
En Uruguay, para una parte significativa de los jóvenes, el futuro no se imagina como un proyecto a construir aquí, sino como una valija que tarde o temprano habrá que armar. Pensar en irse al exterior dejó de ser una excepción para transformarse en una posibilidad concreta, casi naturalizada, dentro de las conversaciones cotidianas. No siempre es un deseo; muchas veces es una estrategia de supervivencia frente a un horizonte que se percibe estrecho, incierto y poco estimulante.
El país se enorgullece de su estabilidad institucional, de su sistema democrático y de ciertos indicadores sociales que lo distinguen en la región. Sin embargo, esa estabilidad convive con un mercado laboral rígido, salarios que pierden poder adquisitivo, dificultades de acceso a la vivienda y trayectorias educativas que no siempre dialogan con las oportunidades reales de inserción. Para muchos jóvenes, el esfuerzo no garantiza progreso, y el mérito parece no traducirse en movilidad social.
La emigración juvenil no responde únicamente a razones económicas. Hay una dimensión simbólica profunda: la sensación de estancamiento, la falta de perspectivas de crecimiento personal y profesional, y una cultura que muchas veces desalienta el riesgo, la innovación y el emprendimiento. Mientras otros países disputan talento ofreciendo condiciones, Uruguay parece resignarse a formar jóvenes para que desarrollen su potencial en otros territorios.
Esta dinámica tiene consecuencias que van más allá de lo individual. Cada joven que se va representa una pérdida de capital humano, de diversidad y de energía social. En un país que envejece aceleradamente, la salida sostenida de jóvenes compromete el sistema productivo, la sostenibilidad del Estado de bienestar y la vitalidad democrática. No se trata de culpar a quienes deciden irse, sino de interpelar a un modelo que no logra retenerlos.
El desafío es político, económico y cultural. Implica repensar las políticas de empleo juvenil, facilitar el acceso a la vivienda, apostar en serio por la innovación y el conocimiento, y construir un relato de país que vuelva a ser convocante. Pero también requiere escuchar a los jóvenes, comprender sus expectativas y aceptar que ya no alcanza con prometer estabilidad: hoy se demandan oportunidades, reconocimiento y futuro.
Uruguay no puede conformarse con ser un buen lugar para crecer si no es también un buen lugar para quedarse. Cuando una generación entera piensa su destino lejos, el problema no está en quienes se van, sino en un país que aún no logra ofrecer razones suficientes para que sus jóvenes quieran quedarse.
Camila Jimenez
Fuente de esta noticia: https://grupormultimedio.com/cuando-el-futuro-se-piensa-lejos-id179376/
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