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La reciente actuación política de Gabriel Becerra en el Magdalena ha despertado una ola de críticas que ponen en tela de juicio su coherencia y compromiso con los principios del proyecto de cambio que él asegura defender. Mientras hoy se pronuncia con firmeza contra los partidos tradicionales -Centro Democrático y Cambio Radical- por su influencia en la sanción del Consejo Nacional Electoral contra la campaña Petro Presidente 2022–2026, se omite un hecho fundamental: hace apenas unos días, Becerra selló alianzas con esos mismos partidos para debilitar políticamente a Fuerza Ciudadana, el movimiento de Carlos Caicedo, uno de los aliados más leales y consecuentes del presidente Gustavo Petro.
Fuerza Ciudadana ha respaldado al presidente Petro desde el inicio de su campaña, aportando estructura, votos, movilización territorial y un compromiso programático auténtico. No solo ha apoyado al gobierno desde fuera, sin exigir participación burocrática, sino que ha defendido con firmeza las reformas del Ejecutivo en el Congreso y en los territorios. Es, sin duda, una de las pocas fuerzas políticas que se ha mantenido fiel al ideario del cambio, sin doble militancia ni alianzas ambiguas.
Sin embargo, paradójicamente, Gabriel Becerra tomó la decisión de construir una coalición en el Magdalena con sectores del Centro Democrático y Cambio Radical, partidos que el presidente Petro ha señalado repetidamente como responsables históricos de corrupción, clientelismo y captura institucional del Estado colombiano. Esa alianza tuvo como propósito estratégico desplazar a Fuerza Ciudadana del escenario político regional, debilitando a un movimiento que, lejos de representar intereses tradicionales, ha impulsado gobiernos alternativos, con resultados visibles en transparencia, inversión social y transformación institucional.
Y mientras hoy Becerra acusa a esos partidos de manipular al CNE -donde varios magistrados responden a esas colectividades- para sancionar la campaña de Petro, sus críticos le recuerdan que él mismo se apoyó en esas fuerzas para intentar hacer a un lado a un movimiento que representa la renovación política que el Pacto Histórico dice defender.
La incoherencia se hace evidente: Becerra denuncia como injusto y sesgado el fallo del CNE, pero fue él quien abrió la puerta a esas mismas estructuras para intervenir políticamente en regiones donde el progresismo auténtico ya había construido alternativas sólidas. ¿Cómo reclamar ahora transparencia institucional cuando se ha validado la influencia de esos mismos actores para fines electorales?
El caso no solo expone una contradicción, sino que pone sobre la mesa una discusión de fondo: mientras Fuerza Ciudadana ha actuado como un aliado ideológico y político consecuente, defendiendo el proyecto de cambio incluso sin recompensas, algunos sectores del Pacto Histórico parecen más interesados en pactos de conveniencia que en la consolidación de un bloque alternativo sólido y coherente.
Hoy, Gabriel Becerra cuestiona a los partidos tradicionales por atacar al gobierno, pero fue él quien les dio oxígeno político en el Magdalena, incluso a costa de marginar a quienes han sido aliados sinceros del cambio. Esta situación obliga a reflexionar sobre el rumbo del progresismo colombiano: ¿debe construir poder a través de alianzas con los mismos partidos señalados como corruptos, o fortalecer las fuerzas leales que representan una verdadera transformación?
Fuerza Ciudadana sigue en pie, con coherencia y lealtad probada. Lo que hoy está en debate no es solo una estrategia electoral, sino el significado real de la palabra cambio.
carloscastaneda@prensamercosur.org
