
A poco más de tres décadas del primer descubrimiento de un planeta orbitando otra estrella, la búsqueda de mundos potencialmente habitables ha pasado de ser una curiosidad a un esfuerzo científico global con resultados tangibles.
Hoy se conocen más de 5.600 exoplanetas confirmados en la Vía Láctea, y entre ellos un subconjunto se perfila como candidatos a albergar condiciones compatibles con la vida tal como la conocemos. ¿Cómo los encuentran los astrónomos, qué significa realmente “habitable” y qué señales buscan para acercarse a la gran pregunta?
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Qué entendemos por “habitable”
En astronomía, un planeta habitable no implica necesariamente que esté habitado.
El término, por lo general, se refiere a que el planeta reúne condiciones físicas que permitirían la existencia de agua líquida en su superficie.
El concepto pivota sobre la llamada “zona habitable” de una estrella: el rango de distancias en el que la iluminación es suficiente para mantener agua líquida sin que se evapore o se congele de forma permanente.
No obstante, la habitabilidad real depende de factores adicionales y complejos: la composición y el grosor de la atmósfera, el albedo (capacidad de reflejar luz), la actividad de la estrella, la presencia de un campo magnético, la geología interna y hasta la dinámica orbital.
Un mundo del tamaño de la Tierra en la zona habitable puede ser un desierto helado si carece de gases de efecto invernadero, o un invernadero insoportable si su atmósfera es demasiado densa.
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Las técnicas de detección: mirar lo invisible
La gran mayoría de exoplanetas se detectan de forma indirecta: no se “ven” los planetas, sino sus efectos sobre la luz o el movimiento de su estrella.
- Tránsito: es el método que más planetas ha descubierto. Consiste en medir la caída minúscula de brillo cuando un planeta pasa por delante de su estrella desde nuestra perspectiva. La profundidad del “minieclipse” revela el tamaño del planeta y la periodicidad del tránsito da la duración del año planetario. Misiones como Kepler y su sucesora TESS han explotado esta técnica con fotometría de altísima precisión.
- Velocidad radial: mide el bamboleo de la estrella provocado por la gravedad del planeta. Ese vaivén deja una firma en el espectro de la luz estelar (efecto Doppler). La velocidad radial permite estimar la masa mínima del planeta. Combinada con el tránsito, aporta densidad, una pista crucial para diferenciar mundos rocosos de gaseosos.
- Imagen directa: bloqueando la luz de la estrella con coronógrafos o usando óptica adaptativa en telescopios gigantes, es posible captar de forma directa la débil luz de algunos exoplanetas, sobre todo jóvenes y masivos, alejados de su estrella. Aunque hoy es poco eficiente para planetas tipo Tierra, es una vía en rápido desarrollo.
- Microlente gravitacional: cuando una estrella de fondo se alinea con otra en primer plano que tiene planetas, la gravedad amplifica la luz de la estrella de fondo y del planeta de forma característica. Permite hallar planetas a grandes distancias, incluso de masas terrestres, pero los eventos son únicos y difíciles de repetir.
- Astrometría: busca desplazamientos sutiles en la posición aparente de la estrella causados por el tirón del planeta. Es prometedora para medir masas precisas en sistemas cercanos; misiones como Gaia están afianzando su uso.
Estas técnicas son complementarias. Para evaluar la habitabilidad, los científicos combinan datos de tránsito (radio), velocidad radial (masa), y, cuando es posible, espectros de la atmósfera obtenidos durante tránsitos o eclipses secundarios.
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De candidatos a casos de estudio: del tamaño a la atmósfera
Conocer el tamaño y la masa permite estimar la densidad. Una densidad alta sugiere un mundo rocoso; una baja, un planeta con envolturas gaseosas gruesas o con abundantes volátiles. Sin embargo, el salto hacia la habitabilidad requiere “oler” la atmósfera.
La espectroscopía de tránsito, uno de los avances clave, analiza cómo la atmósfera del planeta filtra la luz de su estrella durante el cruce. Cada molécula absorbe a longitudes de onda específicas; su huella revela la presencia de vapor de agua, dióxido de carbono, metano u otros compuestos.
El telescopio espacial James Webb (JWST) ha abierto esta ventana con sensibilidad sin precedentes, detectando por ejemplo CO2, CH4 y H2O en algunos mini-Neptunos y mundos templados. Aunque en varios casos estos planetas no son rocosos ni necesariamente aptos para la vida, la técnica madura para aplicarse a objetivos más pequeños.
Sistemas como TRAPPIST-1, con siete planetas del tamaño de la Tierra orbitando una enana roja cercana, han sido escrutados para buscar atmósferas. Observaciones recientes sugieren que algunos de estos mundos carecen de envolturas ligeras de hidrógeno; si poseen atmósferas delgadas y ricas en nitrógeno o CO2, son más difíciles de detectar pero siguen en el radar.
La actividad de las enanas rojas —con fulguraciones que pueden erosionar atmósferas— es un factor crítico que los modelos tratan de incorporar.
Dónde buscar: estrellas pequeñas, distancias cortas
La estrategia actual prioriza estrellas pequeñas y frías, como las enanas M. Su menor tamaño hace que el tránsito de un planeta terrestre cause una caída de brillo relativamente mayor, y su zona habitable está más cerca, lo que acorta los periodos orbitales y multiplica las oportunidades de observación.
Sin embargo, estas estrellas pueden ser más activas y emitir radiación que afecte la química atmosférica de sus planetas.
Para estrellas tipo Sol, la zona habitable implica órbitas de un año y tránsitos más tenues, lo que exige campañas largas y precisas.
Aun así, el legado de Kepler incluye varios candidatos de tamaño terrestre en zonas habitables, y TESS continúa rastreando el cielo en busca de objetivos brillantes y cercanos aptos para estudios de seguimiento.
Biofirmas: señales de vida o espejismos químicos
Más allá de detectar atmósferas, el gran objetivo es identificar biofirmas: combinaciones de gases que podrían indicar procesos biológicos.
En la Tierra, la coexistencia de oxígeno y metano en desequilibrio químico es un marcador potente. Otras posibles señales incluyen óxido nitroso, ciertos compuestos orgánicos o espectros de reflectancia asociados a pigmentos biológicos.
La cautela es esencial. Procesos abióticos —desde volcanismo intenso hasta fotólisis impulsada por radiación ultravioleta— pueden generar falsos positivos. De ahí que las estrategias se orienten a “paquetes” de evidencia: medir varios gases, caracterizar la temperatura y estructura de la atmósfera, y entender el entorno estelar.
El JWST ya permite abordar algunas de estas preguntas en planetas templados alrededor de enanas rojas brillantes; futuros observatorios buscarán extenderlo a análogos terrestres alrededor de estrellas tipo Sol.
Desafíos y límites: el ruido en la señal
Detectar un planeta terrestre en la zona habitable es, en términos instrumentales, como captar el parpadeo de una luciérnaga frente a un faro desde cientos de años luz. Varias dificultades se interponen:
- Ruido estelar: manchas y fulguraciones pueden imitar o enmascarar señales de tránsito y velocidad radial.
- Degeneraciones en modelos: diferentes combinaciones de nubes, aerosoles y composiciones pueden producir firmas espectrales similares.
- Falsos positivos: sistemas estelares binarios eclipsantes o contaminaciones de luz pueden generar señales que parecen planetarias.
- Tiempo y recursos: confirmar y caracterizar candidatos requiere campañas prolongadas con telescopios muy demandados.
Para mitigarlos, los equipos emplean observaciones multibanda, análisis estadísticos robustos, validación cruzada con técnicas distintas y telescopios repartidos por el mundo. Catálogos abiertos y reproducibles han elevado el estándar de la disciplina.
Lo que viene: una década decisiva
El campo se encamina hacia una fase de caracterización fina. El JWST seguirá midiendo atmósferas de supertierras y subneptunos templados.
Misiones de la ESA como PLATO, enfocada en planetas terrestres en zonas habitables alrededor de estrellas brillantes, y ARIEL, que estudiará atmósferas exoplanetarias a gran escala, ampliarán la muestra.
Proyectos terrestres como los telescopios extremadamente grandes (ELT, TMT, GMT) prometen espectros de alta resolución de mundos cercanos, mientras que propuestas de la NASA como Habitable Worlds Observatory apuntan a la imagen directa de planetas tipo Tierra y la búsqueda sistemática de biofirmas.
Cada avance refina una verdad simple y asombrosa: los planetas son comunes. Determinar cuántos de ellos pueden ser como el nuestro —y si alguno alberga vida— es un reto científico y tecnológico que se está resolviendo pieza a pieza, tránsito a tránsito, espectro a espectro.
La respuesta quizá no llegue de un único “eureka”, sino del peso acumulado de evidencias consistentes. Y esa balanza, con paciencia y rigor, ya se está inclinando.
Alba Acosta
Fuente de esta noticia: https://www.abc.com.py/ciencia/2025/11/28/la-busqueda-de-exoplanetas-como-identificamos-mundos-potencialmente-habitables/
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