En este año que vengo dedicándole a Virginia Woolf en los tiempos que puedo robarle a las demás cosas que tengo que hacer me encontré con toda clase de libros extraños; la ha estudiado mucha gente, y me atrevo a decir que la ha estudiado gente mucho más lúcida que a otros autores.
Puede no ser accidental: alguien que entiende que Virginia Woolf es uno de los mejores escritores del siglo XX, y no solo un nombrecito para hablar de feminismo de primera oleada, tiene muchas chances de ser una persona inteligente.
Hace unos días descubrí un libro muy curioso, entonces, Mrs. Woolf and the Servants: An Intimate History of Domestic Life in Bloomsbury (“La señora Woolf y los sirvientes: una historia íntima de la vida doméstica en Bloomsbury”).
Su autora, Alison Light, analiza a partir de diarios y correspondencias la relación que Virginia Woolf tuvo con las diversas empleadas y cocineras que la atendieron desde la infancia hasta la madurez.
El libro es cuidadoso en su tono pero no condescendiente: sin dejar de reponer el suficiente contexto para entender que, en la Inglaterra de Virginia Woolf, todas las mujeres eran o bien empleadas o bien patronas de empleadas, ni de aclarar que, en algunos estándares, Virginia y sus amigos de Bloomsbury eran bastante “relajados” para la época (los uniformes y las expresiones de deferencia, por ejemplo, eran evitadas), Light no se priva sin embargo de señalar la ceguera total de Woolf a considerar a las mujeres que la atendían como individuos igual de complejos y valiosos que ella misma. Esa ceguera se quiebra de a ratos, sobre todo en la demanda amorosa de una psiquis tan frágil como la de Woolf (“no le importo en lo más mínimo”, escribió Woolf en su diario sobre la cocinera Nellie, delatando que en el fondo sí esperaba más del vínculo que tenían que una relación puramente instrumental), pero no deja de ser llamativa en el caso de una mujer que estuvo adelantada a su época y varias posteriores en muchísimas otras cosas.
El libro es muy interesante más allá de Woolf, para entender cómo funcionaban las relaciones de clase al interior de las casas en esos años, pero me dejó pensando en otra cosa.
Una habitación propia, el ensayo feminista emblemático de Woolf, es un texto profundamente materialista.
Por supuesto que es un texto burgués, pero lo es en el mejor de los sentidos: en términos marxistas podríamos decir que Woolf reconoce que, en el capitalismo moderno, el dinero estructura de hecho las libertades (expone, así, la ficción ideológica de que se puede ser libre sin disponer de dinero) y que por eso para escribir una mujer necesita, además de la habitación propia del título, un buen ingreso anual.
Lo que me llama la atención de todo esto es que Virginia Woolf pertenecía (como muchos otros pensadores de izquierda de su generación, es cierto) a una clase acomodada: el tipo de gente que hoy día tiene muchas más dificultades no solo para hablar públicamente de dinero, sino para siquiera pensar en todo lo que el dinero permite y en lo imposibles que serían sus vidas sin cantidades industriales de él.
Entiendo que la ayudaba su condición de mujer: es decir, el hecho de que le resultara mucho más difícil que a otros hombres de su clase disponer de su propio dinero probablemente le dio una perspectiva iluminada sobre el asunto, pero así y todo me sorprende lo conectada que podía estar una mujer “fina”, una mujer que efectivamente se pasaba el día quejándose de la empleada, con una sensibilidad y una serie de demandas que excedían por mucho a la de su clase social.
Me sorprende, también, que en sus escritos públicos (no en sus diarios) casi no encuentro cosas que me resulten elitistas o anacrónicas como chica de clase media. Me sorprende, quizás, porque no veo nada parecido hoy, ninguna princesa heroína, ninguna hija ni ningún hijo de la alcurnia conectando de esa manera con la gente por fuera de su universo.
Supongo que el mundo ha cambiado mucho. Los ricos que hoy logran hablarle a la gente son los nuevos ricos, sean traperos, sean artistas, sean políticos.
La clase alta verdadera ya no tiene la capacidad, que tuvo esa misma clase hace cincuenta o quizás más bien cien años, de leer lo que pasa por fuera de sí misma; hay algo generacional, quizás, algo que antes se valoraba de la tradición y los apellidos y de lo que hoy ya no quedan ni rastros por fuera de la endogamia en donde eso importa.
A veces leo o escucho que se utiliza todavía la distinción entre nuevos ricos y old money, pero más como curiosidad que como aspiración: ya a nadie le importa parecer nuevo rico, de hecho casi que se ostenta con orgullo (y está bien, finalmente: desde cuándo tiene más mérito heredar el dinero que hacerlo).
Me cruzo seguido, por mi trabajo, con obras de arte producidas por personas de alcurnia: las hay buenas y malas, pero es quizás notorio que fuera del arte visual (un mundo todavía muy dominado por viejas jerarquías, y en el que no hace falta conectar con un público masivo para triunfar) es raro que esas obras crucen la vara del éxito, aunque sus autores tengan los recursos para pretender que lo han hecho.
Me apena, en algún sentido, no solo porque de las élites han salido cosas maravillosas, sino porque creo que había algo valioso y que hace falta recuperar, en esta época identitaria, de la sana costumbre de pensar para otros (hoy le dicen hablar por otros y aparentemente es un pecado grave).
Nunca me interpelaron los argumentos del estilo “no tenés útero, entonces no opines” sobre el aborto; no me seduce tampoco la empatía como único concepto para pensar políticamente con otros, como si la única contribución valiosa que pudiéramos hacer en el pensamiento de la opresión o la justicia fuera intentar entender el pensamiento de la víctima.
Me interesa más la idea de un mundo en el que todos tratamos, efectivamente, de pensar con otros y para otros, sin que haya que tener al día el carnet de oprimido para participar de la discusión democrática.
Por supuesto, esto solo funciona cuando hay genuina imaginación, palabra que ojalá reemplazara a la empatía en estas discusiones: la imaginación que tuvo el burgués Marx o la señora Woolf. Se puede, siempre les digo a mis alumnos, hablar desde una posición privilegiada y hablar para otros: por supuesto, más difícil será cuanto más lejos estés del común de la gente, pero creo que es posible y necesario reconocer y enfrentar ese desafío para todos los que en alguno de mil clivajes que existen quedamos del lado del opresor.
Lo que sale mal, lo que te deja fuera de todas las grietas que siguen importando en el mundo, es hacerlo sin ninguna creatividad.
TT
Fuente de esta noticia: https://www.eldiarioar.com/opinion/pensar_1_10639273.html
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