Este es un artículo de opinión de Andrés Barbosa, investigador científico en ecología, evolución y conservación del español Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).
MADRID – La presencia de materiales fabricados con plásticos forma parte nuestra vida cotidiana. Prácticamente no podemos mirar hacia ningún lado sin encontrar algún objeto fabricado con estos materiales.
Los plásticos definen una amplia gama de compuestos (por ejemplo, polietileno, poliéster, polipropileno). La mayoría están fabricados a partir de hidrocarburos que reúnen tres características fundamentales: alta resistencia y durabilidad, bajo coste y versatilidad.
Nadie pone en duda la utilidad de estos materiales y ni la facilitación que ha supuesto en diferentes ámbitos de nuestra vida, desde la medicina, el transporte o la conservación de materiales hasta el desarrollo de casi cualquier aparato tecnológico.
Esa importancia queda patente en el dato que muestra la magnitud del significado de los plásticos en la economía mundial: en el año 2018 el comercio del plástico en cualquiera de sus formas supuso un trillón de dólares, lo que equivale a un 5 % del comercio de mercancías.
Uso excesivo del plástico
Sin embargo, el plástico, o más precisamente los residuos plásticos, constituyen hoy uno de los primero problemas medioambientales a los que nos enfrentamos. El uso de materiales de plástico se ha extendido hasta niveles insospechados. Su uso principal es el de los envases y hemos llegado a utilizarlos para envolver una sola pieza de fruta.
Por otra parte, el consumo masivo hace que su presencia llegue a niveles realmente desorbitantes. En el año 2019 la producción de plásticos alcanzó la cifra de 368 millones de toneladas. Además, el sumatorio de la producción a lo largo de la historia desde su aparición hacia 1930 se estima en 8300 millones de toneladas.
Una gran parte de esa basura plástica, aproximadamente 80 %, se acumula en la naturaleza. Es la denominada “basuraleza” y termina llegando al medio marino. De hecho, se estima que entre cuatro y 12 millones toneladas de plástico entraron en el mar en 2010 de las que 80 % procedían de tierra.
Un material inmortal
Uno de los grandes problemas del plástico es precisamente una de sus características, su alta resistencia. Prácticamente ningún tipo de plástico es biodegradable y la única forma de destrucción es a través de la incineración. Por eso, su permanencia en el medio es muy alta: una botella podría tardar más de 400 años en desaparecer.
Mientras, la degradación de los materiales plásticos va generando trozos cada vez más pequeños hasta llegar a los denominados microplásticos que tienen menos de 5 mm de longitud.
Los efectos de la permanencia de los residuos plásticos en el mar son muy patentes en las aves marinas. Estos les pueden causar graves daños y provocar su muerte al ingerir los trozos de plástico de mayor tamaño.
El peligro de la llegada de microplásticos al mar
Los microplásticos son ingeridos por las aves marinas en mayor proporción que otros residuos plásticos de mayor tamaño, ya que pueden ingerirse inadvertidamente a través de las presas de las que se alimentan.
Esto los hace muy susceptibles de estar presentes en un mayor número de especies y llegar a lugares más remotos. Uno de estos lugares es la Antártida y el océano que rodea al continente.
En la actualidad, no existen todavía buenas estimaciones sobre la presencia de microplásticos en el océano sur. Sin embargo, se han encontrado concentraciones de hasta 99 000 partículas por kilómetro cuadrado. La mayor parte de las mismas tienen como origen la basura plástica, fibras procedentes de ropa y restos de productos de cuidado personal como cremas.
Los microplásticos han llegado a los pingüinos de la Antártida
Uno de los grupos de especies más representativos de la Antártida son los pingüinos. Constituyen 80 % de la biomasa de vertebrados en el océano austral y se definen como auténticos centinelas de la salud del ecosistema antártico.
Recientemente, grupos de investigación del Museo Nacional de Ciencias Naturales, la Universidad de Coimbra y el British Antarctic Survey hemos llevado a cabo un estudio para determinar la presencia de estos microplásticos en las tres especies de pingüinos antárticos: pingüino barbijo, pingüino papua y pingüino de Adelia.
Todos se distribuyen en la península Antártica y de ellos se han obtenido datos de 10 poblaciones entre 2006 y 2016 a través del muestreo en las heces.
Los resultados mostraron una presencia de microplásticos de hasta el 29 % de las muestras, que fueron identificadas como polietileno en 80 % de los casos y poliéster en el 10 %. Otras fibras identificadas pertenecieron a restos de celulosa.
Por el momento, se desconocen los efectos directos de estos residuos sobre la biología de los pingüinos. Pero muy posiblemente contribuyan a los niveles de contaminantes orgánicos detectados en estas aves y que pueden tener consecuencias fisiológicas como disruptores endocrinos.
En definitiva, estos resultados han mostrado una amplia presencia de microplásticos en un área geográfica muy amplia y desde hace al menos 15 años en las aves más conspicuas de la Antártida como son los pingüinos. Todo señala al grave problema de la contaminación por plásticos a nivel global que alcanza las zonas más remotas del planeta.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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