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La policía colombiana interceptó el pasado febrero la llamada de un individuo sospechoso de traficar con droga. Estaba organizando una venta al por mayor de cocaína a un comprador en México. El tipo alardeaba de que tenía una cantidad importante disponible; un producto que podía entregar en Denver, Miami y por todo el Caribe. Apenas una década antes, el polvo blanco procedía siempre de Colombia o de las regiones andinas de Perú o Bolivia. Pero los tiempos han cambiado. La coca de la que hablaba el sospechoso había sido cultivada en Guatemala, un país a 2.000 kilómetros al noroeste de los grandes países productores y que tradicionalmente había servido sólo de punto de parada para los traficantes.

La coca “dio buen resultado”, le dijo el hombre a una persona que parecía ser su socio en el negocio, según recoge la transcripción de la llamada intervenida. El hombre aseguró que tenía “un centenar de cajas de zapatos blancos de alta gama” –código que se usa para hablar de kilos de cocaína–, así como “cocineros” listos para empezar a trabajar en Guatemala y México. 

La conversación, identificada en la filtración masiva de correos de la Fiscalía General de la Nación de Colombia en la que se basa NarcoFiles, es una prueba más de una tendencia, tan nueva como poco conocida, que está reestructurando el tráfico global de cocaína: la relocalización de los cultivos más allá de las zonas andinas tradicionales hacia Centroamérica.

Esta evolución ha sido impulsada por varios factores, especialmente por la fragmentación de los grupos que controlaban el tráfico. Tras el acuerdo de paz de 2016, el desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) abrió la producción de cocaína tanto a grupos nuevos como a otros ya establecidos que experimentaron con nuevas técnicas y cadenas de suministro. Las conversaciones interceptadas a este individuo en Bogotá, por ejemplo, fueron grabadas durante una investigación sobre un grupo disidente de las FARC.

Para una mejor comprensión de la tendencia, OCCRP y sus socios, entre los que se encuentra infoLibre, han analizado los documentos filtrados, que han corroborado con documentos judiciales, entrevistas con expertos y trabajo sobre el terreno en cinco países. Esta información es parte de NarcoFiles: el nuevo orden criminal, una investigación internacional que puedes leer en exclusiva en España en este periódico.

Datos obtenidos del Ministerio del Interior de Guatemala mediante una solicitud de información pública muestran que el cultivo de coca se ha disparado desde que en 2018 se informó sobre la primera plantación descubierta en el país. Una expansión similar se está produciendo en naciones vecinas, como Honduras y México, según muestran datos de esos países, mientras que Belice detectó en diciembre de 2022 la primera plantación de coca en su territorio.

Los periodistas descubrieron que, lejos de salir perdiendo con esta nueva tendencia, los criminales colombianos –que históricamente han controlado gran parte del narcotráfico– están exportando su pericia y haciéndose con un nicho de mercado con los nuevos desarrollos en Centroamérica y más allá.

Esta investigación revela también cómo el procesamiento de la cocaína está siendo relocalizado. En paralelo al aumento de la demanda en Europa, Asia y África, los laboratorios han empezado a dejar atrás Colombia y a cruzar el Atlántico. Decenas de nuevos laboratorios son desmantelados cada año en Europa Occidental. Uno de ellos, descubierto en Países Bajos y dirigido por un traficante colombiano conocido como El rey de la heroína de Nueva Jersey, podía producir hasta 200 kilos de cocaína al día.

La aparición de laboratorios en Europa y en otros lugares se ha visto facilitada por técnicas innovadoras de transporte, entre ellas métodos sofisticados para camuflar cocaína líquida en prendas textiles u otros materiales, lo que hace que esos envíos sean más difíciles de detectar.

El tráfico de drogas ha vivido un “momento de innovación” en los últimos años que va desde “cómo mejorar las redes, hasta cómo utilizar mejores herramientas y las redes sociales para comprar mayores cantidades”, explica a OCCRP Leonardo Correa, coordinador del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (SIMCI) de Naciones Unidas.

Cuando se produjo el desarme de las FARC, grupos de disidentes mantuvieron sus intereses en el tráfico de drogas, señalan los expertos. Mientras tanto, otras bandas, como los albaneses o los serbios, han aumentado su presencia.

El resultado es que el tráfico de cocaína está ahora “mucho menos centralizado”, apunta Laurent Laniel, analista en el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías. “Más gente está implicada y eso genera más oportunidades de hacer contactos y más ideas sobre rutas y métodos de traficar”, añade.

De la mano de estos nuevos territorios de cultivo, la llegada de la planta de coca amenaza con oleadas de violencia sobre comunidades que llevan décadas sufriendo a manos de los narcotraficantes o de las autoridades estatales.

Ubicado entre densos bosques y plantaciones de café en la verde región mexicana de Costa Grande, el pueblo de El Porvenir parece, a primera vista, abandonado. Con apenas una docena de casas, sus escasas calles están desiertas y su cancha de baloncesto languidecía al sol cuando los reporteros lo visitaron la primavera pasada.

Pero este apacible pueblo se asienta en uno de los numerosos nuevos territorios fijados por un narcotráfico en expansión.

Durante décadas, las comunidades locales han plantado cannabis y amapola en esa región, junto con otros cultivos como cocos o mangos. Pero tras el hundimiento de los precios del café en la década de los 90, los cultivos ilegales se convirtieron en una de las pocas opciones rentables. Hoy, con los precios del opio hundiéndose a causa del cambio de consumo en Estados Unidos hacia el fentanilo, muchos ponen sus esperanzas en la coca.

“Es una nueva economía: diversificación de los cultivos ilícitos”, indicó Arturo García Jiménez, un líder comunitario, a El Universal.

De las 171 plantaciones de hoja de coca destruidas en México entre 2020 y 2023, sólo 13 no se encontraban en la región de Costa Grande, en el estado de Guerrero, según la información facilitada por militares mexicanos. La mayoría estaban localizadas en ejidos, áreas de propiedad comunitaria como El Porvenir.

Los narcotraficantes de la región imponen la expresión latinoamericana “plata o plomo”. Es decir, o cooperas o mueres. Investigaciones académicas y periodísticas desvelan cómo estos grupos suelen amenazar a miembros relevantes de esas comunidades, como médicos o profesores, antes de abandonar cuerpos mutilados en las cunetas, así como asesinar y secuestrar a los que no se someten o pagan su impuesto.

Para muchos residentes, es mucho más seguro trabajar a las órdenes de las bandas, explica García. Al ser los únicos compradores de la producción, los grupos criminales pueden ordenar qué cultivos ilegales quieren y cuánto van a pagar por ellos. El líder comunitario cuenta a OCCRP que, años atrás, un trío de colombianos llegó a la zona. Cree que trajeron las plantas de coca que ahora han proliferado, y que posteriormente compraban las hojas a los cultivadores. “Ellos son técnicos. No les importaba el rendimiento y la calidad”, continúa García. “Lo que quieren es producir y producir”.

El tráfico de cocaína sigue una senda de asesinatos y desplazamientos forzados conforme los distintos grupos compiten por el control territorial. En marzo, el comisario de Corrales, un ejido a 15 kilómetros al norte de El Porvenir, declaró al periódico mexicano Milenio que la población entera de una de sus comunidades había huido después de que un grupo criminal que no identificó secuestrara e hiciera desaparecer a tres personas.

Milenio identificó Corrales como uno de los numerosos ejidos que han caído bajo el control de un grupo criminal llamado La Familia Michoacana, conocido por sus ejecuciones y decapitaciones. Después de que los vecinos huyeran, el Ejército mexicano destruyó casi una hectárea de coca en el ejido, según muestran los datos obtenidos por OCCRP.

En El Porvenir, el Ejército irrumpió buscando coca en septiembre del año pasado. Un cultivador local de café recuerda cómo el pueblo “se llenó de soldados” y cómo los drones sobrevolaban sus cabezas durante las redadas. Cuando los militares se fueron, cuenta, los campesinos simplemente trasladaron las plantas montaña arriba. “El cultivo se va a quedar”, advierte García: “La destrucción que está haciendo el Ejército es simbólica en comparación con el territorio cultivado”.

La relocalización practicada por los cultivadores de El Porvenir es sólo un ejemplo a pequeña escala de lo que los expertos denominan el “efecto globo”. Si se presiona sobre la producción de cocaína en un lugar, simplemente se va a mover hacia otra zona, como si fuera el aire en un globo. Si se aplasta a un grupo criminal, otro aparecerá para ocupar su lugar.

Dinámicas similares están, en parte, detrás del auge de los cultivos en Centroamérica. Para cuando se produjo el acuerdo de paz con las FARC, por ejemplo, el grupo rebelde controlaba el 40% del comercio global de cocaína, según los cálculos del centro de estudios Insight Crime. Pero, en lugar de perjudicar la producción, la fractura del grupo rebelde creó lo que la agencia antidrogas de la ONU describió como un “mercado libre” más competitivo, diverso y compartimentado.

“Hay una especie de vacío en el mercado que no sólo afecta a Colombia”, asegura Correa, coordinador del SIMCI. “Los territorios, las rutas que tenían las FARC, eso sí se interrumpió… y dio lugar a que se piense que es posible hacer esto en otras partes”.

Los incentivos económicos también han ayudado a impulsar el cultivo hacia el norte. Correa señala que un kilo de cocaína se vende en Colombia por 1.700 dólares, mientras que puede alcanzar los 15.000 dólares cuando llega a Centroamérica. Al producir cocaína más cerca del punto de venta, los traficantes pueden beneficiarse de precios más altos y, al mismo tiempo, evitan gastos de transporte y otros costes, además de reducir los riesgos de que su producto sea incautado en tránsito.

Países que solían servir principalmente como zonas de paso ahora se están convirtiendo en productores, y el cultivo a menudo se concentra a lo largo de rutas de tráfico establecidas en áreas remotas u otros lugares donde la presencia del Estado es limitada.

En Honduras, tras el golpe militar de 2009, la producción de cocaína creció rápidamente en las regiones de Colón y Olancho, ambos puntos clave en la ruta tradicional de la droga hacia el norte. El análisis de OCCRP revela que, en Guatemala, sólo dos de las 217 plantaciones de coca encontradas entre 2018 y finales de 2022 no estaban en el noreste, una zona escasamente poblada, específicamente en la región de Izabal, conocida desde hace mucho tiempo como base de operaciones para los traficantes locales.

A veces, este cultivo se introduce de manera velada. Alan Ajiatas, fiscal especial de la Fiscalía de Delitos de Narcoactividad de Guatemala, dijo a Guatemala Leaks que su oficina está investigando casos en los que el cultivo fue introducido entre los agricultores sin que se les revelara que era coca. “Les dijeron: ‘es un producto que les va a servir y les vamos a pagar por el resultado mucho”, recuerda Ajiatas. “Entonces la gente comenzó a sembrar desconociendo qué era.”

Pero estos nuevos cultivadores aún están muy lejos de los productores andinos. La agencia antidroga de la ONU calcula que el año pasado se plantaron 230.000 hectáreas de coca en Colombia, lo que equivale a más del 2% de la superficie total de Guatemala. A finales del año pasado, las autoridades guatemaltecas sólo habían destruido unas 110 hectáreas de cultivo y las mexicanas, unas 39.

Pero el cultivo está en constante expansión. Los productores experimentan con las cosechas para ver dónde se afianzan, explican expertos y autoridades. Algunas plantaciones han surgido en lugares como las selvas de Panamá o el montañoso estado mexicano de Chiapas, para luego desaparecer. Este año también se encontró coca por primera vez en rincones remotos del estado mexicano de Michoacán.

“Buscan lugares donde se pueda desarrollar mejor este cultivo”, apunta a El Universal Ludwig Reynoso, secretario general del Gobierno del Estado de Guerrero, quien precisa que el producto local “todavía no tiene la calidad necesaria, como la coca que se siembra en Colombia”.

Y no es sólo el cultivo el que está cambiando, como lo demuestran acontecimientos recientes al otro lado del Atlántico.

En julio de 2020, un grupo de colombianos llegó en un autobús con los vidrios oscuros a una escuela de equitación en el pueblo holandés de Nijeveen. En los establos les esperaban sus nuevos jefes, un grupo criminal de diez individuos establecidos en los Países Bajos. Habían construido el laboratorio de cocaína más grande jamás visto por las autoridades, capaz de producir hasta 200 kilos de droga al día, según consta en el expediente de la Fiscalía y la posterior sentencia.

Por lo menos 13 colombianos –11 de los cuales llegaron en avión para hacer ese trabajo– pasaron los siguientes diez días extrayendo, procesando y empaquetando una cantidad equivalente a una tonelada de cocaína, indica la Fiscalía. Al llegar, les dijeron que entregaran sus teléfonos y los encerraron, según sus propios testimonios.

Los cocineros trabajaban para un compatriota colombiano, Alejandro Cleves Ossa, quien a su vez respondía ante los líderes afincados en Países Bajos, según se señala en su orden de captura. Cleves, que a los 23 años ya había sido apodado El rey de la heroína de Nueva Jersey, había sido extraditado de Colombia a Estados Unidos y encarcelado por tráfico de drogas en 2010. Le concedieron la libertad anticipada en 2018. A los dos años, se había mudado a los Países Bajos para coordinar la producción de cocaína en representación de un capo en Colombia, tal y como revela un documento de la policía holandesa obtenido por Follow the Money.

Las autoridades de los Países Bajos hicieron una redada en la escuela de equitación de Nijeveen en agosto de 2020. Cleves, que fue declarado culpable en marzo de 2022 y condenado a cuatro años de prisión, no respondió a un cuestionario sobre su pena que le remitió OCCRP.

El sumario del caso ofrece una visión inédita del funcionamiento de estos nuevos laboratorios, que desde hace una década empezaron a aparecer con mayor frecuencia fuera de Sudamérica, algunos de ellos en lugares tan remotos como Australia y Senegal. La policía holandesa ha desmantelado más de 60 laboratorios de este tipo desde 2018.

Mensajes encriptados, intercambiados en la ya desaparecida plataforma de comunicaciones EncroChat, hackeada por la policía, y citados en la orden de arresto, muestran que la banda, establecida en los Países Bajos, había recorrido un buen número de sitios antes de decidirse por la escuela de equitación. “El lugar es perfecto”, le escribió un miembro del grupo a su suministrador de cocaína en Colombia. “Vayamos a tope”, respondió el hombre.

Mensajes posteriores sugieren que el proveedor colombiano envió más de 1,5 millones de euros a sus socios en los Países Bajos para invertir en el laboratorio, aunque el documento judicial no indica si finalmente la transferencia se realizó.

Para al menos uno de los miembros de la organización holandesa, éste era su primer intento de entrar en el negocio de la cocaína tras llevar varios años gestionando un laboratorio de metanfetamina en los Países Bajos con unos mexicanos. La búsqueda de alternativas más rentables le hizo volverse “adicto” a la idea de procesar cocaína, ya que ahí estaba “el dinero de verdad”, destaca su sentencia, que cita sus mensajes de EncroChat.

La organización holandesa que construyó el laboratorio de Nijeveen –uno de los tres que manejaban, según la orden de captura– añadió una capa de sofisticación tecnológica extra al proceso: incorporaron generadores industriales y calderas hechas a medida y, además, insonorizaron los establos y los equiparon con un sistema de purificación de aire para evitar que los olores químicos llamaran la atención.

No está claro cuánto costó el laboratorio, pero dos expertos entrevistados por OCCRP calcularon que construir instalaciones similares podría costar entre 200.000 y 500.000 euros. En los chats hackeados que cita la policía, un miembro holandés de la banda conjeturaba que su jefe había invertido un total de dos millones de dólares en uno de sus laboratorios.

La ubicación ofrecía otra ventaja. En Sudamérica, los productores de drogas suelen tener dificultades para obtener precursores químicos de alta calidad, como el permanganato de potasio. Pero en la Unión Europea, los grupos criminales, que cuentan a menudo con décadas de experiencia en la producción de drogas sintéticas, pueden obtener las sustancias químicas directamente de productores legales. Varias condenas en tribunales holandeses por casos similares muestran que estas compras a menudo son manejadas por intermediarios que afirman que los productos químicos se utilizarán para actividades legales como la restauración de arte. Los chats hackeados del caso Nijeveen revelan que miembros de organizaciones holandesas hablaban de gastar entre 300.000 y 400.000 euros en “líquidos”, una referencia a precursores químicos, cuando el laboratorio estaba en construcción.

“Los holandeses lo tienen todo, puertos, redes de distribución, ubicaciones, productos químicos. Pero carecen de experiencia. Los colombianos tienen el producto y la experiencia”, destaca a OCCRP Martin van Nes, fiscal principal de tráfico de cocaína en los Países Bajos: “Se podría decir que es casi un matrimonio de conveniencia”.

Los periodistas han descubierto que esta pericia es un producto de exportación muy apreciado. El traficante radicado en Bogotá cuyo teléfono fue interceptado no sólo envió un equipo de cocineros a Guatemala para procesar su cocaína centroamericana, sino que también habló de mandarlos a trabajar a Amsterdam.

Otros han sido enviados a hacer trabajos similares en España. Un cocinero de cocaína colombiano que trabajaba en un laboratorio en las afueras de Madrid le dijo a Narcodiario que lo contrataron para gestionar un equipo de seis personas y le pagaron alrededor de 450 euros por “unidad”, que es como se suele denominar cada kilo producido.

“Es lo que sabemos hacer bien”, dijo el cocinero, que pidió el anonimato. “Nací en una región donde esto es el día a día de cada familia y se aprende antes a trabajar con la coca que a leer o escribir”.

Los cocineros de cocaína trabajan en unas condiciones que las autoridades califican de insalubres e inhumanas. Los turnos son largos y los trabajadores a menudo duermen y comen en los sitios de producción.

Narcodiario entrevistó a un colombiano que llegó a España para procesar cocaína. Aseguró que había fabricado la droga desde que era niño. “Es lo que sabemos hacer bien”, fue la razón que dio cuando se le preguntó por qué había aceptado el trabajo.

También explicó que un amigo de la región del Putumayo, al sur de Colombia, lo recomendó. Antes de viajar, la banda le pidió el pasaporte y le gestionó todos los vuelos y la documentación.

“Sólo me trasladé a Cali, donde en una agencia de viajes te entregan billetes de avión, Bogotá-París, París-Portugal. Viajas como turista y no tienes que hacer nada, están todos los documentos preparados”, añadió.

Según contó, lo recogieron de madrugada en Madrid y lo llevaron a una granja, donde pasó 15 días viviendo y trabajando en el laboratorio. Los gases podían ser intensos: “Tienes que salir a respirar, aunque ya estamos muy acostumbrados”. No se les permitían las comunicaciones, recordó, y compartían habitaciones con literas. Un cocinero les preparaba arroz, carne y papas.

El trabajo puede ser peligroso: un laboratorio clandestino en los Países Bajos explotó en marzo de 2020, matando un rebaño de ovejas y contaminando el aire y el suelo a su alrededor.

Pocos de los beneficios de ese negocio llegan a los cocineros. Los colombianos detenidos en un laboratorio en Galicia declararon a la policía que apenas les habían prometido unos pocos miles de euros por el trabajo.

“Son la base miserable de este criminal negocio que genera miles de millones de euros de beneficios”, destaca a OCCRP Emilio Rodríguez Ramos, inspector jefe de los Grupos de Respuesta contra el Crimen Organizado en Galicia.

El hombre afincado en Bogotá al que la policía colombiana interceptó sus comunicaciones ofreció otro ejemplo de maltrato. Después de que los cocineros que mandó a Guatemala empezaran a negociar directamente sus salarios con un cliente mexicano, les amenazó con quitarles el pasaporte. “Deben entender que son empleados”, le dijo a otro miembro de la banda, según la transcripción de la escucha.

La transformación en el cultivo y cocinado de cocaína se ha visto impulsada por unos métodos de transporte cada vez más sofisticados. Gran parte de la pasta base de cocaína llega a Europa oculta en productos legales. Se mezcla en plástico fundido que luego se vuelve a moldear o se disuelve la cocaína en líquidos y se vierte la mezcla para “impregnarla” en ropa u otros materiales. 

El uso de estas técnicas, que aparecieron por primera vez a principios de la década de 2000, ha aumentado considerablemente en los últimos cuatro años, señala Jorrit van den Berg, científico forense holandés. “La escala de estas operaciones”, añade, “también ha aumentado”. Según indica, “el contrabando de cocaína en material de transporte se ha convertido en un segundo gran flujo hacia Europa”.

Cees, un holandés de 44 años condenado en 2021 por dirigir un laboratorio de metanfetamina en el que empleaba a cocineros latinoamericanos, le dijo a OCCRP que también se había planteado montar un laboratorio para extraer cocaína de materiales impregnados. La idea, señaló, era evitar costes –como tener que sobornar a funcionarios portuarios o pagar a personas para que forzaran los contenedores de transporte– y compensar así las recientes caídas de precios debido a la sobreproducción en Colombia. “Tiene más sentido desde el punto de vista económico”, señaló Cees a OCCRP, quien aceptó ser identificado sólo por su apodo. “Han estado produciendo tanto [en Sudamérica] que los precios al por mayor han bajado”.

En una investigación conjunta con autoridades británicas y holandesas, los fiscales colombianos le siguieron la pista a un grupo delictivo transnacional que planeaba exportar cocaína mezclada con productos como aceite de palma, carbón vegetal, café y fertilizantes. No está claro si estos planes se llevaron a cabo. Según un informe interno que resume las conclusiones de la investigación, una pareja de químicos formado por padre e hijo ayudaba a procesar la cocaína y luego la insertaba en estos productos legales en laboratorios clandestinos colombianos. Antes de exportar la droga, la banda enviaba cargamentos de carbón sin adulterar, de prueba, a puertos europeos para tantear los controles aduaneros de cada país. Ambos fueron detenidos, en un operativo donde 27 personas fueron arrestadas, de las que 19 han presentado recursos.

Una vez al otro lado del océano, la droga se extrae mediante técnicas como el lavado con agua y disolventes del material portador impregnado. En el laboratorio de Nijeveen, el equipo extrajo primero la base de cocaína del carbón en el que se había mezclado y luego la cristalizó antes de envasarla, dejándola lista para la venta. Jorrit van den Berg, el científico holandés, explicó a OCCRP que la sofisticada naturaleza de este tipo de camuflaje ha hecho que algunas de las técnicas de detección estándar resulten ineficaces.

Pero acertar con la receta no es fácil. Un grupo de traficantes, conocido en los medios de comunicación como el cártel de Morfhox, experimentó con formas novedosas de eludir la detección en sus cargamentos a Estados Unidos y Europa, incluido el envío de un kilo de cocaína líquida a las Bahamas, según destaca una acusación colombiana contra el grupo.

Sin embargo, cuando un miembro de la banda en las Bahamas intentó devolver la droga a su estado original después de que le enseñaran la fórmula perfecta, solo consiguió extraer 40 gramos. Decenas de miembros del grupo fueron arrestados en Colombia en 2018 –él y otras personas han recurrido sus detenciones–.

Freek Pecht, coordinador antidrogas de la policía holandesa, explica que los colombianos que llegan a Europa eran a menudo los mismos que escondían la cocaína en el material portador impregnado, porque conocían el “código específico” para “desbloquear” los envíos. “Si manipulas con esa receta y las cosas van mal, obtendrás un rendimiento mucho menor o dañarás todo el lote y te quedarás sin nada”, declara al medio belga Knack.

Este año, la policía española desmanteló un laboratorio en Galicia. En Europa es la primera estructura de gran tamaño en la que se produce directamente cocaína a partir de un cargamento de pasta base, el rudimentario producto elaborado por los propios cultivadores. Como en Nijeveen, el laboratorio gallego podía producir hasta 200 kilos de cocaína al día.

La pasta base de coca es más barata que los productos más trabajados. Como resultado, procesarla hasta convertirla en cocaína en Europa reduce las pérdidas si un cargamento es incautado. También supone un mayor margen de beneficio del lado europeo, donde 1.000 kilos de cocaína pueden generar hasta 80 millones de dólares, según un análisis de Global Initiative, una organización no gubernamental enfocada en el crimen organizado.

“El fenómeno se va a extender de forma exponencial debido fundamentalmente a lo rentable del negocio”, subraya a Narcodiario Emilio Rodríguez Ramos, jefe del grupo de policías españoles que descubrieron el laboratorio.

Van Nes, el fiscal neerlandés, asegura que las autoridades en Amberes y Rotterdam se han incautado de mucha más cocaína en los últimos años, y que es lógico que los narcotraficantes reaccionen. Intentan “repartir el riesgo, igual que lo haría cualquier inversor de bolsa sensato”, variando métodos, rutas y puertos. “Entre las organizaciones criminales y las fuerzas de seguridad es el juego de nunca acabar del gato y el ratón”, recalcó.

* Yelle Tieleman (Follow the Money) contribuyó a esta historia

* Análisis de datos por Ignacia Velasco.

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Esta información es parte de NarcoFiles: El nuevo orden criminal, una investigación periodística internacional sobre el crimen organizado global, sus innovaciones, sus tentáculos y quienes lo combaten. El proyecto, dirigido por el consorcio Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP) en colaboración con el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Vorágine y Cerosetenta / 070 comenzó con una filtración de correos electrónicos de la Fiscalía colombiana que se ha compartido con infoLibre y Narcodiario en España y con más de 40 medios de comunicación de todo el mundo. Periodistas de 23 países trabajaron en las investigaciones, principalmente en América Latina, pero también en Europa y Estados Unidos.

A partir de las pistas encontradas en los datos filtrados, los periodistas han elaborado docenas de artículos que revelan las múltiples formas en las que los grupos del crimen organizado evolucionan, se expanden y experimentan en el mundo moderno, dejando nuevas víctimas a su paso.

Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/economia/cocaina-vez-partes-produccion-droga-sale-andes-extiende-centroamerica-europa_1_1632000.html


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