número creciente de personas mayores. Tal expansión reduciría las demandas laborales y los costos de dicha asistencia. Además, sería más eficiente y eficaz para hacer frente a las condiciones de salud comunes de las personas de edad avanzada.
Asimismo, se necesitan programas públicos para educar y brindar información sobre la necesidad de formación permanente y de preparación para la jubilación, en especial para desarrollar un plan de ahorro a fin de satisfacer sus necesidades en la vejez. Dichos programas también deben promover un envejecimiento saludable y alentar a las personas mayores a mantenerse activas, estar en buena forma física y llevar una vida social.
En resumen, los gobiernos y el público deben reconocer, comprender y responder al envejecimiento poblacional en el siglo XXI: el ineludible futuro demográfico de todos los países del mundo.
Joseph Chamie es demógrafo consultor, ex director de la División de Población de las Naciones Unidas y autor de numerosas publicaciones sobre cuestiones de población, incluido su último libro, «Nacimientos, fallecimientos, migraciones y otros asuntos importantes sobre población».
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