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En el vasto y exigente universo del entretenimiento internacional, donde la precisión técnica se convierte en arte y los estándares de calidad alcanzan niveles meticulosos, hay figuras cuya influencia trasciende el brillo de las luces y el ruido de los escenarios. Ricardo Leyva Páez es una de ellas. No es simplemente un empresario del espectáculo: es un arquitecto de experiencias, un estratega que comprendió antes que muchos que Colombia no solo podía ser anfitriona de eventos de talla mundial, sino también referente de excelencia, organización y profesionalismo.
Su presencia discreta pero inquebrantablemente sólida ha sido determinante para que el país se transformara en un destino confiable para grandes giras, conciertos multitudinarios y producciones sin precedentes. Lo que lo distingue no es sólo su trayectoria, sino su capacidad de interpretar el lenguaje invisible del espectáculo: aquel que mezcla logística, sensibilidad artística, seguridad, tecnología, intuición y visión cultural. “Un concierto no se monta con maquinaria, se monta con criterio”, dicen quienes lo han acompañado a lo largo de su carrera. Y entender ese criterio implica comprender que, detrás de cada montaje, hay una filosofía de trabajo basada en la excelencia como principio, nunca como opción.
Desde sus inicios, Leyva demostró una curiosidad que trascendía lo técnico. Observaba, analizaba y preguntaba, no para impresionar, sino para comprender. Tenía lo que pocos tienen: humildad para aprender y ambición para construir. Esa combinación lo llevó, con el paso de los años, a convertirse en un referente infaltable para artistas, compañías internacionales y escenarios que buscaban rigor y confiabilidad. No construyó su prestigio desde la ostentación, sino desde la coherencia, la disciplina y la entrega. Mientras muchos se enfocaban en el espectáculo como producto, él lo entendió como una experiencia que debía honrar tanto al artista como al espectador.
Quienes han trabajado a su lado coinciden en que no deja nada al azar. Puede pasar horas revisando un plano, evaluando riesgos o anticipando necesidades invisibles para la mayoría, pero evidentes para él. Cada cable, cada torre, cada luz tiene una razón, y esa razón se convierte en garantía. Esa meticulosidad ha permitido que Colombia albergue algunos de los eventos más recordados del continente, no sólo por su calidad técnica, sino por la sensación de seguridad, profesionalismo y emoción con la que el público los vivió.

Con el tiempo, su visión fue más allá del montaje. Entendió que el espectáculo es también una carta de presentación del país. Cada producción bien ejecutada era una puerta que se abría para nuevas oportunidades. Cada apuesta cumplida era un mensaje al mundo: Colombia está lista. Y lo estuvo. Gracias a su liderazgo y al de otros profesionales inspirados por su ejemplo, el país dejó de ser una escala secundaria para convertirse en destino cultural y empresarial prioritario, capaz de dialogar de igual a igual con las capitales más importantes del entretenimiento global.
Pero quizá su mayor legado no está solo en los escenarios, sino en la forma en que lidera. En una industria dominada por la presión constante, los tiempos imposibles y la exigencia extrema, Ricardo Leyva ha demostrado que la autoridad no está reñida con la empatía. Sabe que un espectáculo no funciona únicamente con estructuras y tecnología, sino con personas. Inspirar, orientar y escuchar se ha convertido en parte de su sello profesional. Quienes han tenido la oportunidad de trabajar con él no recuerdan únicamente lo que se hizo, sino cómo se hizo.
Su éxito no se mide en aplausos ni en cifras, sino en la satisfacción silenciosa de saber que cada montaje se vivió como una experiencia inolvidable para el público, un reto superado para los equipos y un momento impecable para los artistas. No busca protagonismo porque entiende que su lugar está en los planos, en las decisiones estratégicas, en la visión global que permite que el espectáculo suceda. Y sucede. Una y otra vez.

Hoy, mientras Colombia sigue consolidándose como epicentro cultural del continente, su influencia se percibe incluso allí donde su nombre no aparece. Cada montaje cuidado, cada producción que respeta al público, cada espectáculo que deja huella, lleva algo de su método, de su exigencia y de su forma de entender el arte de producir. Porque producir, en su definición, no es simplemente coordinar, sino crear experiencias que permanezcan.
Ricardo Leyva Páez es, en esencia, un constructor de momentos irrepetibles. Un estratega que transformó la infraestructura del entretenimiento en una plataforma de confianza internacional. Un referente que inspira sin buscar reflectores. Un maestro del detalle cuya mayor recompensa es ver al público emocionado, a los equipos orgullosos y al país, cada vez más, en el mapa del espectáculo global.
Hoy, en el aniversario de su vida, las felicitaciones trascienden los saludos personales. Son los artistas que han confiado en su liderazgo, las audiencias que han vibrado en escenarios impecables, los técnicos que han aprendido bajo su guía y una industria entera que reconoce su aporte silencioso pero indiscutible. Porque en cada concierto bien hecho, hay un eco de su trabajo, de su visión y de su compromiso.
Feliz cumpleaños, Ricardo Leyva Páez. Colombia y el mundo, de alguna manera, celebran contigo.
Vía: Laude Fernandez Araujo
