
Todo comienza con un derrumbe. Emma, actriz asediada por sus incertidumbres, interpreta a Nina en La gaviota cuando el cuerpo le dice basta. Va demasiado drogada, demasiado al borde, demasiado consciente de que su vida ha ido por caminos que no domina. “A mí habría que matarme”, enuncia siguiendo el texto, pero también confesando una verdad íntima. Y colapsa. Ese instante, mitad caída física, mitad renuncia existencial, inaugura su ingreso en una clínica de desintoxicación que Messiez convierte en un territorio fluctuante entre lo real y lo alucinatorio.
En ese lugar suspendido —ni refugio ni infierno, más bien ambos a la vez— Emma convive con pacientes y terapeutas en un microcosmos que revela una generación entera en busca de sentido. Personas, lugares y cosas dibuja ese movimiento incesante hacia una pregunta que nunca del todo se formula: ¿cómo volver a estar aquí después de tanto tiempo deseando desaparecer? Macmillan no entrega certezas, y Messiez tampoco pretende hacerlo. “La obra se cierra con un ‘Por qué’ suspendido en el aire”, recuerda el director, empeñado en mostrar la complejidad, el absurdo y la maravilla de seguir vivos. Para él, la protagonista sabe que la vida es tan verdadera —o tan irreal— como el teatro; un pacto mutable, una ficción que uno puede reescribir si asume el vértigo de hacerlo.
intensidad, entregándose a un personaje que se rompe y recompone sin descanso. Junto a ella, un elenco coral sostiene el latido colectivo de la obra: Javier Ballesteros, Tomás del Estal, Brays Efe, Sonia Almarcha, Claudia Faci, Daniel Jumillas, Mónica Acevedo, Blanca Javaloy, Manuel Egozkue y Josefina Gorostiza —quien además firma el movimiento escénico— encarnan ese laberinto humano donde cada herida encuentra su eco.
El equipo artístico consolida el universo sensorial que envuelve la función: Max Glaenzel se encarga de la escenografía, Silvia Delagneau del vestuario, Carlos Marquerie de la iluminación y Óscar G. Villegas del espacio sonoro y la música original. La producción corre a cargo de Mogambo y el Teatro Español, con la colaboración del Teatro Calderón de Valladolid, y cuenta con el asesoramiento de especialistas en adicciones como Ruy Arroyo, fundador de Charlas Adictivas.

La obra, de aproximadamente 140 minutos con pausa, se arma alrededor de una acción mínima pero radical: escuchar. Escuchar para dejar de mirarse un segundo, escuchar para reconocerse en el otro, escuchar para descubrir que el dolor —compartido, articulado, dicho en voz alta— puede perder filo. Emma lo sintetiza con una frase que, en boca de Messiez y Macmillan, funciona casi como respiración: “Estoy aquí. Estás aquí. Estamos aquí”. En esa constatación, frágil y luminosa, algo se calma. Algo empieza.

Redacción
Fuente de esta noticia: https://urbanbeatcontenidos.es/personas-lugares-y-cosas/
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