

UNA LECCIÓN SOBRE LA ENVIDIA, LA LUZ INTERIOR Y LA SOMBRA HUMANA.
Cuenta la leyenda que una serpiente comenzó a perseguir incansablemente a una luciérnaga. Día tras día, la luciérnaga huía, intentando escapar de su depredadora. Finalmente, agotada, decidió detenerse y preguntar el motivo de tanta persecución.
—¿Pertenezco a tu cadena alimenticia? —preguntó.
—No —respondió la serpiente.
—¿Te hice algún mal? —insistió.
—No —replicó la serpiente.
—Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
—Porque no soporto verte brillar.
Esta pequeña fábula encierra una profunda enseñanza sobre la naturaleza humana, la envidia, la luz interior y la importancia de reconocer tanto a las serpientes en nuestra vida como las veces en que nosotros mismos podemos actuar como una.
¿Por qué existen las serpientes emocionales?
- La envidia como raíz emocional: La serpiente representa a quienes no toleran la luz ajena. La envidia surge cuando alguien no puede celebrar el brillo de otro, porque percibe su propia oscuridad como una amenaza.
- La comparación constante: En vez de admirar o aprender, las personas “serpiente” se comparan y se sienten inferiores. La comparación destruye la autoestima y genera resentimiento.
- La falta de propósito propio: Cuando una persona no ha encontrado su propio sentido, su propia “luz”, tiende a apagar la de los demás para sentirse menos insignificante.
- Dolor no resuelto: Detrás de una actitud destructiva suele haber heridas profundas: rechazo, humillación o abandono que, sin sanar, se transforman en ataques disfrazados de desprecio.
Consecuencias: El veneno de la envidia y la oscuridad interior.
- Relaciones rotas: La crítica, la competencia desleal y la manipulación deterioran vínculos y destruyen la confianza.
- Autodestrucción emocional: Quien vive intentando apagar la luz ajena termina consumido por su propio veneno, incapaz de encontrar paz interior.
- Estancamiento personal: Mientras se enfoca en el brillo de otros, la serpiente deja de crecer, pierde energía y se desconecta de su propio camino.
- Dolor proyectado: El odio hacia el brillo de los demás es, en realidad, el reflejo del odio hacia uno mismo. No soportar ver luz afuera es no poder ver la propia.
La importancia de identificar a las “serpientes” en tu vida.
Reconocer a las personas que actúan como serpientes no significa odiarlas, sino proteger tu luz. Las serpientes pueden presentarse como amigos, familiares o colegas que:
- Te desaniman cuando progresas.
- Se burlan de tus sueños.
- Hablan mal de ti cuando no estás.
- Se sienten incómodos cuando brillas o te aplauden.
La luciérnaga no dejó de brillar. No se volvió serpiente. No se rebajó a su nivel. Siguió siendo luz, aunque la oscuridad la persiguiera.
Esa es la enseñanza: no permitas que el veneno ajeno apague tu brillo interior.
Pero también: no seas tú la serpiente en la vida de otros.
Tan importante como protegerse de la oscuridad ajena, es evitar convertirnos en ella. Cada vez que juzgas a alguien por su éxito, su alegría o su autenticidad, pregúntate: “¿Estoy actuando desde mi luz o desde mi sombra?”
No ser serpiente significa:
- Alegrarte del brillo ajeno.
- Reconocer los logros de los demás sin sentirte menos.
- Aprender del que brilla, en lugar de envidiarlo.
- Iluminar tu propio camino sin apagar el de nadie.
Recordemos: la luciérnaga no compite con el sol, ni el sol con la luna. Cada uno brilla en su propio momento y lugar.
La fábula de la luciérnaga y la serpiente es un espejo para el alma. Nos muestra cómo la luz y la sombra conviven en cada ser humano.
En la vida, todos hemos sido luciérnagas y, alguna vez, serpientes. Hemos huido del juicio ajeno y también hemos juzgado a otros por brillar más que nosotros. La sabiduría está en reconocer ambas partes y elegir conscientemente ser luz. “Brillar no es competir, es cumplir tu propósito.
Apagar la luz de otro no hará que la tuya brille más fuerte.
Solo cuando cada uno ilumina desde su esencia, el mundo deja de ser un lugar oscuro.”
Que esta fábula nos inspire a proteger nuestra luz, a sanar nuestras sombras y, sobre todo, a no permitir que la envidia nos robe la posibilidad de admirar la belleza del brillo ajeno. Porque el alma que admira, también se ilumina.
“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.” Lucas 6:37
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