La recuperación del terreno refuerza los planes de Turquía en el Cáucaso, rebaja el peso regional de Rusia y permite a Occidente tender la mano a Armenia, hasta ahora aliada de Moscú.
El conflicto de más de tres décadas en la separatista Nagorno-Karabaj ya no interesaba a nadie más allá de Azerbaiyán y Armenia, que se disputaban desde tiempos soviéticos el control de este enclave de etnia armenia situado en territorio azerbaiyano. El golpe de timón propinado a esta crisis de 35 años por la ofensiva azerbaiyana de esta semana cambia todo el panorama en una región de gran importancia geopolítica.
Tras la demoledora operación relámpago lanzada esta semana por el ejército azerbaiyano en Nagorno-Karabaj, los armenios étnicos rebeldes no han tenido otra posibilidad que la rendición y el desarme, aceptado también por sus protectores de Ereván y recomendado por Moscú.
La comunidad internacional siempre había reconocido a Nagorno-Karabaj como parte de Azerbaiyán, pero el control real lo ejercía Armenia. Desde 1988, casi 35 años de guerras intermitentes, armisticios violados una y otra vez, limpiezas étnicas, cerca de 40.000 muertos y más de 600.000 refugiados habían dejado un agujero de inestabilidad en una de las encrucijadas clave entre Asia y Europa.
La derrota armenia de esta semana se fraguó ya en 2020, cuando Azerbaiyán recuperó amplias áreas de Nagorno-Karabaj en la enésima guerra en la zona. Era la doble revancha por la rotunda derrota de 1994, cuando Armenia consolidó su control de Nagorno Karabaj y además se apoderó de numerosos distritos en torno al enclave separatista.
Pero en 2020 ya se vaticinaba lo que acabaría de ocurrir esta semana. La superioridad del ejército azerbaiyano, armado con los pingües beneficios de los hidrocarburos del mar Caspio, y la pasividad del contingente de paz ruso auguraban el desastre.
El acuerdo alcanzado finalmente en Yevlax el pasado 21 de septiembre entre armenios y azerbaiyanos obliga a la retirada de las tropas armenias que quedaban en Nagorno Karabaj, El pacto también exige el desarme y disolución de los grupos locales de paramilitares armenios.
Un gran problema que ahora tienen los Gobiernos de Bakú y Ereván es el de coordinar la previsible desbandada de refugiados armenios que dejarán Nagorno Karabaj, su asentamiento en Armenia y la vuelta de los miles de azerbaiyanos que, desde que comenzó el conflicto, dejaron la región separatista.
Tras la guerra de 2020, la población de cerca de 120.000 armenios étnicos de Nagorno Karabaj había quedado prácticamente aislada, pues los azerbaiyanos cortaron el paso de Lachin, una carretera clave para el enlace con Armenia y la llegada de bienes básicos. Organizaciones internacionales de derechos humanos denunciaron ese bloqueo y la imposibilidad de acceder a la maltratada región con ayuda humanitaria.
El castigo ruso a los coqueteos de Ereván con Occidente
Ereván ha acusado a Moscú de conocer de antemano los planes de Bakú para lanzar esta operación relámpago e ignorar los requerimientos armenios para activar la alianza militar de la que ambos países forman parte, el Tratado de Seguridad Colectiva, del que no es miembro Azerbaiyán.
Pero el Kremlin hizo oídos sordos a la petición de ayuda armenia y optó por concluir un conflicto que insistía en desestabilizar el sur del Cáucaso y las fronteras meridionales de Rusia. De paso, daba un aviso contundente a los armenios por sus crecientes devaneos con Occidente.
El pasado 11 de septiembre arrancaron en Armenia unas maniobras muy significativas. Unos 85 militares estadounidenses y 175 efectivos armenios compartieron algunos de los entrenamientos estándar para operaciones de pacificación de la OTAN, organización que ha incrementado sus relaciones con Armenia.
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, había indicado que estos ejercicios y la decisión de Armenia de participar en actividades semejantes con fuerzas de seguridad y militares de Occidente requerían un “análisis muy profundo”.
Solo hubo un aviso. La semana pasada, el Kremlin convocó al embajador armenio en Moscú para manifestarle su preocupación por los “pasos inamistosos” que estaba dando su país.
El 19 de septiembre, un día antes del previsto punto final de las maniobras armenio-estadounidenses, el ejército azerbaiyano atacó Nagorno-Karabaj. El primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, acusó a sus “socios rusos”, aliados desde la caída de la URSS, de no alertar a su gobierno sobre los planes en marcha de Azerbaiyán.
No parece que simplemente los rusos se olvidaran de marcar el teléfono de Pashinyan.
Seguramente tuvieron en cuenta otros factores, como que este mes Armenia envió por primera vez ayuda humanitaria a Ucrania o que el Parlamento armenio estaba a punto de ratificar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI). Ese paso obligará a la justicia armenia a ordenar la detención del presidente ruso, Vladímir Putin, si aparece por Ereván. Putin tiene una orden de detención por la CPI por presuntos crímenes de guerra cometidos en Ucrania.
Nueva partida en el ajedrez del Cáucaso
En todo caso, la ventana abierta para solucionar un conflicto que provocó una de las peores crisis de enfrentamientos étnicos desde el colapso de la URSS abre ahora una nueva era en el Cáucaso, con numerosos actores listos para tomar ventaja de la situación.
La aparente desidia de Rusia a la hora de influir en los acontecimientos ocurridos en la última semana esconde movimientos diplomáticos bajo el tapete y desde luego no afloja el pulso geopolítico entre Washington y Moscú por la influencia en una región que es balcón privilegiado hacia Oriente Medio y clave para el trasiego de hidrocarburos desde la cuenca del mar Caspio.
Y no hay que olvidar que el mandato de las fuerzas de paz rusas en Nagorno Karabaj, integradas por 2.000 efectivos, termina en 2025. Salvo que haya algún cambio en ese acuerdo, Moscú mantendrá una palanca de presión en Azerbaiyán que seguramente no gusta mucho en Bakú.
Azerbaiyán, la estrella regional
Azerbaiyán tiene ahora una oportunidad para completar su reunificación y dedicar muchos de los recursos que había empleado en el conflicto con Armenia para asegurar su papel de puente entre Turquía y algunos países del Golfo Pérsico con el Asia Central exsoviético, de manos de la cooperación energética.
También es un elemento de contención de la estrategia iraní en el Caspio. Las buenas relaciones entre Azerbaiyán e Israel son un creciente elemento de preocupación para Teherán. Cuando se desató el martes la ofensiva azerbaiyana, el Gobierno iraní llegó a acusar a “los sionistas” de Tel Aviv de estar detrás de la operación y advirtió a los israelíes de que debían abstenerse de apoyar movimiento alguno de fronteras en la región.
El nuevo ímpetu de Azerbaiyán en la región llevará a acercar si cabe más a Irán con Rusia. La competencia por los recursos de la cuenca del Caspio nunca fue un motivo de fricción entre Moscú y Teherán; al contrario siempre cerraron filas ante los proyectos energéticos de Azerbaiyán, tras los que se veía la mano de Estados Unidos y Europa, como el oleoducto Bakú-Ceyhan.
El apoyo indirecto de Irán a Rusia en la guerra de Ucrania ha afianzado si cabe más esos lazos, aunque al tiempo ha atraído si cabe más el interés de Estados Unidos en la zona y ahora la orfandad de Armenia abre oportunidades que Washington no puede desaprovechar.
La oportunidad de Occidente en Armenia
El lobby armenio en el Congreso y entre las oligarquías empresariales estadounidenses mirará con mucha atención los pasos que dé la Casa Blanca en los meses próximos respecto a Armenia. Las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 de nuevo jugarán un importante papel en la política exterior estadounidense también en este rincón perdido entre Europa y Asia.
Una eventual entrada en la UE es hoy día solo un sueño muy, muy lejano, para los armenios, pero en Ereván las aspiraciones europeístas parecen ya más sugerentes que una alianza con Rusia que solo ha traído vanas promesas y apenas ayuda en esa guerra heredada de tiempos soviéticos. El anuncio reciente de Bruselas de que abrirá sus puertas a muchos más miembros de cara al 2030 sin duda hizo soñar a muchos armenios.
A Europa le interesaría mucho que una Armenia sin influencia rusa se llevara bien con Azerbaiyán para aumentar las rutas de transporte del gas y petróleo del Caspio hacia Occidente. La UE importa de Azerbaiyán más de 8.000 millones de metros cúbicos de gas al año, imprescindibles ahora que se ha perdido la mayor parte del suministro ruso por la guerra de Ucrania.
El gambito turco de Rusia
Pero la potencia que tiene más que decir en este Gran Juego del Cáucaso es Turquía, aliada de Azerbaiyán y posiblemente una de las razones por las que Rusia ha respaldado este acuerdo de paz que perjudica a sus viejos aliados armenios.
El mismo día del ataque azerbaiyano a Nagorno Karabaj, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en su comparecencia ante la Asamblea General de Naciones Unidas, manifestó el apoyo de su país a los pasos dados por Azerbaiyán para proteger su integridad territorial. Las cartas empezaban a ponerse encima de la mesa.
Aunque los ciudadanos armenios se manifestaban contra el primer ministro Pashinyan y la pasividad de las fuerzas de paz rusas, en realidad Moscú movía sus cartas diplomáticas en la sombra para impedir una masacre y de paso contentar a los turcos, los últimos amigos que le quedan a Rusia en Europa.
Turquía, una potencia regional que negocia con todos y en última instancia juega para sí misma, es la última garantía que le queda a Rusia para abrir una mesa de negociaciones si las cosas se dan mal en la guerra de Ucrania.
Llegado el momento, serán los turcos sus interlocutores ante británicos y estadounidenses, y será el peso de Turquía en la geopolítica del Mar Negro, el Mediterráneo y Asia Central la que permita alcanzar un eventual acuerdo in extremis si es necesario pasar por encima de los propios intereses ucranianos. En ese caso, le habrá merecido la pena a Moscú sacrificar el peón armenio.
23/09/2023
Fuente de esta noticias es del Diario Publimetro Argentina: Leer más
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