
La discusión sobre cómo se construye la paz en Uruguay vuelve a ponerse en primer plano cada vez que aparece un gesto, una declaración o una intención política de revisar la situación de los represores condenados por crímenes de lesa humanidad. Y esta vez, como tantas otras, es necesario recordar una verdad incómoda: en Uruguay no hubo, ni hay, paz verdadera mientras persista la impunidad.
La paz no es silencio. No es “pasar la página”. No es un pacto tácito para evitar conflictos. La paz democrática se sostiene sobre tres pilares inseparables: verdad, justicia y memoria. Y cuando uno de ellos falta —como ha faltado durante décadas— lo que se construye no es paz, sino una convivencia frágil, agujereada, donde las heridas nunca terminan de cerrar.
Uruguay logró estabilidad democrática, sí. Logró institucionalidad, sí. Pero no logró resolver su relación con el pasado dictatorial. A diferencia de otras transiciones latinoamericanas, donde los procesos de verdad y justicia avanzaron de manera más firme, aquí se consolidó una lógica peligrosa: la estabilidad como excusa para no tocar el núcleo del problema.
La Ley de Caducidad, la tibieza del sistema político, la presión de las Fuerzas Armadas y la utilización electoral del tema hicieron que durante años la verdad quedara en suspenso y la justicia, condicionada. Uruguay eligió evitar el conflicto en vez de enfrentarlo. Y esa elección sigue marcando el presente.
Es correcto y necesario decirlo con claridad no se trabajó con la contundencia necesaria para avanzar en verdad y justicia.
Reconciliar sin verdad es encubrir. Reconciliar sin justicia es entregar. Reconciliar sin memoria es pactar con el olvido. Esa es la verdad que el sistema político evita cada vez que el tema derechos humanos vuelve a la agenda.
La paz no es una foto institucional ni un discurso amable en la Torre Ejecutiva. La paz es un acto político de valentía: romper el pacto de silencio, obligar a las Fuerzas Armadas a entregar información, desclasificar todo archivo sin excepción, y sostener la justicia sin buscar atajos ni beneficios por edad, salud o conveniencia electoral.
Uruguay merece algo mejor que esta paz frágil, burocrática, edificada sobre las ausencias. Merece una paz honesta, que nazca del reconocimiento pleno del pasado y de la reparación real del daño.
Se construye con lo que Uruguay sistemáticamente evitó: confrontar la verdad sin negociar principios. Se construye no cediendo a presiones corporativas, no relativizando el pasado, no confundiendo humanidad con indulgencia.
La impunidad nunca fue un camino hacia la paz; fue un sedante. Calma por fuera, dolor por dentro. Una calma que siempre estuvo condicionada al silencio de las víctimas y al mutismo de los perpetradores.
Uruguay tiene la oportunidad —todavía— de hacer algo distinto: de rearmar su pacto democrático sobre bases reales, no sobre omisiones. De construir una paz que no sea una fachada sino una reparación histórica.
Pero para eso, el país debe dejar atrás la comodidad política, asumir las responsabilidades acumuladas —también las del progresismo— y poner la verdad y la justicia en el centro, no en el margen del debate.
Sólo entonces se podrá hablar, sin hipocresía, de paz. De una paz verdadera, sostenible y digna de quienes lucharon, sufrieron y aún esperan respuestas.
La entrada La impunidad no fue la paz misma, fue un sedante social se publicó primero en Diario La R.
Juan Carlos Blanco Sommaruga
Fuente de esta noticia: https://grupormultimedio.com/la-impunidad-no-fue-la-paz-misma-fue-un-sedante-social-id178510/
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