Despertarse y mirar el móvil. Caminar por la calle y responder un par de WhatsApp. Ir en transporte público y revisar cuántos likes ha acumulado la última foto en Instagram o cuántos retuits ha cosechado la última publicación en X o Threads. Esperar en alguna cola o sala de espera escuchando nuestro podcast favorito o la nueva canción de nuestro grupo favorito en Spotify. Llegar a casa después de un día de trabajo y enfrascarse un largo rato viendo unos vídeos graciosos de gatos en TikTok o terminando el último capítulo empezado en Netflix. En un mundo cada vez más digital e hiperconectado, a cualquiera le resultará más que familiar alguna de estas escenas.
En un momento en el que en las aulas se está debatiendo la prohibición de los móviles, quizás hay que desplazar el foco del teléfono a lo que hay dentro y detrás. Según algunas investigaciones, las personas suelen echar mano de sus teléfonos más de cien veces al día, la gran mayoría para consultar plataformas como Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat o X. En concreto, el Estudio de Redes Sociales 2023 de Iab Spain apunta que, de media, se pasa en estas aplicaciones una hora y siete minutos al día. En una encuesta de la OCU publicada el pasado mes de marzo, los adolescentes reconocían que se conectan a Internet, especialmente a Instagram y TikTok, 170 minutos diarios entre semana, un tiempo que se eleva hasta los 213 los fines de semana.
¿Tenemos realmente un problema? “El hecho de que nada más levantarnos tengamos que mirar el móvil o que, a veces, lo desbloqueemos aunque no tengamos ninguna notificación”, explica la periodista Rosa Márquez autora de una tesis doctoral sobre el uso de apps y la gamificación, que señala que también es clave “perder la cuenta del tiempo que estamos en redes sociales”.
No es lo único. “Tener un fuerte deseo de consumir el contenido que nos ofrecen las redes, tener dificultades para gestionar ese consumo, tener síndrome de abstinencia por no consumirlo o abandonar otros intereses porque al final si echamos cuatro horas en Instagram o TikTok no estamos haciendo otras cosas”, sostiene Susana Pérez Soler, periodista y doctora de Comunicación Digital por la Universitat Ramon Llull, que apunta también de la importancia del entorno: “Hay que preocuparse si tus seres querido te dicen: deja el móvil”.
Lo cierto es que muchos investigadores y trabajadores tecnológicos llevan años advirtiendo de los riesgos que encierran las redes sociales. El inventor del scroll infinito, Aza Raskin, confesó en una entrevista a la BBC en 2018 que se arrepentía de haber creado esta funcionalidad porque “es como si estuvieran tomando cocaína y la rociaran por toda la interfaz, y eso es lo que te mantiene con ganas de regresar una y otra vez”. Ese mismo año, el creador del botón me gusta de Facebook, Justin Rosenstein, admitió que lamentaba haber desarrollado esta función porque “son como brillantes timbres de pseudoplacer”. El ex diseñador ética de Google, Tristan Harris, dejaba una de las frases que mejor resumen el problema en el documental El dilema de las redes sociales de 2020: “Sólo hay dos industrias que llaman a sus consumidores ‘usuarios’: las de las drogas y las de software”.
Y aquí radica una de las acusaciones más graves que sufren las redes sociales. ¿Son igual de adictivas que las drogas? “Sí, totalmente. Están basadas en la psicología conductual“, reconoce Márquez que señala que “cada me gusta y comentario es una descarga de dopamina”. Más escéptico es Jorge Ramiro Pérez Suárez, profesor Titular en Criminología Aplicada a Espacios Digitales de la Universidad Europea: “Hay mucho pánico moral basado en el desconocimiento. No me atrevería a hacer estas afirmaciones, pero sí que es cierto que estas plataformas tienen un impacto en la salud mental“.
Por su parte, Pérez Soler recuerda que esta es “una comparativa que se ha usado en el ámbito de la salud mental”: “Pero dentro del ámbito científico, hay disparidad de opinión. Y la OMS no considera las redes como adictivas, aunque sí los videojuegos”. Para esta experta, la adicción a las redes sociales es “un trastorno del comportamiento” y el tiempo que se pasa en ellas no es significativo: “No es lo mismo una persona que gestiona en su trabajo una red social porque tiene que crear contenido, que una persona que dedica esas mismas cuatro o seis horas porque se siente enganchado y no tiene ningún tipo de control”.
Lo cierto es que los datos avalan esta adicción. En España, por ejemplo, un informe del Ministerio de Sanidad de 2022, calculó que un 3,5% de la población de 15 a 64 años ha realizado un posible uso compulsivo de internet, lo que supondría una cifra estimada de aproximadamente 1.096.000 de personas. ¿Qué hay detrás del diseño de las redes sociales para que sean tan adictivas, para que cueste tanto salir?
Márquez recuerda que antes de las redes sociales estaban las “máquinas tragaperras”: “Como entonces, ahora vas teniendo pequeñas recompensas que te hacen volver. Lo que quieren todas es que los usuarios pasen tiempo en la aplicación, ya que es como ganan dinero. Son plataformas extractivas de datos, no solo para vender sino también para influir en nosotros”.
“Las notificaciones, los colores llamativos, el scroll infinito que hace que nunca puedas salir o la reproducción automática de los vídeos al acabar el que estabas viendo”, sostiene Pérez Soler. Eso sí para esta experta es clave la “gamificación de los perfiles” que permita que cualquier usuario que siga a otro pueda saber “cuánta gente le sigue o le da like a sus publicaciones”.
“Las redes sociales pertenecen a una industria que está dentro del capitalismo tardío que lo que genera son necesidades. Su finalidad es crear consumidores por lo que su diseño tiene que ser adictivo, explica Pérez Suárez que apunta que “parecen democratizar la fama, y esto no permite validarnos y sentirnos seguros. Generan estatus, pero también perfección”.
Aunque las redes sociales no son las únicas aplicaciones con un diseño adictivo. “Esto nos pasa con todas, en realidad. En las plataformas de streaming, en cuanto acaba un capítulo te salta el siguiente, para que sigas en la plataforma en lugar de irte a dormir”, asegura Márquez que también alerta sobre las apps de citas como Tinder o Bumble: “Están basadas en la gamificación. Al presentarlas como un juego se le resta importancia al deseo de conseguir pareja o sexo, se utilizan por ser divertidas, lo que ha contribuido a superar el estigma que tenían en el pasado y a multiplicar su consumo”.
¿Y qué se está haciendo para poner freno a este diseño adictivo? Por ahora, lo cierto es que no mucho. En el caso de la UE, una comisión del Parlamento Europeo aprobó en noviembre un informe en el que deja claro que “los servicios digitales están diseñados deliberadamente para ser adictivos y captar la atención”. Aunque es solo un proyecto, muestra cuáles son las inquietudes de Bruselas y por dónde pueden ir las futuras regulaciones ahora que las nuevas leyes de Servicios Digitales (DSA) y la de Mercados Digitales (DMA) ya son prácticamente una realidad. Eso sí, no hay que olvidarse que el próximo año hay elecciones y este documento podría quedarse olvidado en un cajón.
Usando términos como diseño “manipulador”, “adictivo” o “conductual“, los eurodiputados le ponen deberes a la Comisión Europea. Le piden legislar y prohibir las técnicas adictivas de las redes sociales ya que el uso excesivo de las tecnologías afecta a la salud mental y física de las personas, sobre todo, en los más jóvenes. Así, pone en el foco el scroll infinito, la reproducción automática predeterminada, las notificaciones push o el doble check de los servicios de mensajería como WhatsApp.
¿Cuál es más dañina, más adictiva? Para Márquez, la clave es vetar todo tipo de notificaciones: “Nos dan ansiedad. Muchas de ellas son absurdas y están pensadas en hacer picar al usuario para que entren en la aplicación”. Pérez Suárez alerta sobre el doble check, que puede ser problemático en la violencia de género de control, y el scroll infinito ya que “se entra en un agujero negro en el espacio y el tiempo. Se empiezan viendo vídeos de gatitos y se acaba con imágenes de una manifestación en Ucrania”.
Para Pérez Soler, una de las más perjudiciales es la gamificación, sobre todo “entre la gente joven, especialmente las chicas”: “Establecen criterios para compararse y afecta a tu feed, a qué se muestra y, por tanto, a su salud mental”. Esta experta también señala como necesario regular de alguna forma la viralización y evitar así que “se distribuyan a un montón de personas mensajes perjudiciales”. “Son funcionalidades que tenemos claramente detectadas que monetizan sus datos y que se deberían de limitar y regular”, defiende.
El objetivo final del Parlamento Europeo sería una ley que implantase el derecho a no ser molestado en el mundo digital además de un listado de buenas prácticas de diseño que implicaría el veto de ciertas funcionalidades. ¿La prohibición de estas técnicas y una legislación contra el diseño adictivo es el camino a seguir? “No sé si la prohibición es el camino a seguir, pero lo cierto es que estamos muy desprotegidos“, reconoce Márquez que lo que sí que pide es que se exija más transparencia a las tecnológicas porque “desconocemos qué hay detrás de los algoritmos”: “Esto no solo lo están haciendo para vender, si no para manipularnos”.
Para Pérez Suárez, este camino no es el acertado ya que “cuando algo se convierte en lo prohibido, se convierte en tentador”. Para este experto, la clave es “fomentar el autocuidado”, apostar por “los derechos digitales” y “una educación no moralizante”, todo con un “amplio compromiso de las instituciones privadas”: “El objetivo debe ser avanzar en una ciudadanía digital más positiva”.
Opinión similar defiende Pérez Soler. “La prohibición no es una salida, porque están aquí para quedarse, pero hay que regularlas para que dejen de ser adictivas por defecto y sean neutras”, argumenta esta experta que recuerda que el camino a seguir por los reguladores quizás sea el mismo andado con la industria tabacalera.
En la misma línea de la UE también se encuentra la macrodemanda presentada a finales de octubre por una coalición de 41 estados de EEUU, a los que se ha sumado el Distrito de Columbia, que han demandado a Meta por diseñar Facebook e Instagram de forma “dañina y adictiva” para los menores de edad. “Ha aprovechado tecnologías poderosas y sin precedentes para atraer, involucrar y, en última instancia, atrapar a jóvenes y adolescentes”, asegura el documento de más de 200 páginas en el que algunos fiscales comparan estas plataformas con el tabaco o el opio.
Esta macrodemanda recoge así el guante lanzado por la investigación The Facebook Files, gracias a la filtración de la extrabajadora Frances Haugen. Entre otros muchos datos revelados de Meta, una de los elementos que más polémicas generó fue la revelación del potencial dañino de Instagram para los menores de edad con la publicación de un estudio de la propia empresa de 2019 que revelaba que “un 32% de las chicas dicen que cuando se sienten mal con su cuerpo” la red social de fotografías “les hacen sentir peor”.
Así, con el informe del Parlamento Europeo y la demanda contra Meta en EEUU se rompe un paradigma que había dominado hasta ahora la lucha contra la adicción a estas plataformas: los esfuerzos y los consejos estaban dirigidos al usuario, nunca a la tecnología en sí. ¿Se está cambiando el foco? “Absolutamente”, reconoce Pérez Suárez que apunta que así se estaba “victimizando” a los usuarios ya que “la adicción era solo responsabilidad suya”: “Es muy necesario hacer pedagogía y educación, pero sin moralizar. Y aunque hay que implicar a las familias, también es necesario que se involucren las empresas detrás de las redes sociales”. “El usuario poco puede hacer contra su diseño adictivo“, sostiene Rosa Márquez que asegura que deben ser las tecnológicas las que “tendrían que cambiar su estructura y en cómo están pensadas”.
Y es que hasta ahora, los esfuerzos de las plataformas, y del propio contexto, habían estado orientados a campañas para intentar limpiar su imagen con funcionalidades para contribuir a la desconexión. Para lograrlo, la gran mayoría han apostado por la carta de establecer límites de tiempo, sobre todo en el caso de los menores. “Y esto no funciona”, explica Márquez. Un estudio preliminar publicado a principios de marzo y realizado por investigadores de las universidades de Duke y Delaware sobre la efectividad de estas funcionalidades concluyó que, por ejemplo, los usuarios pasan un 7% más de tiempo después de fijar usar solo 60 minutos TikTok.
Más allá de estas funcionalidades, poco más. Desde el propio ecosistema de las redes sociales, formado por usuarios, marcas e influencers, sólo un par de contadas excepciones han puesto pie en pared para alertar sobre este potencial dañino. Este verano, algunos actores de Hollywood, como Taron Egerton, Drew Barrymore o Chris Evans, abandonaron temporalmente Instagram por su salud mental y para descansar de internet. Más contundente fue en 2021 la cosmética británica Lush que cerró sus cuentas en Instagram, Facebook, TikTok y Snapchat para “proteger la salud mental” de sus clientes hasta que “crearan un ambiente más seguro”. Una visita ahora por sus perfiles muestra un par de publicaciones con mensajes como “este algoritmo es un depredador”, “Instagram tiene ojos en todas partes” o “what the zuck”.
Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/medios/disenadas-adictivas-necesario-tomen-medidas-manipulacion-serie-redes-sociales_1_1672027.html
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