
CUANDO EL ABANDONO DEJA HUELLA EN EL CUERPO.
La obesidad es un fenómeno complejo que ha sido tradicionalmente explicado desde lo biológico, lo nutricional o lo conductual. Sin embargo, en los últimos años la psicología ha puesto la mirada en otro aspecto clave: las heridas emocionales de la infancia y cómo estas moldean la relación con la comida, con el cuerpo y con el amor propio.
Entre estas heridas, una de las más determinantes es la herida del abandono.
La herida del abandono: cuando la presencia afectiva fue insuficiente.
El abandono no es únicamente la ausencia física de un cuidador. Es también:
-Falta de atención emocional.
-Sentirse ignorado o no visto.
-Crecer con inestabilidad afectiva.
-Experimentar amor condicionado.
Cuando estas experiencias se viven en etapas tempranas, el niño desarrolla una profunda sensación de vacío y miedo a la soledad. Para sobrevivir emocionalmente, crea mecanismos de compensación que pueden incluir la comida como refugio seguro.
Comer se vuelve un abrazo que nunca llegó. La comida se convierte en compañía cuando el afecto fue intermitente o ausente.
¿Cómo la herida del abandono puede conducir a la obesidad?
Desde una perspectiva emocional, la persona con esta herida aprende que:
-Comer calma la angustia interna.
-La comida es un sustituto del amor.
-El cuerpo grande “retiene” a otros y evita ser abandonado.
-La grasa funciona como una barrera protectora frente al dolor.
Esto puede manifestarse en:
- Hambre emocional: Comer sin hambre física, especialmente en momentos de ansiedad, tristeza o incertidumbre.
- Compulsión y culpa: Ciclos de atracones seguidos de arrepentimiento, reforzando la baja autoestima.
- Apego al placer inmediato: Uso de alimentos altos en azúcar y grasa para generar dopamina y aliviar la soledad.
- Autocastigo corporal: Creencias del tipo: “No merezco verme bien o que me amen”.
Consecuencias emocionales y físicas.
- La obesidad, en este contexto, no solo afecta la salud cardio metabólica, la movilidad o la respiración. También impacta profundamente en:
- Autoimagen negativa: el cuerpo se convierte en el enemigo visible.
- Relaciones afectivas marcadas por el miedo a ser abandonado nuevamente.
- Aislamiento social y vergüenza corporal.
- Sofocar el dolor con comida perpetúa el círculo de sufrimiento.
- La herida inicial se reactiva en la adultez: lo que fue abandono, ahora se vive como autocastigo.
Medidas de afrontamiento y sanación:
Superar este vínculo entre peso y abandono implica un proceso integral:
- Terapia emocional profunda: Especialmente enfoques basados en:
-Terapia de trauma y apego
-Enfoques cognitivo-conductuales sobre la relación con la comida
Objetivo: desactivar el hambre emocional y sanar la herida afectiva.
- Reconstrucción del amor propio:
-Practicar autocompasión
-Afirmaciones que refuercen el merecimiento
-Ritualizar el autocuidado físico y emocional
-El cuerpo deja de ser enemigo para convertirse en hogar.
- Alimentación consciente:
-Reconocer señales reales de hambre y saciedad
-Elegir alimentos por bienestar y no por carencia
-Romper las dietas restrictivas que aumentan culpa y ansiedad
- Movimiento desde el placer, no desde el castigo:
-Actividades que conecten con la vida (bailar, caminar, nadar)
-Celebrar cada avance sin comparaciones
- Tejer vínculos seguros: El amor presente y sano reprograma el miedo primario al abandono.
La relación con el otro también transforma la relación con la comida.
Cuando el cuerpo cuenta la historia que el corazón no pudo decir.
La obesidad, más allá de los diagnósticos médicos y los factores visibles, puede ser también la expresión de historias emocionales que quedaron sin narrar. Muchas personas que viven con exceso de peso crecieron en entornos donde el amor, la atención o la seguridad emocional fueron inestables. Allí nació una herida: la herida del abandono.
El niño que se siente abandonado (por ausencia física o emocional de sus figuras de cuidado) desarrolla una idea inconsciente:
“No soy suficiente para que se queden. No merezco ser amado tal como soy.” Y entonces, para sobrevivir, su cuerpo comienza a hablar por él.
Si no hay brazos que lo contengan, la comida aparece como el abrazo disponible.
Si no hay palabras que lo reconforten, el azúcar se convierte en el consuelo inmediato.
Si no hay figura estable que calme su ansiedad, la grasa corporal se vuelve una protección contra el miedo, la soledad o el dolor.
En la adultez, esa estrategia infantil continúa funcionando… aunque ya no haga falta. La persona come para llenar vacíos, para evitar el dolor, para no sentir la soledad, para silenciar la angustia. A veces incluso para no ser vista o deseada, porque en algún momento aprendió que la atención también podía doler.
El cuerpo entonces se convierte en un escudo:
-Escudo contra nuevas heridas
-Escudo contra la mirada ajena
-Escudo contra recordar lo que dolió tanto
Porque estar en un cuerpo grande puede sentirse, paradójicamente, más seguro que estar expuesto emocionalmente.
Pero llega un día en que el cuerpo ya no puede cargar tanta historia sin explicarla. Y es allí donde surge un despertar profundo:
La verdadera transformación no comienza en un gimnasio ni en una dieta estricta.
Comienza en el corazón:
cuando te permites sentir lo que dolió,
cuando consuelas a tu niño interior,
cuando aprendes a escucharte con amor.
Solo así el cuerpo puede dejar de cargar batallas que ya no existen.
Solo así el peso empieza a soltarse junto con la historia que lo sostenía.
Sanar la obesidad es sanar la historia emocional que la originó.
El proceso no es bajar kilos:
es recuperar el derecho a ser amado, cuidado y suficiente.
“Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien”. Salmo 139:13-14 (RVR1960)
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