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ROMA – El año que termina demostró la fragilidad de los sistemas alimentarios cuando se enfrentan a perturbaciones repentinas como las observadas durante la pandemia de covid-19, que ha determinado un crecimiento del hambre en el mundo. Actualmente, de acuerdo con estudios recientes, más de 811 millones de personas padecen hambre.

Tres mil millones de personas no pueden permitirse dietas saludables, mientras otros 1000 millones pasarían a engrosar las filas de quienes padecerían esta dificultad si la crisis redujera sus ingresos en un tercio, señaló el informe del Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación (Sofa) 2021, publicado en noviembre por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Según actuales proyecciones, el costo de los alimentos podría sufrir un incremento que afectaría a 845 millones de personas en caso se siguiera produciendo una alteración en las rutas de transporte de los productos alimentarios, como se viene verificando desde el inicio de esta pandemia hace ya casi dos años.

Estas perturbaciones afectarían tendencias a largo plazo en el sistema de alimentación, en el estado de bienestar de las personas, sus activos, sus medios de vida, seguridad y además en la difícil capacidad de soportar perturbaciones futuras a partir de fenómenos meteorológicos extremos, así como el recrudecimiento de enfermedades y plagas en las plantas y animales.

El autor, Mario Lubetkin. Foto: FAO
El autor, Mario Lubetkin. Foto: FAO

Si bien previo a la pandemia ya se registraban dificultades para alcanzar los compromisos de la comunidad internacional y lograr así los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el año 2030, en especial la eliminación del hambre y la pobreza, los efectos de la covid, sumados al cambio climático, los conflictos armados y la subida de los precios de los alimentos, pueden seguir agravando estas dificultades.

Los sistemas agroalimentarios globales, relacionados con la compleja producción de productos agrícolas alimentarios y no alimentarios, así como su almacenamiento, elaboración, transporte, distribución y consumo producen anualmente 11 000 millones de toneladas de alimentos y dan empleo a miles de millones de personas, ya sea en forma directa o indirecta.

El reciente informe de la FAO analizó la situación específica en más de 100 países y si bien se ha confirmado la tendencia que los países de bajos ingresos afrontan dificultades mayores, los países de ingresos medios y altos no están excluidos de estas fragilidades.

Tal es el caso de países de ingreso medio como Brasil, donde 60 % del valor de sus exportaciones proviene de un solo socio comercial, lo que hace que sus opciones disminuyan si su principal contraparte se ve perturbado por las injerencias generadas por la covid-19.

Lo mismo puede suceder en países con altos ingresos como Canadá o Australia en el caso de que quedaran expuestos a las variantes del transporte debido a las largas distancias necesarias para cubrir la distribución de los alimentos.

Según recientes estudios de expertos, la reducción de conexiones esenciales en la red de distribución haría que el tiempo de transporte local aumente en 20 % o más, acrecentando así los costos y los precios de los alimentos para los consumidores.

La resiliencia en los sistemas agroalimentarios por parte de los gobiernos debería ser una de las principales estrategias para responder a los desafíos actuales y futuros, procurando diversificar las fuentes de insumos, de producción, de mercados, de cadena de suministros y actores, apoyando la creación de pequeñas y medianas empresas, cooperativas, consorcios y otras agrupaciones para mantener la diversidad en las cadenas de valor agroalimentarias.

Además, se debería mejorar la capacidad de resiliencia de los hogares vulnerables para asegurar un mundo sin hambre, a través del acceso a activos, a fuentes diversificadas de ingresos y programas de protección social en casos de crisis.

En la actualidad, las granjas familiares representan 90 % de todas las explotaciones agropecuarias del mundo, por lo que la FAO ha establecido una plataforma técnica para la agricultura familiar, con el objetivo de fomentar la innovación y el intercambio de información entre las regiones.

Para el director general de la FAO, QU Dongyu, cuando se comparten recursos y conocimientos “se acelera la innovación” y si bien “esta plataforma nos permitirá pensar a lo grande, también facilitará la adopción de medidas concretas”, permitiendo a su vez la conservación de la biodiversidad, y representando así el primer paso hacia la transformación rural.

La relación entre la alimentación agrícola y el cambio climático es otra componente destacada de las perturbaciones que han continuado a verificarse en el 2021.

El aumento de las temperaturas y el creciente impacto de los efectos atmosféricos radicales están afectando exponencialmente la agricultura, determinando un aumento en los precios de las materias primas como registran las recientes tendencias, y consecuentemente agravando las condiciones de hambre y malnutrición.

Si esta tendencia se mantiene, para 2050 la producción agroalimentaria se reduciría alrededor de 10 %, en momentos en que se registraría un fuerte aumento de la población mundial.

También aquí existen oportunidades para revertir las tendencias relacionadas con la agricultura, alimentación y ambiente, pero para que esto ocurra deberían generarse fuertes aumentos de inversiones en este sector.

Desde la agricultura de precisión a los sistemas de alerta temprana, desde el mejoramiento de la utilización de los residuos alimentarios para convertirlos en energía limpia a una utilización más eficiente del agua, son algunos ejemplos de prácticas que ya se llevan a cabo en diferentes países y que brindan la esperanza de caminos posibles para alcanzar soluciones que permitan revertir las presentes tendencias negativas en lugar de solo detenernos a señalar nuevas dificultades sobre el futuro agroalimenticio al culminar el año.

IPS


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