La situación es mucho más grave de lo que se suponía. El fenómeno puede terminar de desprender el glaciar Thwaites, más conocido como “el apocalíptico”, que puede elevar el nivel de los mares en más de 60 centímetros.
La huella que se deja en la Antártida puede perdurar más tiempo que la vida de la persona que da ese paso. El hielo es capaz de guardar los mayores secretos por millones de años. Pero eso era una verdad científica hasta ahora. El cambio climático lo está modificando todo en esta tierra mítica. Voy dejando las huellas de mis botas en un hielo que se está derritiendo. Caminamos sobre trozos de témpano en la bahía López de Bertodano, en la isla Seymour/Marambio, rumbo al campamento donde se construye la Estación Científica Valverde. Allí comenzarán a estudiar las emanaciones de metano que desde el lecho marino se producen cada vez con mayor intensidad, y que contribuyen enormemente al efecto invernadero. Mi guía es el geólogo Rodolfo del Valle, de la Dirección Nacional del Antártico, un veterano de 35 años de trabajo antártico con más de 60 campañas en el Polo Sur. “Esto me provoca una tristeza enorme. Esta tierra está cambiando a un ritmo frenético. La Antártida que yo conocí está desapareciendo. Si lo tuviera que decir en términos no científicos, se está derritiendo”.
Este primer párrafo lo escribí hace 15 años para el diario Clarín cuando tuve el privilegio de recorrer durante más de un mes diferentes campamentos de científicos esparcidos por la península antártica. En aquel momento no faltaron las críticas. Decían que exageraba, que todo era parte de un proceso natural. El argumento de los negacionistas. Una década y media después vemos que la situación empeoró en forma extraordinaria. Los vientos más salvajes están alterando las corrientes. El mar está liberando dióxido de carbono. El hielo se derrite desde abajo.
Un informe especial publicado recientemente por el New York Times revela que ya se están modificando las corrientes del Mar Antártico. Este fenómeno tiene la potencia de acelerar el cambio climático y desprender los mayores glaciares del continente, incluido el Thwaites, más conocido como “el apocalíptico” porque si se derrite, como todo lo hace prever, podría hacer aumentar a nivel global el nivel de los océanos en 60 centímetros.
La característica dominante del océano, que se extiende por unos 3 kilómetros de profundidad y hasta 2.000 kilómetros de ancho, es la Corriente Circumpolar Antártica (CCA), la mayor corriente marítima del mundo. Es el motor del clima global y evita que el planeta se caliente aún más al extraer agua profunda de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, gran parte de la cual estuvo sumergida durante cientos de años, y arrastrarla hacia la superficie. Allí intercambia calor y dióxido de carbono con la atmósfera antes de ser enviada de nuevo en su eterno viaje de ida y vuelta.
Sin esta acción de la CCA, que los científicos denominan “afloramiento”, la temperatura promedio del planeta sería más alta de lo que es ahora como resultado de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases que atrapan el calor provocadas por el hombre. Es probable que sin su accionar ya se hubiera sobrepasado el umbral de los dos grados centígrados que nos pondrían ante una catástrofe ambiental con nivel de destrucción del planeta. “En el manejo del clima, desde ningún punto de vista hay un lugar más importante que el Océano Antártico”, afirmó Joellen Russell, oceanógrafa de la Universidad de Arizona en el informe del diario neoyorkino. “No hay nada parecido en el planeta Tierra”.
Durante siglos este océano fue un misterio. Sólo unos cuantos barcos balleneros y exploradores avezados se animaban a surcar unas aguas que en cualquier momento los podía encerrar en una capa de hielo hasta terminar con sus barcos y sus vidas. El capitán inglés, James Cook, había pasado tres años buscando la Terra Australis Incognita, como se la denominaba entonces, durante su segundo viaje entre 1772 y 1775. Pasó cerca del continente, pero nunca lo supo. Fue recién en 1820 cuando llegaron hasta la península antártica dos expediciones casi al mismo tiempo. La encargada por Rusia y encabezada por Fabian von Bellingshausen avistó la capa de hielo polar el 27 de enero de ese año. Tres días después, el capitán de la marina británica Edward Bransfield pudo observar la punta de la península. A partir de ahí se sucedieron las expediciones y comenzó la incipiente colonización. Los países más cercanos a la Antártida fueron los primeros en mantener bases estables. Hasta que en 1959 se firmó el Tratado Antártico que preserva ese continente y prohíbe cualquier otra actividad que no sea la investigación científica. Con la entrada al siglo XXI también se convirtió en el laboratorio donde se puede ver de primera mano la devastación provocada por el cambio climático.
A medida que el mundo se calienta, aseguran los científicos, los incesantes vientos que impulsan el afloramiento son cada vez más fuertes. Esto podría tener el efecto de liberar más dióxido de carbono a la atmósfera, trayendo a la superficie más agua profunda que ha mantenido este carbono encerrado durante siglos. Parte de esta agua ascendente, que ya está relativamente caliente, fluye por debajo de las plataformas de hielo de la costa antártica que ayudan a evitar que las vastas y gruesas capas de hielo del continente lleguen al mar más rápidamente. La Antártida que vi derritiéndose desde la superficie de los hielos, ahora produce el mismo fenómeno, pero desde abajo. “En efecto, la Antártida se está derritiendo desde el fondo”, confirmó Henri Drake, oceanógrafo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en la investigación sobre el fenómeno.
Otro informe publicado por la revista científica Live Science, confirma que el “afloramiento caliente” está desprendiendo enormes masas de hielo que terminan derritiéndose mientras se acercan a mares más templados. Entre ellos, el glaciar Thwaites, el apocalíptico, que tiene aproximadamente el tamaño de Gran Bretaña o de la provincia argentina de Córdoba (160 mil kilómetros cuadrados) y se extiende a una profundidad de 800 a 1.200 metros en su línea de conexión a tierra. El Thwaites ya perdió alrededor de 1.000 millones de toneladas de hielo desde 2000, el doble de lo que lo hacía hace 50 años. “Va a haber un cambio dramático en el frente del glaciar, probablemente en menos de una década. Tanto los estudios publicados como los inéditos apuntan en esa dirección”, dijo a la BBC el glaciólogo Ted Scambos de la Internacional Thwaites Glacier Collaboration.
Si Thwaites se desprende por completo y libera toda su agua en el océano, el nivel de los mares aumentaría en más de 60 centímetros, aseguró Scambos en la reunión anual de la Unión Geofísica Estadounidense. “Y podría llevar a un aumento aún mayor, hasta 3 metros, si arrastra a los glaciares circundantes con él”, agregó el glaciólogo.
Scambos se basa en las evidencias recogidas por un pequeño submarino amarillo sin tripulación llamado “Boaty McBoatface” que viajó por debajo del glaciar Thwaites. De esa manera se descubrió que está llegando al glaciar más agua cálida de las profundidades del océano, lo que está provocando fracturas profundas en la plataforma de hielo. De producirse el colapso del Thwaites y otras barreras de hielo de la península antártica alteraría las proporciones entre superficie terrestre y acuática en el planeta. Desaparecerán islas y zonas costeras en todo el globo.
Los icebergs se desprenden desde siempre de la estructura de hielo. Por cientos de miles de siglos, esto ocurrió y se recompuso automáticamente. Se mantenía el equilibrio en forma natural. No se sabe cuándo comenzó el fenómeno del desprendimiento sin regeneración, pero como en el resto del planeta se puede inferir que fue a partir de la Revolución Industrial y la acción del hombre lanzando gases de efecto invernadero a la atmósfera, además de contaminar los mares y cambiar el régimen de lluvias y sequías globalmente. La tragedia en la dimensión que la conocemos ahora comenzó el 28 de enero de 1995, cuando colapsó en apenas unas horas la barrera de Larsen A, de unos 1.600 kilómetros cuadrados y hasta 300 metros de espesor. Las barreras son plataformas de hielo que fluyen sobre el mar. La causa fue muy simple: había aumentado la temperatura en la superficie a niveles nunca vistos. En la base argentina Marambio, la más cercana al lugar, se registraron ese verano temperaturas bastante por encima de cero grado. Fue el verano más cálido hasta ese momento. El siguiente desastre sobrevino en el 2002. Entre el 31 de enero y el 17 de febrero se desintegró la barrera Larsen B. Colapsaron casi 800 kilómetros cuadrados de hielos de un promedio de 230 metros de espesor, de los cuales sólo unos 30 metros emergían del agua. Otra vez, se estaban batiendo los récords de calor. Pero esta vez se descubrió que no fue sólo el calor. También tuvo su efecto la lluvia. Hasta hace unos 30 años en la península antártica sólo nevaba. Pero ahora llueve casi todos los días y eso hace que los glaciares se derritan. “El día en que supimos lo de la barrera de Larsen casi me pongo a llorar. Los seres humanos tendríamos que recordar ese día. Es un hito en la era de la destrucción de nuestro planeta. Y casi nadie en el mundo tiene idea de lo que sucedió”, me contó en el viaje a la Antártida de 2006 Rudy del Valle mientras sorteábamos los últimos trozos de témpanos que habían sido traídos hasta la costa por un viento de 50 nudos (unos 90 kilómetros por hora).
La Antártida se está derritiendo a una velocidad mayor de la calculada por los científicos con los conversé hace 15 años en varias bases de diferentes países, desde la argentina Jubany hasta la chilena Frei, desde la china (cada vez más grande y expandida) hasta la rusa y la uruguaya Artigas. Las nuevas evidencias recogidas por el submarino amarillo superaron todas las predicciones. La Antártida se está derritiendo a la velocidad de los vientos salvajes y anárquicos que la azotan.
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