
Después de los cosméticos, la pregunta lógica es inevitable: si labiales y sombras vendidos legalmente pueden contener metales pesados, ¿qué otros productos cotidianos podrían hacerlo también? La respuesta no es tranquilizadora. Los metales pesados no se limitan a una sola industria, aparecen como impurezas, residuos de fabricación o contaminantes ambientales en objetos y alimentos de uso diario. La mayoría de las veces no están ahí por intención directa, sino por fallas en controles, procesos antiguos o contaminación del entorno, lo que los vuelve difíciles de detectar para el consumidor.
El riesgo silencioso que empieza en la cocina
Uno de los focos más constantes de exposición son los utensilios de cocina. Ollas y sartenes de aluminio de baja calidad pueden contener plomo, cadmio o níquel, especialmente cuando provienen de procesos de reciclaje mal controlados. En el caso de la vajilla, ciertas cerámicas y lozas utilizan esmaltes con plomo para lograr acabados brillantes y resistentes al agua, una práctica que sigue presente en productos artesanales o sin certificación.
El problema aparece cuando estos materiales entran en contacto con alimentos calientes, ácidos o grasos, ya que los metales pueden migrar a la comida. La exposición no suele ser inmediata ni evidente, pero el consumo repetido favorece la acumulación en el organismo, especialmente en huesos y tejidos.
La contaminación que también se come
La presencia de metales pesados en alimentos no siempre tiene que ver con el producto en sí, sino con el entorno en el que se cultiva o procesa. El arroz, por ejemplo, puede contener arsénico inorgánico cuando se cultiva en suelos o aguas contaminadas. Organismos como la FAO y la OMS han documentado este fenómeno en distintos países.

Otros productos donde se han detectado plomo y cadmio incluyen chocolate, jugos de frutas, cereales, verduras de hoja verde y tubérculos. En pescados grandes como el atún o el pez espada, el riesgo es la bioacumulación de mercurio a lo largo de la cadena alimenticia. No se trata de alimentos “peligrosos” por sí mismos, sino de sistemas de producción expuestos a contaminación ambiental persistente.
Productos del hogar que pasan desapercibidos
Dentro del hogar existen varios objetos que pueden contener metales pesados sin levantar sospechas. Las bombillas fluorescentes, por ejemplo, contienen pequeñas cantidades de mercurio, motivo por el cual requieren manejo especial al romperse o desecharse. Las pinturas antiguas, especialmente las fabricadas antes de regulaciones modernas, pueden tener altos niveles de plomo.

También entran en esta categoría tuberías viejas, muebles pintados hace décadas y algunos accesorios metálicos decorativos. Aunque muchos países han avanzado en regulaciones, gran parte de la infraestructura doméstica sigue arrastrando materiales del pasado, lo que mantiene activa la exposición.
Cuando la energía también deja residuos tóxicos
Las baterías siguen siendo una de las principales fuentes de uso industrial de plomo. Las baterías de plomo-ácido se utilizan en automóviles, sistemas de respaldo energético y equipos industriales, pero también están presentes de forma indirecta en entornos urbanos y domésticos.

El riesgo no suele estar en el uso normal, sino en la gestión inadecuada de residuos. Cuando las baterías se rompen, se desechan incorrectamente o terminan en reciclajes informales, el plomo puede liberarse al aire, al suelo y al agua, afectando a comunidades enteras.
¿Por qué la acumulación es el verdadero problema?
A diferencia de otros contaminantes, los metales pesados no se eliminan fácilmente del cuerpo. Se acumulan con el tiempo y pueden afectar distintos sistemas: el plomo al sistema nervioso, el mercurio al sistema neurológico y digestivo, el cadmio a los riñones y pulmones, y el arsénico está asociado con distintos tipos de cáncer. La Organización Mundial de la Salud ha sido clara: no existe un nivel seguro de exposición al plomo. El riesgo no está en un solo producto, sino en la suma de pequeñas exposiciones diarias que pasan inadvertidas durante años.

Los metales pesados no son una amenaza lejana ni exclusiva de escenarios industriales extremos: forman parte del entorno cotidiano a través de productos comunes, alimentos y objetos del hogar. Entender dónde aparecen y por qué llegan ahí permite mirar con más atención lo que usamos y consumimos a diario. La exposición silenciosa es la más difícil de detectar, y justo por eso es la que más tiempo permanece sin cuestionarse. ¿Cuántas de estas fuentes siguen normalizadas simplemente porque siempre han estado ahí?
Carolina Gutiérrez Argüelles
Fuente de esta noticia: https://ecoosfera.com/wellness/otros-productos-uso-diario-metales-pesados/
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