Además de llevar flores y arreglar las tumbas, las familias comparten la comida junto a quienes fallecieron. La uchucuta es uno de los platos típicos.
«Cuando alguien muere su cuerpo nos deja a los vivos. Y somos nosotros, los vivos, los que nos encargamos de que el espíritu no se sienta olvidado”, dice Mariana Guachamín, mientras coloca platos, frutas y bebidas sobre la tumba de su hermano.
La imagen se repite entre los más de 300 nichos del cementerio de Calderón, en Quito, donde el día de los difuntos (2 de noviembre) guarda una tradición ancestral que se realiza desde hace más de 500 años en las comunidades indígenas de la parroquia Oyacoto.
Jazmín Guamaní relata que para ir al cementerio – el día de difuntos– es necesario usar la vestimenta típica de la parroquia y se cocina la colada morada con guaguas de pan, «pero no como las que conocemos actualmente, sino con pan de Otavalo (Imbabura)».
También preparan la tradicional Uchucuta, «una comida que se hace con harina, tipo colada, papas, alverjas, col o lechuga», dice la joven.
El compartir con los muertos la comida o llevarles música, desde la cosmovisión indígena, significa que la muerte no es el fin, sino una continuidad espiritual. A esto se suman los tipos de alimentos que se consumen, explica Ana Tipantuña, quien visitó a su esposo, fallecido hace siete años.
«Los abuelitos nos explicaban que para tener buenas cosechas hay que ofrecer alimentos a los muertos», dice la mujer.
Este 2021 es el primer año, desde que inició la pandemia por Covid-19 (en marzo de 2020), que es posible visitar el cementerio; sin embargo, quienes conservan la tradición de comer junto a sus muertos indican que si bien no fueron hasta las tumbas sí hicieron el ritual en cada comunidad.
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