Que Bolivia se abra al mundo y comercie con la mayor cantidad posible de países, no solo es algo deseable, sino, la forma idónea para garantizar su estabilidad futura, un crecimiento sostenido y la mejora de la calidad de vida de sus habitantes. Hay muchos ejemplos que corroboran este planteamiento, v. gr., los países que han hecho del comercio exterior un instrumento para su desarrollo, tal el caso de las naciones asiáticas emergentes.
Exportar más para obtener divisas, por una parte, y sustituir la importación de lo que se pueda producir competitivamente para ahorrar dólares, por otra, dará como resultado un mayor crecimiento del Producto Interno Bruto, más empleos e ingresos para el Estado y una importante diversificación económica.
Bajo este razonamiento, Bolivia tiene inmejorables condiciones para avanzar a corto plazo en dos campos que resultan altamente estratégicos para cualquier país en el mundo, al extremo que muchos los protegen e incentivan, vinculándolos al concepto de “seguridad nacional”, me refiero a los sectores alimentario y energético, ya que sin alimentos y sin combustible, la gente sufre.
Lo que hoy es una doble preocupación en el país -la relativa escasez de dólares y la alta dependencia de la importación de combustibles fósiles- bien podría convertirse, si se toman las medidas adecuadas, aquí y ahora, en otra realidad a corto y mediano plazo; la solución en ambos casos tiene que ver con los sectores agropecuario/agroindustrial y forestal/maderero en una virtuosa combinación.
En cuanto respecta a generar más dólares, está la posibilidad de producir más y mejores alimentos, utilizando la biotecnología para lograr mayores rendimientos en la misma superficie de terreno, primero, sin renunciar a la ampliación del área de siembra con estricto cumplimiento del Plan de Uso de Suelo (PLUS) para garantizar la sostenibilidad agrícola, respetando el medio ambiente. Tal actividad podría combinarse con el sector pecuario y forestal/maderero, con esquemas de producción silvopastoril -como se hace en otros países- y, con la agroindustria, para la agregación de valor con la industrialización de las materias primas.
El mundo precisa hoy más alimentos que ayer y mañana necesitará muchos más, de ahí que apostar por una mayor producción agropecuaria/agroindustrial, es una apuesta segura. Pero, la actividad agropecuaria y forestal/maderera no solo podría contribuir a un mayor ingreso de dólares a través de la exportación, sino, a sustituir importaciones, p. ej., de combustibles fósiles, como gasolina y diésel. La utilización de materias primas para producir biocombustibles se puede dar a partir de cultivos agrícolas (Brasil y Argentina son campeones en este campo) como también del sector forestal/maderero, que podría aportar con biomasa para la fabricación de combustibles celulósicos de segunda generación.
En nuestras manos está hacerlo, teniendo en claro que en los actuales momentos, la “suma cero” no le conviene a Bolivia (p. ej., dejar de exportar aceite de soya, para producir biodiésel), como tampoco, “desvestir un santo, para vestir a otro santo” (sustituir la importación, sacrificando la exportación), de ahí que, una coordinación público-privada resulta definitivamente inexcusable, a tal efecto.
Que Bolivia tiene que apostar por la exportación sostenida, sostenible y renovable, para retornar a un escenario de normalidad en cuanto a la disposición de dólares en el mercado, está fuera de discusión.
Fuera de toda discusión, también está, que el país, por mucho tiempo aún, tendrá que seguir consumiendo combustibles líquidos, por lo que el incremento del uso del bioetanol, sobre la base de un contrato de mediano plazo con las garantías de mercado y precio, es deseable. Así también, prever que el avance en la producción de biodiésel por parte del Estado fomente el cultivo de mejores materias primas energéticas que la soya, mientras que para el tiempo de transición ¿por qué no pensar en una “soya adicional dedicada”, a la par que se desarrollan cultivos alternativos, incentivando a que el sector privado pueda producir biodiésel, como ocurre con el bioetanol a partir de la caña de azúcar y el sorgo?
¿Por qué no pensar en esquemas de promoción de cultivos de materias energéticas eficientes y rentables asociadas a una mayor forestación y producción de alimentos, al mismo tiempo? Es posible y hay que hacerlo, siendo que entre lo positivo de producir biocombustibles está la posibilidad de disminuir la migración campo-ciudad; crear nuevas fuentes de empleo; mayores ingresos en el campo; recuperar tierras erosionadas; activar tierras abandonadas y, obtener ingresos por la mitigación de la emisión de Gases de Efecto Invernadero.
En 2008, IBCE y CAINCO entregaron un estudio de 400 páginas titulado “Biocombustibles Sostenibles en Bolivia”, cuyo desafiante colofón fue: “Generar biocombustibles respetando el medioambiente y la biodiversidad, produciendo más alimentos con equidad social, es posible”. ¡De nosotros depende hacerlo!
Fuente de esta noticias es El Deber: Leer más