

Imagen: Periodista X el planeta
La Marcha Mundial por el Clima, integrada este año en las actividades de la Cumbre de los Pueblos durante la COP30, transformó las calles de Belém en un enorme corredor de demandas, creatividad y urgencia compartida. Miles de personas, llegadas de distintas regiones del mundo, se congregaron para recordar que la acción climática no puede esperar y que las decisiones que se tomen en esta cumbre deben reflejar el clamor de quienes viven diariamente las consecuencias del calentamiento global.
A lo largo del recorrido, que comenzó en el renovado Mercado de São Brás, se mezclaron voces y culturas en una expresión colectiva que dio un lugar central a los pueblos indígenas y a las comunidades que defienden sus territorios frente a la expansión extractiva. Líderes originarios caminaron junto a organizaciones ecologistas, movimientos sociales, trabajadores, estudiantes y colectivos barriales, todos unidos por una misma convicción: la necesidad de frenar la emergencia climática con medidas reales y no con promesas vacías.
Entre los mensajes más presentes estuvo la defensa urgente de la Amazonía, reconocida como uno de los pulmones esenciales del planeta y, al mismo tiempo, una de las regiones más amenazadas por la deforestación y los proyectos industriales. También resonaron con fuerza los reclamos por el fin de los combustibles fósiles, señalados como el corazón de una economía que ha llevado al mundo a una crisis sin precedentes. En paralelo, se insistió en garantizar los derechos de los pueblos indígenas, no solo como víctimas del cambio climático, sino como actores clave para preservar los ecosistemas y promover modelos de desarrollo sostenibles.
La marcha, que según sus organizadores superó los 30.000 participantes, avanzó durante siete kilómetros entre tambores, cantos y expresiones artísticas que dieron un carácter vibrante y simbólico a la jornada. Entre los actos más llamativos destacó un funeral performático dedicado a los combustibles fósiles, una imagen poderosa que sintetizó la urgencia de dejar atrás las energías que alimentan la crisis climática y avanzar hacia una transición justa, capaz de proteger a los trabajadores y comunidades que dependen de sectores en transformación.
Al caer la tarde, Belém quedó marcada por un mensaje difícil de ignorar: las soluciones al cambio climático no nacen únicamente en las salas diplomáticas, sino también en las calles, en las voces diversas que exigen justicia ambiental y en la convicción de que otro futuro todavía es posible si se actúa con valentía y responsabilidad.
carloscastaneda@prensamercosur.org
