

Prensa CEB . El comentario del Evangelio para este domingo, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, invita a contemplar la misión de Jesús crucificado, destacando dos aspectos fundamentales: primero, el Rey que no quería salvarse a sí mismo, sino cumplir con paciencia y mansedumbre el plan del Padre para la salvación de todos, enfrentando las burlas y la humillación con fidelidad total. Segundo, el Rey misericordioso que, en la cruz, ofrece el paraíso al buen ladrón arrepentido, mostrando un rostro de misericordia para los excluidos y pecadores. La proclamación de Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», revela el «hoy» eterno de la salvación que no depende del tiempo material sino del amor incondicional de Dios para todos.
A coninuación compartimos el Comentario Bíblico Misionero gentileza de la Pontificia Unión Misional – D.A.N. Nguyen
XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO C)
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, Solemnidad
2Sam 5,1-3; Sal 121; Col 1,12-20; Lc 23,35-43
COMENTARIO
La misión del rey crucificado
Al final del Año Litúrgico, celebramos con alegría la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Esta celebración fue introducida en la liturgia de la Iglesia por el papa Pío XI en el año santo de 1925 (con la encíclica Quas Primas del 11 de diciembre del mismo año) y, sucesivamente, confirmada por Pablo VI en el nuevo misal romano (aprobado por la constitución apostólica Missale Romanum el 3 de abril de 1969) y colocada en el último domingo del Año Litúrgico. Como subrayó el papa Pío XI en la encíclica mencionada, «para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador». El prefacio de la misa de hoy quiere acentuar el carácter divino-espiritual del reino de Cristo para la humanidad: «reino eterno y universal, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, amor y paz». Esta solemnidad adquirió aún más importancia a partir del año 2021, cuando el papa Francisco trasladó del Domingo de Ramos a este día de Cristo Rey la celebración de la jornada mundial de la juventud en todas las diócesis del mundo.
En este clima festivo, el evangelio nos invita a meditar sobre algunas características particulares importantes de Cristo Rey y de su misión. Estos aspectos serán esenciales para nuestro seguimiento de discípulos, llamados a continuar la misma misión de llevar el reino de Dios a todos.
1. El Rey crucificado que no quería salvarse a sí mismo
Con este breve, pero denso pasaje del evangelio de hoy, la liturgia quiere recordar el último momento de Jesús en la cruz. Nos transporta al “Viernes Santo”, al final de su vida terrena y, al mismo tiempo, al culmen de su misión.
La burla blasfema de los jefes de los judíos, de los soldados romanos y de uno de los malhechores, subraya la humillación y la tragedia del momento. Se tiene la impresión de escuchar de todas partes un estribillo con un ritmo terriblemente martillador: “¡Salva! ¡Salva! ¡Sálvate a ti mismo!”.
La falta de reacción de Jesús a las provocaciones hace emerger, sin embargo, toda la paciencia, la mansedumbre, la determinación “regia” de alguien que tiene solo una cosa en mente, como el declarara a la edad de doce años (la edad de la adultez en el Pueblo de Dios según la tradición judía): «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Fue Jesús quien quiso, ardiente y resolutamente, cumplir el viaje a Jerusalén para realizar «en el Hijo del hombre todo lo escrito por los profetas» (Lc 18,31). Por eso, se podía “escuchar” desde el silencio de Cristo en la cruz, una respuesta a aquel estribillo blasfemo de los que se burlaban, un signo de fe y fidelidad total a Dios: “Santo, santo, santo el Señor Dios del universo”.
La misión de Jesús fue siempre aquella de cumplir el designio del Padre para la salvación de todos, incluso la de los que no lo comprendían, que se burlaban de Él, que lo crucificaron, y todo a costo de su propia vida. Aquí se encuentra la grandeza del rey divino, el Cristo de Dios, el elegido. Este será también el camino de cada uno de sus discípulos-misioneros, llamados a tener, como Cristo Rey, la misma paciencia, mansedumbre y determinación “regia”.
2. El Rey misericordioso que dona el paraíso
En la escena de la crucifixión, San Lucas nos regala en primer plano la conversación entre Jesús y el “buen ladrón” (caso único entre los evangelios). Emerge aquí, como en otros episodios del evangelio de Lucas, que escuchamos durante este Año Litúrgico, un Jesús lleno de misericordia. Él es el rostro del Dios misericordioso para los últimos, los excluidos, los arrepentidos, los necesitados. La misión de Cristo Rey es la misericordia. No es una casualidad que antes del episodio del buen ladrón, Jesús oró por el perdón de sus carnífices: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), ¡y esto incluía también a aquellos que pensaban o se enorgullecían de saber lo que hacían!
Su reino fue y es para siempre el reino “de vida […] de amor y de paz”, si volvemos al prefacio de la misa de hoy, y este será siempre más grande que cualquier pequeñez humana. La conmovedora petición del ladrón arrepentido, después de haber reconocido con sinceridad la consecuencia de su pecado, defiende la inocencia de Jesús y se vuelve modelo de oración para todos los discípulos y para todas las personas necesitadas de la salvación en el momento de la prueba y de la muerte: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Estas palabras recuerdan la invocación de los miembros del Pueblo de Dios pidiendo la misericordia divina: «Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas» (Sal 25[24],6).
3. El «hoy» eterno de la salvación ofrecida por Cristo Rey
Frente a la súplica estremecedora del ladrón, en la que se puede oír la voz de todo hombre y mujer que busca la salvación, la respuesta de Jesús no se hace esperar, y es tanto bella como densa de significados teológico-espirituales: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Como se ve en la formulación inicial (“En verdad te digo”), se trata de una declaración intencionalmente solemne, como si quisiese anunciar a todos lo que se decía a uno solo. Jesús promete, asegura, la salvación al ladrón; es decir, estar en el paraíso con Él. ¡Eso se realizará “hoy”, en este día de “viernes santo”! (No se dice: ¡Espera, querido ladrón, tres días colgado en la cruz, cuando yo resurja el tercer día, entonces, estarás conmigo!)
Este «hoy», por tanto, no se refiere al tiempo material, sino que es el eterno hoy de la salvación ofrecida por Cristo Rey Crucificado. Ese hoy lo era ya para Zaqueo, cuando acogió a Jesús en su casa. En esa ocasión Jesús declaró: «Hoy ha sido la salvación de esta casa […]. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10). Este «hoy» había sido ya proclamado por Dios a través de sus ángeles en el momento del nacimiento de Jesús: «hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Lo mismo se encuentra después en boca del mismo Jesús, en la sinagoga de Nazaret, al inicio de su actividad pública: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). Es el hoy de la misión de Jesús que lleva el evangelio divino a todos los necesitados, con el fin de reunir a todos los hijos dispersos de Dios en el reino de paz y de salvación.
Este «hoy» de Dios y de Jesús, continúa también ahora, y todos los discípulos de Cristo son llamados a anunciar a todos ese “día” del Señor que, en último análisis, no será un día nefasto de condena y fuego, sino de perdón y salvación. Independiente de cuan feo, malvado, pecaminoso pueda ser el pasado que cada uno lleva sobre sus espaldas, bastará dirigirse a Jesús, Rey Crucificado, invocando con sinceridad su nombre, así como lo hizo el buen ladrón. Él espera siempre a todo hombre y mujer con paciencia, comprensión y misericordia. Dando al “buen ladrón” el paraíso, Cristo rey en la cruz continua místicamente a esperar el retorno del otro ladrón, el “malo”, para poder donar también a Él el «hoy» de la salvación en su reino.
Es necesario llevar este grande misterio del amor de Dios en Cristo a toda persona en el mundo, tanto en tiempos oportunos como en los inoportunos. Así se expandirá por atracción el dulce reino de Cristo Rey Crucificado, el cual prometió proféticamente: «Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Que estén en nuestro corazón y en nuestros labios aquellas palabras sacras, que nos ayudan a compartir con todos la verdad del «hoy» eterno de nuestra salvación en Cristo, Hijo de Dios y Señor nuestro: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
Sugerencias útiles:
Catecismo de la Iglesia Católica
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Para el cristiano, “servir a Cristo es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la imagen de su Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo 4, 1).
Benedicto XVI, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 22 de noviembre de 2009
Pero, ¿en qué consiste el “poder” de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino “para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su “bandera”, según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Papa Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro, miércoles 28 de septiembre de 2016
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentran su culminación en el perdón.
Jesús perdona: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). No sólo son palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al «buen ladrón», que estaba junto a Él. San Lucas escribe sobre dos delincuentes crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero le insulta, […]
El otro es el llamado «buen ladrón». Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Primero, él se dirige a su compañero: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?» (Lc 23, 40). Así pone de relieve el punto de partida del arrepentimiento: el temor a Dios. […]
Después, declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente su propia culpa: «Y nosostros con razón porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho» (Lc 23, 41). Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él les ofrece la salvación. Lo cual es un escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para los que estaban ahí y se burlaban de Jesús, sin embargo esto es el fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la Gracia; ha ocurrido lo impensable: Dios me ha amado hasta tal punto que ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era ladrón, era un ladrón, había robado toda su vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a Jesús tan bueno y misericordioso logró robarse el cielo: ¡éste es un buen ladrón!
El buen ladrón se dirige directamente a Jesús, pidiendo su ayuda: «Jesús acuérdate de mí cuando vengas con tu reino» (Lc 23,42). Le llama por nombre, «Jesús», con confianza, y así confiesa lo que este nombre indica: «el Señor salva», esto significa el nombre de «Jesús». Ese hombre pide a Jesús que se acuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta expresión, cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, de que Dios le esté siempre cerca. […]
Mientras el buen ladrón habla del futuro: «cuando vengas con tu reino», la respuesta de Jesús no se hace esperar; habla en presente: dice «hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo llega a su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: es decir, salvar a los pecadores. […]
En la cruz, el último acto confirma la realización de este diseño salvífico. Desde el principio hasta el final Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es verdaderamente el rostro de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón le ha llamado por su nombre: «Jesús». Es una invocación breve, y todos nosotros podemos hacerla durante el día muchas veces: «Jesús». «Jesús», simplemente. Hacedla durante todo el día.
Pamela Arnez
Fuente de esta noticia: https://boliviamisionera.com/2025/11/19/comentario-biblico-misionero-para-este-domingo-solemnidad-de-nuestro-senor-jesucristo-rey-del-universo/
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