Faetón, e l hijo de Helios, un joven acostumbrado a salirse con la suya, le
pide el carro a su padre para alardear con sus amigos. Febo, el dios sol,
cede y le presta su carruaje de fuego. Faetón, inexperto -y necio como
todo “hijodepapá”- pierde el control de los caballos blancos que tiran de
la cuadriga y termina secando ríos, causando desiertos y calcinando medio
orbe. Alarmado ante la debacle, Zeus, lanza un rayo, detiene el vehículo
desbocado, Faetón cae y se ahoga en el río Erídano.
Criminal, desquiciado, atroz resulta el ecocidio relatado en el mito heleno,
como el que se lleva a cabo en nuestro país ante la mirada impasible del
gobierno del presidente Arce Catacora. La sequía que viene sufriendo
Bolivia, la quema de desmontes y los incendios provocados en La Paz, Beni
y Santa Cruz han tomado proporciones de holocausto medioambiental.
Una debacle que nadie detiene y cuya causa no es simplemente el cambio
climático mundial, sino, la abyección perversa que es la codicia, – que día
que pasa acelera la destrucción de nuestro hábitat.
Así, nuestros bosques, reservas forestales y campos, arden en sus
entrañas y en su piel. Asolados por fuegos descontrolados cuyas lenguas
ávidas engullen boscajes y calcinan su flora y su fauna. Insaciables y
arrulladas por el azote de la aridez, las llamaradas, con la sangre
chorreando de sus labios tiznados van por más. Ahumados, abrasados,
abrumados y desorientados los bolivianos tenemos la certeza que se
carbonizan nuestros pulmones y los del país en un crimen sin
precedentes, una catástrofe monumental ocasionada por la mano del
hombre.
Las películas apocalípticas que vi en mi adolescencia como “El planeta de
los simios”, “Mad Max”, y otras, exhibían un mundo estragado, ciudades
arrasadas, sobrevivientes de cataclismos enfrentados a luchas por la
salvación de la raza humana. Aliviaba la creencia de no llegar a vivir tal
debacle por su lejanía milenaria. Sin embargo, encontrarse en el primer
cuarto del siglo XXI y vislumbrar el horror del fin de los días, aterra.
De esa suerte, el sol, doblón de oro doliente, ahogado en un aire insalubre
vaga en el cielo camba. Cuarenta y un grados centígrados licuan los
pensamientos y el agua del cuerpo de los cruceños. Los meses de
septiembre, octubre y noviembre han sido dignos de libros de narraciones
imaginarias porque Santa Cruz incrementó su temperatura en la
alarmante cifra de 82% respecto a la de todo el planeta. Al mismo tiempo,
es el departamento del país más deforestado en las últimas décadas. Más
de 7,5 millones de hectáreas han sido despejadas, y llueve un 30%
menos que en el pasado. De ahí que se tiene la sensación de habitar en un
horno a microondas encendido día y noche. ¿Cómo es posible que la
ciudad que otrora se jactara de gozar del aire más puro de América, el 28
de octubre de 2023 se hubiera convertido en el más contaminado del
continente? Tan irrespirable, que los niños de 3.600 escuelas y colegios no
asistieron tres días a la escuela por la toxicidad del mismo.
La causa de semejante desolación es clara, como el agua que pronto no
tendremos. La tierra bendita es dinero contante y sonante y sus
depredadores tienen nombre y apellido. Agotados los ingresos por el gas y
la minería, la política gubernamental apunta al extractivismo como punta
de lanza para sustentar la economía. Promueve el ensanchamiento de las
fronteras agrícolas, lo cual, casa a la perfección con los intereses de los
grandes productores agropecuarios quienes aprovechan la
“ocasión”. A esa situación se suman los cálculos político-
electorales y las estrategias geopolíticas del partido azul, el lavado de
dinero y el apremio por acrecentar las plantaciones de coca del
narcotráfico.
Valiéndose de las· leyes incendiarias el INRA y la ABT legalizan millones de
hectáreas a favor del agropoder cruceño, autorizan a diestra y siniestra
asentamientos en tierras fiscales, las cuales se desmontan y queman para
monocultivos de soya de exportación, biodiesel, etanol, maíz transgénico
y carne para el mercado chino. Por otra parte, los interculturales y
cocaleros trasladados al oriente acorralan a los pueblos indígenas
avasallando sus tierras comunitarias y las fiscales. Apropiados de las
mismas, las comercian a los grandes agroporductores o les clavan
plantaciones de coca. Corren esa suerte el Choré, el Amboró, y
próximamente, -el gran nuevo botín- el Madidi, en el norte de La Paz
(tesoro ecológico con la mayor diversidad del planeta al que han echado el
ojo los cooperativistas mineros y sus ríos de mercurio). Del mismo modo y
sin ningún miramiento, se loteará los acuíferos de Porongo- Guendá
dejando sin agua a Santa Cruz y 3.000.000 habitantes.
Pero hay más, por más de un mes ardió el Choré, la magnífica reserva
forestal, y ahora nos desayunamos con que el INRA distribuyó en silencio
40.000 hectáreas en dicha tierra fiscal. En esta carrera homicida al lucro, la
consigna es la ganga político-electoral, las artimañas geopolíticas del MAS
para quebrar el bloque cruceño, el tráfico de tierras y la ampliación del
agro con el fin de conservar mercados insaciables como el chino a costa
del saqueo ecológico y la insostenible factura medioambiental. Macabro
escenario: el asalto pirata del que son víctimas nuestros santuarios
ecológicos, áreas protegidas y su imponente e irremplazable
biodiversidad. Sin medida ni clemencia: se lleva a cabo un exterminio
ecológico declarado en el país.
El chaqueo, usanza agrícola antropopiteca debería ser penada por la ley.
Sin embargo, en Bolivia hay cero sanciones por desmontes o quemas y
total ausencia de medidas de protección medioambiental. Si existieran
políticas estatales serias para educar, ofrecer alternativas y erradicar el
salvajismo, sería otro cantar el de nuestras aves en las selvas. La
declaración en solitario de “alerta roja sanitaria” del Comité de
Emergencia de la Gobernación de Santa Cruz es un saludo a la bandera sin
ningún eco, ya que, los intereses económicos y políticos en juego son
millonarios.
Otro aspecto descorazonador que realzar es que, en 2019 los incendios
forestales rompieron los registros históricos, con seguridad, este año se
los superará. Es obligación del Estado proteger los intereses de la nación,
garantizar la seguridad de sus habitantes, salvaguardar la riqueza natural
por encima de apetitos individuales o sectoriales.
¿No son Derechos Humanos primordiales el agua, el aire, un medioambiente saludable? ¿Qué se hace cuando el Estado se ha convertido en el más grande
devastador, el peor enemigo del ecosistema de un país en el que campa la
corrupción y la mentalidad cavernaria? Reino de transgresiones en el que
se apadrina y defiende lo indefendible. Abanico que se despliega desde los
fraudes electorales hasta la depredación delincuente e inmisericorde de la
madre tierra enarbolando el cáliz del Pachamamismo.
¿En qué idiomaexplicamos que la Pachamama está mortalmente herida, que se nos muere y morimos con ella? La verdad es que, a este punto, no queda claro si el Señor Presidente, desde su torre de cemento en las alturas de su
piromanía gubernamental, solo observa la debacle o la propicia. No cabe
en mente humana semejante ecocidio ni insensibilidad. Ya que ni los
cercos al oriente ni las invasiones surtieron, ¿se opta por el genocidio por
inhalación de humo y asfixia? Esta gozosa e inenarrable aniquilación de
nuestros tesoros ecológicos por peculio es repugnante, tanto como sería
prender fuego a un monito tití o ingerir los cadáveres carbonizados de
tatús, tortugas y capiguaras.
No hay donde perderse, los estudios confirman que la contaminación del
aire, el calor extremo y las sequías se originan en las quemas, los incendios
forestales y la deforestación. Los árboles, verdaderas bombas de agua,
beben el líquido elemento del subsuelo y lo disparan a la atmósfera. Un
solo árbol amazónico manda 1.000 litros de agua por día. Tal humedad
sumada al vapor proveniente del océano atlántico forma un flujo
atmosférico llamado “río volador”, el cual, a su vez, enfría el planeta y
alimenta los nevados de la cordillera, los ríos y los valles, garantizando la
seguridad alimentaria y la salud de millones de latinoamericanos.
Pregunto a los señores del agro y a las autoridades ¿a dónde escaparán
del aire envenenado? ¿de qué les servirá sus cuentas bancarias pletóricas
cuando haya matanzas por un poco de agua y los arboles hubieran
desaparecido? Habrán ametrallado el mañana de sus hijos creyendo que
el sonido orgásmico del conteo de sus billetes les salvará la vida cuando el
planeta azul sea un gran mausoleo en el que se achicharre todo ser vivo.
Olvidan que, ante los cataclismos y la muerte, el dinero no vale nada.
Cinco minutos antes del fin, los pompeyanos se precipitaron a los cuatro
puntos cardinales tratando de escapar pagando lo que fuera. Todos
murieron porque ya era tarde.
Se deshielan los nevados, se sume por sus grietas el lago Titicaca, el Popóo
es historia, nos enterramos en plástico y automóviles nuevos y sus
emisiones de dióxido de carbono que no necesitamos, contaminamos
nuestros ríos con azogue y hundidos en la barbarie, la ignorancia y la
avaricia caminamos a pasos agigantados hacia la cuenta regresiva de la
destrucción. El suelo, resquebrajado por temperaturas infernales hierve,
aúlla en espanto ciclónico. Flora y fauna exhaustas fallecen y el horizonte
se desdibuja bajo capas de bruma ceniza. Ese es nuestro presente.
¿Nuestro futuro inmediato? Huele a quemado. ¿Cómo serán los años
venideros en esta carrera suicida sino se frena el bólido en este segundo?,
¿cómo permanecer indiferentes a la espantosa realidad?, ¿qué alarmas
necesitamos para reaccionar? Ya vivimos en la cornisa, ¿tenemos que
arrojarnos al abismo? Como vamos, no hay esperanza. Faetones todos,
¿pereceremos en el rio de la muerte? Sin agua y sin aire no hay nada, solo
la negrura universal. La noche cerrada por siempre.
Luisa Fernanda Siles es escritora
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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