

En el corazón de la Cordillera Huayhuash, emerge una mole de hielo y roca que impone respeto desde cualquier ángulo: el Yerupajá. Este coloso andino ha sido durante siglos una cumbre venerada y, en tiempos modernos, una de las montañas más codiciadas por montañeros experimentados. Con sus 6.617 metros de altitud, se sitúa entre las cimas más altas del Perú —considerada segunda cumbre independiente del país si se toma el Huascarán como un solo macizo, o tercera si se cuentan por separado sus cumbres Norte y Sur—, y es famoso por su carácter técnico y su entorno salvaje.
Más allá de su altura, el Yerupajá destaca por su historia, su simbolismo y su estética. Para los pueblos andinos, y de forma especial para la etnia Yarowilca, fue y es una montaña sagrada, un Apu, un lugar donde moran las deidades según la cosmovisión quechua. La etimología de su nombre, que alude a la idea de “amanecer blanco”, no es casual: bajo los primeros rayos de sol, el glaciar reluce con brillo acerado, una imagen que justifica la fama de montaña icónica que se ha ganado en la Huayhuash.
Origen, significado y vínculo cultural
El topónimo Yerupajá procede del quechua: yuraq (blanco) y pajaj (amanecer), de modo que el significado remite a ese “amanecer blanco” tan literal en su arista cimera. En el mundo andino, el Yerupajá fue reconocido como Apu y Pakarina de la nación Yarowilca, términos que señalan montañas tutelares y lugares de origen sagrados, vinculados a los rituales ancestrales andinos. Esta relación espiritual no se ha perdido: aún hoy muchos habitantes de las comunidades de la zona le atribuyen un carácter protector y, a la vez, temible.
Dónde está y cómo se presenta el macizo
El Yerupajá se ubica en la parte central de la Cordillera Huayhuash, prolongación meridional de la Cordillera Blanca. Administrativamente, se asienta en el límite de Lima, Áncash y Huánuco, con coordenadas aproximadas 10°16′08″S, 76°54′19″O. Está a unos 15 km al oeste de Llamac, y su dominio visual alcanza puntos tan distantes como Conococha, Chiquián, las alturas de Mina Llipa, Cajamarquilla, Rondos y Queropalca; en días diáfanos puede observarse desde multitud de cerros a más de 4.000 m dentro de un radio de 60 km.
Geográficamente, el Yerupajá marca también un hito: es el punto más alto de la cuenca del río Amazonas. Su cara occidental, visible desde Chiquián, tiene fama por su estética: una arista tan afilada que parece el filo de un hacha, como si partiera el cielo en dos. La vertiente oriental, mayormente rocosa y más escarpada, pertenece al distrito de Queropalca (provincia de Lauricocha, Región Huánuco) y ofrece un aspecto irregular, casi caótico, con bastiones y canalizos que destilan dificultad.
Anatomía de la montaña: cumbres y aristas
El macizo del Yerupajá se asemeja a una gran lámina que presenta dos caras principales, unidas por una arista cimera que corre de norte a sur. En esa cresta se alinean tres cumbres destacadas: Yerupajá Norte (6.430 m), remate de una imponente pared triangular; la cumbre principal o Yerupajá Grande (6.617 m), defendida por murallas glaciares y filos aéreos; y el Yerupajá Sur (6.515 m), que culmina la vertiente meridional. Hacia el norte, tras un collado, se levanta el Yerupajá Chico (6.089 m) y la prominencia del Toro (5.830 m); al sur domina el conjunto del Siulá, con sus cuatro cimas, y hacia el este se extiende el sistema del Rasac.
La Huayhuash, un anfiteatro de seis miles
La Cordillera Huayhuash, aunque más compacta que la vecina Cordillera Blanca, atesora un catálogo apabullante: doce cumbres por encima de los 6.000 m y más de 110 cotas que superan los 5.000 m. El acceso habitual a este cordal se realiza desde el pueblo de Chiquián (a unos 110 km al sur de Huaraz), punto de partida de muchas caravanas que se internan hacia las lagunas y campamentos base. El célebre trekking de Huayhuash, considerado entre los más bonitos del mundo, regala en su pampa de Llamac la primera panorámica completa del anfiteatro glaciar.
Rutas de aproximación y accesos clásicos
Para alcanzar la base del Yerupajá existen tres corredores de acceso muy utilizados: por la vertiente occidental desde las lagunas Jahuacocha o Solteracocha; por el este desde Carhuacocha; y por el norte desde Sarapococha. Históricamente, la laguna Jahuacocha, a alrededor de 4.050 m, ha servido como campo base de expediciones memorables, mientras que Sarapococha ofrece una aproximación clave para objetivos en la cara norte y noreste del macizo.
Los accesos tienen carácter alpino y se ven condicionados por el estado de los glaciares, los puentes de nieve y la exposición a séracs. Incluso en temporadas favorables, los porteos y la aclimatación exigen logística afinada, paciencia y margen para cambios de plan, tal y como aprendieron expediciones de todas las épocas.
De montaña sagrada a mito del alpinismo: cronología esencial
La historia deportiva del Yerupajá arranca con los primeros intentos de los años treinta, cuando un equipo austro-alemán (vinculado al Club Alemán Austríaco) exploró rutas de acceso sin llegar a la cumbre. En 1951, la expedición austriaca de H. Kinzl, E. Schneider y F. Ebster dejó valiosos reconocimientos y fotografías de gran valor histórico, pero el gran salto llegaría poco antes, en 1950.
Aquel año, miembros del Club de Montañismo de la Universidad de Harvard —entre ellos David Harrah y James C. Maxwell— establecieron su base en Jahuacocha e instalaron sucesivos campamentos de altura por la vertiente occidental. Tras semanas de aclimatación, meteorología cambiante y problemas de salud en la cordada, Harrah y Maxwell encararon por fin la arista sur-suroeste. El 31 de julio de 1950 pisaron la cumbre principal del Yerupajá, abriendo la vía que hoy se considera la ruta normal por la cara oeste. El descenso resultó dramático: una cornisa cedió, Harrah cayó y fue detenido por Maxwell tras recorrer la longitud de la cuerda; el rescate y la retirada se alargaron entre vivacs y dolorosas congelaciones. El precio fue altísimo: Harrah perdió todos los dedos de los pies y Maxwell parte de los dedos de las manos, un coste que selló la leyenda del “carnicero de los Andes”.
La segunda ascensión a la cumbre principal llegaría el 12 de julio de 1966, cuando el argentino Jorge Peterek y el noruego-canadiense Leif Norman Patterson superaron en seis días la cara oeste por una línea directa de gran dificultad, enlazando con la arista SSO hacia la cima. Durante el descenso realizaron además la quinta ascensión al Yerupajá Sur, en una retirada comprometida por los inicios de congelación.
El año 1968 fue doblemente clave: Chris Jones y Paul Dix escalaron la pared noreste hasta la cumbre principal el 30 de julio, mientras que Roger Bates y Graeme Dingle firmaron la ruta por la cara noroeste al Yerupajá Norte, un itinerario técnico que con los años sería la referencia para ascensiones rápidas. En 1969, la célebre cordada tirolesa formada por Reinhold Messner y Peter Habeler trazó una variante a la línea de Dix-Jones por la cara este, consolidando el renombre del macizo a escala mundial.
La evolución de los setenta aportó dos hitos adicionales: en 1977, Eberhard y Götz resolvieron la Directa de la cara oeste, una máquina de hielo y flujos colgantes amenazada hoy por séracs inestables; y en 1979, el francés Patrick Vallençant realizó el espectacular descenso en esquís de la vertiente occidental, una proeza de esquí extremo en alta montaña.
La década de 1980 trajo consigo un parón significativo de la actividad debido a la violencia política (actuación de Sendero Luminoso) y a cambios acelerados del glaciar que complicaron o inutilizaron rutas antes practicables. En los años noventa casi no hubo ascensiones confirmadas a la cumbre principal: en 1995, los austríacos Stephan Hradil y Nikolaus Wallner alcanzaron la cima pero fallecieron durante el descenso, una tragedia que subraya el enorme compromiso que exige el Yerupajá.
Con el nuevo siglo, la montaña siguió mostrando su carácter esquivo. El 4 de julio de 2001, el ecuatoriano Santiago Quintero efectuó una ascensión solitaria y rapidísima (17 horas) por la línea Bates–Dingle de 1968 en la cara noroeste, deteniéndose a pocos metros de la cúspide por la inestabilidad de la nieve en los hongos somitales. En 2003, los eslovenos Matevz Kramer, Matej Mejovsek (Teyko) y Tadej Zorman abrieron “Limitless Madness” en la cara noreste, coronando el 30 de julio. El 11 de septiembre de 2014, la cordada de Nathan Heald y Luis Crispín firmó el que durante años se consideró el último ascenso confirmado a la cumbre principal por la vertiente oeste.
En 2018, un equipo italo-chileno planteó una logística de aproximación ultrarrápida desde Llamac hacia Jahuacocha, con el objetivo de escalar por un corredor entre las vías de Bates–Dingle (1968) y la polaca de 1982. Alcanzaron la arista cimera en noche clara y luna en alza, pero optaron por retirarse prudentemente ante crujidos y señales de inestabilidad en los hongos somitales, una decisión que ejemplifica la regla de oro del Yerupajá: la cima es opcional; el regreso, obligatorio.
En el verano austral de 2005, un equipo francés sumó dos aperturas en la región: “Furiosos, pero románticos” (1.100 m, ED-, 90°) en el Yerupajá Sur, y “Toy’s Band” (600 m, TD sup, V+/90°) en el nevado Ulta. La primera, en particular, dejó un relato muy técnico: tras un tramo inicial con pendientes sostenidas de 80–90° y campamento a unos 5.550 m, afrontaron hielo duro donde los tornillos nuevos costaban horrores de introducir; hubo que utilizar los piolets como palanca para atornillarlos. A la mañana siguiente, bajo un serac que imponía silencio, continuaron por secciones de 85–90°, alcanzaron la arista oeste del Yerupajá Sur alrededor de 6.300 m y, tras numerosas maniobras de rápel, regresaron a la tienda pasadas las 22:30. Un itinerario alpino puro, comprometido y preciso como un bisturí.
Ya en 2025, la cordada española de Marc Toralles, Rubén Sanmartín y Bru Busom anunció la apertura de una nueva línea en la pared este del Yerupajá, con un recorrido superior a los 3.000 metros y una graduación combinada de 6c+, M6+ y 95°. Es un testimonio del potencial que conserva la cara oriental, predominantemente rocosa, y del nivel de exigencia técnica que impone la montaña en pleno siglo XXI.
Rutas, dificultades y estado actual de la montaña
Se conocen en torno a una veintena de rutas y variantes en los flancos del Yerupajá, aunque muchas son hoy difíciles o imposibles de repetir debido a cambios glaciares acelerados. El abanico de dificultad va desde el Muy Difícil (MD) hasta el Extremadamente Difícil (ED), con pasajes verticales o extraplomados en hielo, mixto y roca helada. La ruta de la primera ascensión —cara oeste y continuación por el filo sur-suroeste— es la que suele considerarse la “normal” en la actualidad, si bien la palabra normal aquí es casi un eufemismo: la exposición a cornisas, placas y séracs obliga a una gestión milimétrica del riesgo.
El deterioro glaciar, junto a fenómenos como los microsismos, ha modificado corredores, puentes de nieve y secciones clave en las caras oeste y noreste. Lo que una temporada está protegido por los flujos de hielo, en la siguiente puede presentarse como un laberinto de grietas y caos de bloques. Las cornisas somitales han demostrado ser especialmente traicioneras: alpinistas de primer nivel, desde Messner y Habeler a Quintero, han preferido detenerse antes que asumir un colapso imprevisible. En el Yerupajá, la prudencia es un material duro de equipo.
Temporada, permisos y logística sobre el terreno
La ventana óptima para visitar y escalar en la Huayhuash va de mayo a septiembre, cuando el tiempo tiende a ser más estable. La comunidad de Llamac administra los ingresos por turismo en el sector del Yerupajá; el acceso exige abonar una tasa y llevar el comprobante durante la ruta. El pueblo dispone de servicios básicos: pequeños hospedajes, oferta de comida, alquiler de caballos y productos básicos para salir del paso. Huaraz actúa como gran “campo base urbano” con tiendas, guías y logística; desde allí se suele llegar a Chiquián y, posteriormente, a Llamac para iniciar la marcha.
Para ascender el Yerupajá se recomienda encarecidamente una aclimatación cuidadosa, capacidad técnica sólida en terreno de hielo a 60–90°, experiencia en mixto y gestión de cuerda en aristas afiladas. La exposición a caídas de hielo y la complejidad de los descensos obligan a planificar la retirada con el mismo mimo que la subida. Contar con guía de alta montaña UIAGM/IFMGA o integrarse en expediciones consolidadas es una opción sensata para la mayoría de aspirantes.
Paisaje, vida y biodiversidad en altura
La Huayhuash no solo deslumbra por sus glaciares; también por la vida que soporta en altura. En las quebradas del entorno del Yerupajá crecen bosquecillos de quenuales y aparecen especies altoandinas como el quisuar, el ichu, el cuncush y una retahíla de plantas locales de nombres tan sonoros como awinchu, shupllac, wamanpinta o taulli, entre muchas otras. Este mosaico vegetal, adaptado al frío y la radiación, forma parte del ecosistema altoandino, puntea laderas y morrenas donde el suelo tiene algo de humedad.
Entre los animales es relativamente común ver vizcachas saltando entre bloques, zorros andinos oteando, bandadas de gaviotas andinas sobrevolando las lagunas, pequeños roedores de altura y aves como zorzales o perdices. Más esquivos resultan el venado y, muy especialmente, el gato andino, joya de la fauna sudamericana que rara vez se deja ver. Este equilibrio natural es frágil, por lo que la gestión del turismo y del montañismo responsable es clave para que el entorno aguante.
Contexto histórico, cultura y fuentes
La historia de las ascensiones del Yerupajá y de sus satélites (Jirishanca, Rasac, Siula…) se ha contado en anuarios y obras de referencia: publicaciones del Club Andino Bariloche de 1967, la historia del montañismo argentino de Jorge González, los relatos de Fonrouge sobre Patagonia, guías de Juanjo Tomé dedicadas a Huayhuash y Huallanca, monografías de esquí extremo de Patrick Vallençant, crónicas del Club Andinista Mendoza, artículos de la revista Desnivel y colecciones como +6500, entre otras. La cartografía moderna de la zona, como la realizada por Felipe Díaz Bustos, y mapas clásicos como el de las 20 cordilleras del Perú de Salomón Núñez Melgar (1964) han permitido navegar con más criterio por este laberinto de valles y cumbres.
La documentación fotográfica histórica y reciente, restaurada con mimo por instituciones culturales, ha fijado la memoria de expediciones y paisajes: desde la expedición austriaca de 1951 —con las tomas de la pampa de Llamac y la vertiente noreste— hasta proyectos aéreos contemporáneos sobre la Huayhuash. El aura del lugar alcanza incluso la cultura popular gracias a la historia del Siula Grande, escenario del célebre accidente que inspiró el libro y la película Touching the Void, un relato que ha llevado a miles de personas a interesarse por estas montañas.
Panorama de actividad reciente y balance de cimas
Contando únicamente los últimos decenios, la cumbre principal del Yerupajá ha sido alcanzada en muy pocas oportunidades debido a los riesgos objetivos y al cambio de las condiciones. En los últimos 23 años previos a 2018 se contabilizaron cuatro ascensos con cumbre (con el revés fatal de 1995), además de incursiones que tocaron el filo somital y decidieron volver antes de arriesgar el todo por el todo. Es llamativo que algunas de las firmas más prestigiosas del alpinismo se detuvieran deliberadamente a pocos metros de la cima para preservar la vida: una lección sobria que define la ética de montaña en la Huayhuash.
El interés internacional no ha disminuido: cada temporada llegan cordadas a tantear nuevas variantes, especialmente en la faceta oriental y en líneas de hielo de la cara oeste que mutan con los años. La apertura española de 2025 en la pared este —con grados modernos que combinan libre, mixto y hielo muy inclinado— es la muestra más reciente de que el Yerupajá sigue marcando el paso técnico en los Andes peruanos.
Consejos prácticos y seguridad
Para quienes contemplen el Yerupajá en su horizonte, conviene tener claros algunos puntos: iniciar la aclimatación con tiempo, practicar la progresión sobre hielo duro a 70–90°, y entrenar rescate en grieta y rápeles largos con gestión del ensamble. Es vital leer la montaña: si un puente de nieve suena hueco o una cornisa cruje, lo sensato suele ser dar media vuelta. En el Yerupajá, una retirada inteligente es una inversión de futuro.
La meteo en Huayhuash puede ser caprichosa incluso en temporada seca; vale la pena prever días extra en el calendario. Por supuesto, la basura se baja siempre, los campamentos se instalan en zonas ya usadas cuando es posible, y se respeta la normativa local y las indicaciones de las comunidades, que son guardianas del territorio y de su equilibrio social y ambiental.
El entorno escénico: lagunas y paredes emblemáticas
Jahuacocha y Solteracocha, a los pies de la cara oeste, brindan espejos de agua que devuelven una imagen impecable del Jirishanca y del propio Yerupajá. Carhuacocha, bajo la vertiente oriental, enmarca la visión clásica de los tres gigantes (Siula, Yerupajá y Jirishanca) a primera hora. Sarapococha, más solitaria, permite internarse en el mundo de los glaciares del sector norte. En todos los casos, el paisaje no es solo belleza: también habla del retroceso glaciar que reconfigura rimayas y corredores año a año.
Desde la pampa de Llamac, la serranía dibuja un horizonte de cuchillas blancas y sombras azules. No extraña que cronistas y fotógrafos, desde mediados del siglo XX hasta hoy, hayan hecho de la Huayhuash un motivo recurrente en exposiciones, libros y archivos. El Yerupajá, con ese filo que parece cortar el firmamento, es la estrella inevitable de la función.
Queda claro que el Yerupajá no es únicamente una cumbre alta: es una montaña total. Su peso cultural, su perfil afilado, sus vías históricas, los episodios épicos y la delicadeza del medio ambiente componen un relato mayor que la mera altitud. La combinación de belleza abrumadora y dificultad severa explica por qué sigue convocando a quienes buscan, además de una cima, una experiencia profunda en alta montaña.
Postposmo
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/yerupaja-historia-rutas-acceso-y-leyenda-del-gigante-de-huayhuash/
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