

ENTRE LA EXIGENCIA Y EL EQUILIBRIO.
El trabajo bajo presión se refiere a la capacidad o situación en la que una persona debe cumplir tareas o metas en un tiempo limitado, con alta responsabilidad o en contextos de tensión emocional y laboral. Implica actuar con eficacia y autocontrol a pesar de las exigencias, los plazos ajustados o la sobrecarga de responsabilidades.
No todas las presiones laborales son negativas; algunas pueden ser un estímulo que impulsa la productividad. Sin embargo, cuando la presión se vuelve constante y supera la capacidad adaptativa del individuo, puede derivar en estrés laboral crónico, agotamiento y deterioro del bienestar físico y emocional.
Causas.
- Sobrecarga de trabajo: exceso de tareas o responsabilidades sin la debida distribución de funciones.
- Falta de planificación: la ausencia de una estructura o prioridades claras genera improvisación y caos.
- Liderazgo autoritario o desorganizado: estilos de mando basados en el control o la falta de comunicación clara.
- Plazos irrealistas: tiempos de entrega imposibles que aumentan la sensación de fracaso o ansiedad.
- Ambientes laborales tóxicos: competitividad mal gestionada, conflictos interpersonales o falta de reconocimiento.
- Falta de recursos: humanos, tecnológicos o económicos para desarrollar adecuadamente las tareas.
Consecuencias.
- Estrés y agotamiento físico: cefaleas, insomnio, taquicardias, contracturas musculares, entre otros síntomas.
- Trastornos emocionales: ansiedad, irritabilidad, desmotivación y sensación de fracaso.
- Disminución del rendimiento: errores frecuentes, falta de concentración y pérdida de creatividad.
- Clima laboral negativo: conflictos, desconfianza, alta rotación y deterioro del sentido de pertenencia.
- Riesgos psicosociales: síndrome de burnout, depresión laboral o ausentismo prolongado.
- Importancia de la planeación estratégica para evitar el estrés laboral
Una planeación estratégica clara es la mejor herramienta para transformar la presión en productividad saludable.
Permite:
- Organizar prioridades: distinguir lo urgente de lo importante.
- Asignar responsabilidades justas: evitando la sobrecarga individual.
- Optimizar recursos: humanos, tecnológicos y de tiempo.
- Anticipar problemas: reduciendo la improvisación y el caos operativo.
- Fomentar la comunicación efectiva: entre equipos y líderes.
Cuando las empresas planifican, distribuyen adecuadamente las cargas y establecen objetivos realistas, el trabajo deja de ser un peso para convertirse en un proceso ordenado que favorece la salud mental, la motivación y el logro colectivo.
Medidas de afrontamiento.
- Gestión del tiempo: usar herramientas de organización y priorización (agenda, cronogramas, listas de tareas).
- Respiración consciente y pausas activas: breves descansos físicos y mentales cada 60–90 minutos.
- Delegar y pedir ayuda: reconocer los límites personales no es debilidad, sino inteligencia emocional.
- Comunicación asertiva: expresar necesidades y desacuerdos sin agresividad ni sumisión.
- Cuidar la salud integral: alimentación adecuada, sueño reparador y ejercicio regular.
- Separar trabajo y vida personal: establecer límites claros entre ambos espacios.
- Formación en inteligencia emocional: desarrollar habilidades para manejar el estrés, la frustración y la crítica.
Trabajar bajo presión no debería convertirse en sinónimo de sufrimiento. La verdadera fortaleza no está en resistir el estrés, sino en prevenirlo con sabiduría y equilibrio. Cuando comprendemos que el cuerpo y la mente son instrumentos que necesitan armonía, aprendemos a escuchar sus señales antes de que colapsen.
Desde una mirada espiritual, cada reto laboral puede ser una oportunidad para practicar la paciencia, la humildad y la confianza. No siempre podemos controlar las circunstancias externas, pero sí la forma en que las enfrentamos.
“El trabajo hecho con calma y propósito genera frutos duraderos; el hecho desde la prisa, solo cansancio pasajero.”
“El que encubre la falta busca amistad; más el que la divulga, aparta al amigo.” Proverbios 17:9(RRV1960)
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