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Mar. Nov 5th, 2024
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Las máquinas de Wear & Go siguen funcionando, pero quizá no por mucho tiempo. Esta fábrica confecciona vaqueros y chándales para Kosovo y es subcontratista de grandes marcas italianas de prêt-à-porter. Esta pyme familiar de Gjakovë, en el oeste de Kosovo, se enfrenta actualmente a un problema que pone en peligro su futuro: la escasez de mano de obra.

“Empleamos a unas treinta personas. Muchas tienen más de 50 años, y los jóvenes se han ido todos en los últimos cinco años”, explica Fatlind Bokshi, jefe de producción e hijo de uno de los dos propietarios.

La empresa ofrece salarios demasiado bajos para interesar a los trabajadores locales: desde 150 euros para los principiantes hasta un máximo de 500 euros. “Aquí ya no encuentras mano de obra”, prosigue el joven. “Algunos de nuestros competidores traen trabajadores de Bangladesh en virtud de un acuerdo laboral firmado por el Gobierno, pero no se quedan. Por mucho que les quites el pasaporte, la mayoría se marcha rápidamente a probar suerte en Occidente”.

Como muchas otras empresas de sectores en tensión, Wear & Go ha acabado contratando a trabajadores gitanos, casi totalmente excluidos del mercado laboral. En el taller del primer piso trabajan unos quince al ritmo ensordecedor de la tallava, una asombrosa fusión de electro y ritmos tradicionales orientales. ¿Se quedarán en Kosovo después del 1 de enero, ahora que el país se beneficia de la tan esperada liberalización de los visados Schengen?

Este pequeño país era el último de los Balcanes en estar sometido a este régimen, una disposición considerada “discriminatoria” y que, por tanto, desaparece, haciendo temer un nuevo éxodo. Según las encuestas publicadas en los últimos meses, hasta un 30% de los kosovares querría aprovechar la ocasión para probar suerte en Europa Occidental.

Arian Lumezi, del Instituto Musine Kokalari de Política Social de Pristina, relativiza la situación: “Muchos dicen que quieren irse, pero también es una forma de expresar su descontento con la situación actual de Kosovo”.

Por su parte, Fatmir Curri, asesor especial de la oficina del primer ministro de Kosovo, responsable de la candente cuestión de la liberalización de visados, dice estar tranquilo. “Hemos realizado campañas de información para explicar lo que está en juego: nuestros ciudadanos podrán ahora viajar libremente por el espacio Schengen, pero sin permanecer más de 90 días consecutivos, y sin poder trabajar o estudiar allí. Hemos dejado claro que a quien infrinja estas normas se le prohibirá la entrada durante cinco años”.

La liberalización de los visados es, por supuesto, el gran tema que satura todos los debates en Kosovo, así como las redes sociales. A menudo con sentido del humor, como en este meme de un joven que se pregunta cuándo marcharse: “Hoy, mañana, dentro de un mes, dentro de dos meses… ¿Cuándo?” En realidad, un éxodo a primeros de enero no es seguramente el escenario más probable.

Arben Lezi creó la aplicación de reservas Albalines, que engloba todas las empresas de autocares de Kosovo. En los ordenadores de su oficina, situada en una zona del centro de la ciudad aún en construcción, este treintañero consulta las estadísticas de reservas. “Vemos un interés renovado, pero no un aumento marcado para principios de enero. Los precios del viaje a Alemania también se mantienen estables, entre 30 y 35 euros”. El trimestre de los destinos más populares permanece invariable: Alemania en primer lugar, por supuesto, seguida de Bélgica, Suiza e Italia.

“Esperábamos muchas más solicitudes”, admite Arben Lezi, que trata de explicarlo: “La gente desconfía. No quieren correr el riesgo de ser rechazados, así que esperan a que vuelvan los que se fueron primero…”.

Con dominio del inglés, este joven empresario confiesa finalmente que él mismo nunca ha salido de Kosovo: “Intenté una vez conseguir un visado, pero las colas y el proceso, caro y complicado, me desanimaron”.

En el Instituto Musine Kokalari, Arian Lumezi prevé que “la situación no se aclarará hasta dentro de varios meses”. Tampoco espera un éxodo como el que puso en carretera a casi 100.000 kosovares entre noviembre de 2014 y febrero de 2015.

Se estrenaron en rutas y redes de contrabandistas que cientos de miles de sirios utilizarían unos meses después durante la “crisis migratoria”, en particular los pasos de Serbia a Hungría. El éxodo afectó a familias enteras y entre el 7 y 8% de la población total del país, un fenómeno inédito en tiempos de paz en el continente europeo.

Ahora los empresarios están preocupados. Sobre todo en el sector de la construcción. Aunque Kosovo pierde población, el sector goza de una espléndida salud, sólo empañada por la escasez de mano de obra. Para Kenan Shamolli, la crisis empezó en 2017, “cuando se fueron los mejores trabajadores”.

Este fornido cuarentón dirige Stina-DK, una empresa que emplea a unas cien personas. Para cumplir sus numerosos contratos, el jefe ha ideado varias estrategias: recurrir a trabajadores de más edad, que “menos tentados a marcharse”, y contratar a trabajadores extranjeros vecinos, de Albania y Turquía.

También se ha aumentado el salario. “Aquí, los trabajadores cualificados ganan entre 800 y 1.200 euros, y un ingeniero puede llegar a 1.500 euros.” El salario más bajo sería de 700 euros al mes, por 54 horas semanales, seis días a la semana.

Tras la liberalización de los visados, Kenan Shamolli se prepara para “seis meses de caos”. “Muchos probarán suerte en Alemania, pero muchos volverán rápidamente: fíjese en los que se han ido en los últimos años. Con el coste de la vida, se dieron cuenta de que, aun apretándose el cinturón, no podían ahorrar más de 300 euros al mes, todo ello mientras vivían lejos de sus familias y mucho peor que aquí… La expatriación tiene sentido para un ingeniero o un médico, pero cada vez menos para los trabajadores manuales”.

Sin embargo, el empresario comprende la fuerza que empuja a los kosovares a abandonar su país. “Es la necesidad de seguridad lo que está en juego”, afirma. “Yo mismo soy millonario, pero sigo sintiéndome inseguro. Tengo miedo de lo que pueda pasarme si caigo enfermo, si se quema mi casa…”.

La perspectiva de un nuevo éxodo provocado por la liberalización de los visados podría llevar a los empresarios de Kosovo a hacer importantes concesiones, según Jusuf Azemi, presidente del Sindicato del Sector Privado de Kosovo (SPSPK).

Este veterano de las luchas sociales recibe a los visitantes en una recóndita oficina facilitada por el ayuntamiento de la capital, Pristina, en el sótano de un antiguo centro comercial yugoslavo abandonado desde hace un cuarto de siglo. El sindicalismo no es muy popular en Kosovo, sobre todo desde la imposición de un modelo ultraliberal por las misiones internacionales de paz tras el conflicto de 1999.

El SPSPK lleva la cuenta del número de empleados que abandonan Kosovo, y observa que la tendencia se ha acelerado desde el final de la pandemia: 41.000 salidas en 2021, 68.000 en 2022 y, sin duda, más de 80.000 en 2023. Según Jusuf Azemi, “el 80% de los empleados están dispuestos a marcharse”, señalando las promesas incumplidas del gobierno de Albin Kurti, cuyo programa social había hecho soñar a muchos en 2021.

“Todavía no hay convenios colectivos ni justicia laboral”, insiste el veterano sindicalista, recordando una cifra demoledora: la tasa de mortalidad laboral es de ocho por cada 100.000 en Kosovo, que cuadruplica la media de la UE. Por supuesto”, añade, “los accidentados, discapacitados o que padecen una enfermedad relacionada con el trabajo no tienen derecho a nada”.

Lulzim, de 45 años, enfermero psiquiátrico en Pristina, está dispuesto a abandonar el país. Pero no tiene prisa. “Voy a aprovechar la liberalización de visados para ir a Alemania en enero. Las clínicas de allí están interesadas en mi CV, pero quiero negociar las condiciones. Luego volveré a Kosovo y volveré a salir con un contrato y un visado de trabajo”. Para él las cuentas están claras: con más de veinte años de antigüedad, gana 700 euros al mes en Kosovo, mientras que en Alemania, donde hay escasez de sanitarios, espera ganar más de 3.000. Con un poco de suerte, su familia podrá reunirse pronto con él gracias a la reagrupación familiar.

Muchos kosovares se muestran igualmente cautos, sobre todo porque Alemania ha flexibilizado en los últimos meses las condiciones de contratación de trabajadores no europeos para “ocupaciones deficitarias”. Unos cuantos jóvenes se reúnen en un café de la çarshija, el antiguo bazar otomano de Gjakovë, frente a la sede local de Vetëvendosje, el partido soberanista de izquierdas del primer ministro Albin Kurti, del que dicen ser afines. Drilon ya vive en Múnich, donde trabaja en un hotel como camarero. Su mujer, Zana, que trabaja en turismo en Kosovo, va a reunirse con él para intentar conseguir un empleo en el aeropuerto de la capital bávara. En cualquier caso, pretende aprovechar su primer viaje sin visado a Alemania para negociar el contrato que le permita obtener el permiso de residencia.

¿Será masivo el éxodo entre las minorías de Kosovo? Para los aproximadamente 120.000 serbios, la situación sigue siendo incierta. Muchos de ellos sólo tienen pasaportes serbios expedidos por el Centro de Coordinación de Belgrado, que no les dan acceso al espacio Schengen, a diferencia de los pasaportes “normales” de los serbios que viven fuera de Kosovo. No obstante, cada vez más personas solicitan pasaportes kosovares: 3.400 en 2022, unas 5.000 en 2023.

La mayoría de los gitanos de Kosovo ya tienen este documento, aunque también posean un pasaporte serbio del Centro de Coordinación. Demir Osmani dirige el centro comunitario romaní de Gračanica, enclave serbio a las afueras de Pristina. Alrededor de 1.500 miembros de esta minoría viven en la mahala, su barrio periférico de chabolas. Según él, “el 30% de las familias se está preparando para marcharse”. Aquí, a diferencia de Gjakovë, casi nadie tiene trabajo.

Durante la oleada de éxodos de 2015, que afectó mucho a los gitanos de Kosovo, algunos vendieron sus casas para pagarse su paso clandestino a Europa Occidental. Esta vez, sin embargo, no está ocurriendo nada de eso, asegura Demir Osmani. Los gitanos que pretenden quedarse en Europa Occidental no lo han vendido todo, porque saben que un regreso forzoso siempre es posible. “Con el riesgo de encontrarse aún más pobres de lo que eran…”.

Shpresa, una joven albanesa de 22 años, creció en los barrios serbios de Mitrovica Norte. Estudiante brillante de francés e italiano, trabaja en un centro de llamadas, prestando asistencia a los usuarios de la red suiza de telefonía móvil Sunrise, por un salario medio de unos 1.100 euros, dependiendo de las primas.

La joven no hará las maletas a primeros de enero, pero espera poder continuar sus estudios en Italia después de ahorrar, sin tener que pasar por el engorroso trámite de solicitar un visado. Pero algunos de sus compañeros se marcharán, advierte. “No son los bajos salarios los que les empujan a marcharse, sino el miedo al futuro en un país muy corrupto, donde nada es estable. ¿Quizás el gran número de personas que se van hará que las cosas cambien? Ya es hora de que tengamos un seguro de desempleo y de enfermedad como todos los demás países de la Unión Europea.”

Traducción de Miguel López

Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/mediapart/temor-nueva-riada-exiliados-entrada-kosovo-espacio-schengen_1_1678279.html


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