
La reina ovetense fue recibida como una auténtica estrella por los estudiantes de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. Con esta visita, España volvió a recolocarse en el mapa emocional de una generación de jóvenes chinos.
Como en los tiempos en que los galeones trazaban el puente entre Acapulco y Manila, con China de trasfondo comercial, la legendaria Catay volvió a recibir con expectación a unos visitantes excepcionales. Nuestros monarcas. Y la entusiasta acogida a la reina Letizia, asturiana y ovetense por más señas, nos recordó que el hilo histórico invisible entre Oriente y España parece no haberse roto; solo ha mudado su carga cultural y su oportunidad geopolítica.
Quisiera resaltar la llegada de la reina Letizia a la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín (Beiwai). La escena tuvo un aire histórico, casi telúrico, pero profundamente contemporáneo. Fue un guión de precisión diseñado para demostrar que la relación hispano-china lleva siglos navegándose, aunque hoy los intercambios principales sean la simpatía, la potencia de nuestro idioma y miles de teléfonos móviles listos para capturar el instante. En el campus, centenares de estudiantes aguardaban con la misma ansiedad con la que antaño se esperaba la arribada de la plata acuñada. La ilusión que despertaba la etérea silueta de un galeón en el horizonte se transformó esta vez en la bienvenida a una reina que generó similar revuelo, sonrisas espontáneas y ese entusiasmo que sólo provoca quien representa algo más grande que el protocolo.
Letizia, la reina asturiana -un dato relevante, pues en Asturias siempre hubo ímpetu para las largas travesías, desde fundadores y adelantados de La Florida hasta indianos y los marineros del Pacífico- avanzó entre los estudiantes como una «neo-nao» cultural. Arribaba con el capital más valioso de nuestro tiempo: la lengua, la cultura y otros intangibles además del comercio. El ambiente era tan cálido que uno podía imaginar a los cronistas del siglo XVII tomando notas apresuradas, fascinados por esa mezcla de sorpresa y alegría ante lo inesperado.
Durante su recorrido, la Reina se interesó por una dinámica más estratégica que el viejo inventario de semovientes: la inmersión de los estudiantes chinos en la cultura hispana. Conversó con naturalidad con jóvenes que, lejos de sentirse intimidados, ansiaban explicar por qué estudian un idioma que ya suma más de 60.000 alumnos en el gigante asiático. Las autoridades académicas explicaron que la fiebre por el español se disparó tras la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio (OMC); desde entonces, nuestra lengua es un activo diplomático y económico. Una inversión de futuro que, sin duda, haría sonreír a los emperadores de las dinastías Ming y Qing de la época del galeón.
Hablar de estas relaciones sin evocar el «real de a ocho» es como hablar de paella sin arroz. Durante dos siglos y medio, aquella moneda -¿la primera divisa global?- circuló por todo el imperio chino, aceptada por mandarines y campesinos no solo por su fiabilidad, sino porque unía mundos hasta entonces distantes. Aquel metal sonoro que cruzaba el Pacífico decía de forma simple: “Podemos entendernos”. Un mensaje que sigue vigente, aunque hoy el comercio se mida en acuerdos culturales y de tecnología.
La visita tuvo así una resonancia simbólica. Un recordatorio de que la globalización no nació con internet, sino con aquellas rutas posibles gracias a la moneda española y la curiosidad asiática. La Reina no portaba un real de plata, pero sí la capacidad de representar a una lengua en auge, navegando entre culturas sin perder el rumbo institucional ni la calidez humana.
Es fácil imaginar a un estudiante chino resumiendo el día a su familia: “Hoy vino una reina. No llegó en barco, como el pasado, pero la esperábamos como si fuera un galeón de los que habla la profe de historia”. En esa frase reside alguna clave: la diplomacia funciona cuando conecta con una historia común latente, aunque los puertos ya no huelan a especias, sino a coches eléctricos.
España volvió a recolocarse en el mapa emocional de una generación de jóvenes chinos. La historia vuelve disfrazada de presente: antes llegábamos con plata, hoy con más cultura y lazos empresariales. Y aunque la ruta de Acapulco a Cantón, que se iniciaba en Cádiz, haya cambiado, permanece la certeza de que no hay océano imposible de cruzar cuando a una lengua universal le acompañan una reina asturiana y un monarca constitucional.
Javier Pertierra Antón / Prensa Asturiana, S.A
