
Imagen El Mundo
El deterioro progresivo de los vínculos entre Bogotá y Washington ha provocado un reacomodo inesperado en la política colombiana: un creciente número de dirigentes empieza a mirar hacia la República Popular China como el nuevo socio estratégico en plena antesala de las elecciones presidenciales de 2026. Lo que hasta hace poco era un territorio dominado por la influencia estadounidense -y, en particular, por el respaldo que Donald J. Trump ofreció a ciertos sectores de la derecha colombiana- ahora se transforma en un escenario donde Pekín gana terreno con una ofensiva diplomática discreta, persistente y calculada.
En lo que va del año, al menos tres aspirantes a la presidencia, cuatro senadores y un ministro aceptaron invitaciones oficiales del gobierno chino para viajar al país asiático. Se trató de visitas cubiertas íntegramente por Pekín, diseñadas para mostrar de cerca la capacidad industrial y tecnológica de un país que, en silencio, ha construido una red de influencia que se extiende por América Latina. De acuerdo con fuentes conocedoras de las misiones, las delegaciones recorrieron fábricas automatizadas, complejos de infraestructura, centros de innovación energética y enclaves vinculados a los principales proyectos estratégicos de China.
Entre los visitantes estuvo Juan Manuel Galán, quien describió la experiencia como una oportunidad para observar, sin filtros, las posibilidades de intercambio económico que China plantea para Colombia. Las visitas, guiadas por expertos que hablaban español y contextualizaban cada recorrido según los intereses del país andino, buscaban construir una narrativa de eficiencia y modernización que pocos países están en condiciones de ofrecer en este momento.
El trasfondo político es inconfundible. Mientras Washington endurece su posición hacia la región y adopta un tono más crítico frente a gobiernos latinoamericanos -incluido el de Colombia-, China despliega un paquete atractivo: inversiones en infraestructura, transferencia tecnológica, cooperación energética y promesas de acceso a nuevos mercados. Para candidatos y legisladores que buscan diferenciarse y proyectar un modelo de desarrollo alternativo, esa combinación resulta difícil de ignorar.
El gobierno de Gustavo Petro ya dio señales claras de este cambio. El año pasado aseguró haber encontrado en China un “aliado” y subrayó su intención de ampliar la cooperación bilateral. Este giro no es un gesto aislado, sino un componente central de su agenda diplomática, construida sobre la idea de diversificar alianzas y reducir la dependencia histórica respecto a Estados Unidos.
La tendencia marca un momento de inflexión. Colombia, tradicionalmente alineada con Washington, empieza a reposicionarse en medio de un orden global incierto, donde las potencias compiten por influencia, infraestructura y lealtades políticas. Que aspirantes a la presidencia y miembros del Congreso se inclinen a explorar un acercamiento más estrecho con Pekín altera de manera tangible el equilibrio diplomático y económico del país. En un escenario marcado por tensiones geopolíticas crecientes, China ya no es sólo un actor distante; es un nuevo protagonista en la carrera por el futuro político colombiano.
carloscastaneda@prensamercosur.org
