Investigar sobre la vida personal de figuras notables de la historia en sus diferentes circunstancias, entre ellas la amistad, plantea un enorme desafío. En el caso del gran almirante del Perú, don Miguel Grau Seminario, existe importante información al respecto. Según el ilustre historiador don José Agustín de la Puente Candamo en su biografía monumental del hijo más querido de la patria, “hay pruebas suficientes para afirmar que Grau es leal como amigo, franco, agradecido, generoso y cordial” (2003). El mejor de sus amigos fue el contralmirante Lizardo Montero, compañero de aventuras juveniles y revolucionarias a bordo. Pero más allá de las cubiertas de los buques, el Caballero de los Mares hizo muchos y muy buenos amigos; entre ellos, Juan Francisco Pazos Monasi (1836-1902).
Estas líneas nacen del ánimo de rememorar la gran amistad que los unió y que probablemente surgiese en tiempos de la guerra con España, días en los que Grau adquirió importante notoriedad que se acentuó durante el juicio militar por la cuestión Tucker seguido en 1867 contra él y contra Lizardo Montero, Aurelio García y García y Manuel Ferreyros, los llamados cuatro ases de la Marina. Este caso fue muy ventilado en la prensa capitalina, de la que Pazos era importante exponente por aquella época.
Sostiene el político e historiador Luis Antonio Eguiguren Escudero, presidente del Congreso Constituyente de la República del Perú (1931-1932), en su obra “Leyendas y curiosidades de la historia del Perú” (1946), que don Juan Francisco perteneció al círculo de amigos íntimos del Peruano del Milenio y destacó como abogado, periodista y hombre público. Refiere “El Perú Ilustrado” (1889) que hizo sus primeros estudios en París. Más tarde, al retornar a su patria, continuó su formación académica en el Convictorio de San Carlos, donde se graduó como abogado y posteriormente tuvo a su cargo la cátedra de Derecho Internacional Positivo, según el historiador Ricardo Cubas Ramacciotti (2017). Cronista del diario El Comercio desde 1859, fundó el diario “El Nacional” en 1865, como refiere Carlos Miró Quesada Laos en “Historia del periodismo peruano” (1957). Fue diputado constituyente, alcalde de Barranco, ministro de Hacienda en 1879 y ministro de Justicia en 1886.
Tras la caída de Lima en enero de 1881, el doctor Pazos y otras figuras notables fueron deportados a Chile (secuestrados para ser más exactos), muchos por negarse a pagar “cupos de guerra”.
Volviendo a la amistad Grau-Pazos, el genealogista Felipe A. Barreda, en su obra “El Caballero de los Mares” (1951), refiere que don Juan Francisco fue padrino de Carlos Grau Cabero (1874-1940), sexto hijo de su gran amigo. Pazos sería una de las personas que más se preocuparon por la situación de los Grau-Cabero tras la heroica inmolación del padre de familia. Refiere Barreda que en 1889 Juan Francisco Pazos era propietario de la hacienda Lince –hoy distrito de Lima– y de las tierras colindantes, y se las vendió a un precio ínfimo a la viuda de Grau, Dolores Cabero, para que se hiciese de un capital importante.
Juan Francisco Pazos Monasi falleció en Lima en 1902 a los 66 años. Tres de sus hijos destacaron en diferentes disciplinas del saber. Juan Francisco fue como su padre, abogado, periodista, político e historiador, mientras que Jorge y Ricardo destacaron en la medicina, principalmente este último, que es considerado padre de la especialidad de urología y fue dos veces decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos.
Lo único material que conservo de él es su misal, firmado de su puño y letra en 1894, que pasó a manos de su hijo Ricardo y de este a su hijo Ricardo Pazos Freire, nieto también del capitán de navío Ramón Freire Goytizolo, tercer jefe del monitor Huáscar el 21 de mayo de 1879, “el día de la victoria y el honor naval” a órdenes del capitán de navío Miguel Grau. La hija mayor de Ricardo hijo, Amalia Pazos, mi madre, me lo dio en su recuerdo.
No sabemos cuándo fue la última vez que Juan Francisco estrechó la mano y se fundió en un gran abrazo con su amigo íntimo Miguel. Tal vez fue en el homenaje que se le hizo al comandante del Huáscar en el Club Nacional, o en otro de los tantos que le hicieron durante la campaña naval de 1879 al recalar en el Callao, o tal vez en una cena en la calle Belén 1066, donde vivía Juan Francisco con su esposa Isabel Varela Salvi con sus 12 hijos, a pocos metros de la antigua estación San Juan de Dios, hoy plaza San Martín, donde funcionó en los años 60 el restaurante El Tambo de Oro. Difícil precisarlo, pero es de suponer que la preocupación de Juan Francisco por la suerte de su amigo y compadre estuvo presente en sus pensamientos y que debió sentir una profunda tristeza cuando llegó la devastadora noticia para el Perú de la muerte de Miguel en Angamos, hoy hace 144 años.
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