

Para muchos, la idea de un autoexamen suena casi tan disfrutable como pararse frente al espejo y examinar lentamente las imperfecciones de su cuerpo. ¿Quién ha escuchado la frase: «Dediquemos un tiempo a examinarnos a nosotros mismos» y ha sonreído?
Para algunos, el autoexamen puede incluso traer recuerdos que hemos intentado olvidar con todas nuestras fuerzas. Quizás, en algún pasado miserable, pasamos incontables horas escarbando en nuestro interior, tratando desesperadamente de arrancar de raíz los pecados ocultos. En el proceso, descubrimos lo oscura y desesperanzada —lo alejada de Cristo— que puede ser la vida subterránea.
Puedo comprenderlo. Recuerdo momentos en los que me sentía encerrado en mi propia alma, como Cristiano en el castillo del Gigante Desesperación. He vivido largas temporadas sin luz espiritual. La introspección mórbida todavía me tienta hoy en día.
Pero junto a ese sombrío pasado y peligro presente, también he descubierto algo inesperado: la cura para la introspección enfermiza no es simplemente pensar menos en uno mismo, sino pensar mejor en uno mismo. Sí, el autoexamen puede convertirse en una celda de prisión de melancolía introspectiva, pero no tiene por qué ser así. Si se hace correctamente, el autoexamen puede convertirse en un camino hacia la salud espiritual, un amigo que nos lleva hacia nuestro interior solo para llevarnos más allá hacia el exterior, que nos muestra nuestro yo para que podamos ver más de Cristo.
Examíname, oh, Dios
Algunos se preguntarán: «¿Por qué tenemos que examinarnos a nosotros mismos? Si Dios nos transforma al contemplar a Cristo (2 Co 3:18), ¿por qué tendríamos que perder el tiempo contemplándonos a nosotros mismos?». Cambiamos por la mirada hacia fuera, no hacia adentro, ¿no es así?
En efecto, es así. Somos plantas que crecen por la lluvia de la adoración no enfocada en nosotros mismos, sino por el sol de la alabanza dirigida a Cristo. No obstante, aun las plantas bien regadas que reciben abundante luz del sol necesitan tener cuidado de los espinos. Del mismo modo, el autoexamen no nos hace crecer por sí mismo, pero podría limpiar la tierra para el crecimiento y evitar que nuestras plantas terminen asfixiadas.
En las Escrituras, los santos saludables miran principalmente hacia afuera, pero no miran solo hacia afuera. Al igual que Timoteo, vigilan de cerca no solo el evangelio, sino también a sí mismos (1 Ti 4:16). Al igual que David, les encanta considerar la gloria de Dios en el cielo y en las Escrituras, pero también permiten que esa gloria ilumine su propio ser (Sal 19:11-14). Como exhorta el autor de Hebreos, dedican toda su atención a «poner los ojos en Jesús», pero de vez en cuando también consideran el peso y los pecados que frenan su ritmo (He 12:1-2).
Los sabios saben que el progreso espiritual de ayer no garantiza el progreso espiritual de hoy. Los Judas se convierten en traidores y los Demas se convierten en amadores del mundo un pequeño paso a la vez, engañándose a sí mismos. Tal como atestiguan tanto la historia como la experiencia, es muy posible vivir una vida a medias como cristianos, dando frutos diez veces menos de lo que podríamos dar si nos detuviéramos a arrancar los espinos que bloquean nuestro camino.
«Una vida que no se examina no merece la pena ser vivida», dijo Sócrates en su famosa frase. Y nosotros añadimos con razón que un alma que no se examina no seguirá viviendo, o cojeará en lugar de correr.
Cómo examinarte a ti mismo
Entonces, ¿cómo podemos autoexaminarnos sin quedar aprisionados por la introspección? ¿Cómo podemos sacar agua del pozo del alma sin caer en él?
El autoexamen saludable puede adoptar muchas formas, y lo que ayuda a un alma puede ayudar menos a otra. Al igual que con la oración, la lectura de la Biblia y otras disciplinas espirituales, las Escrituras nos dan principios, pero dejan mucho espacio para la aplicación personal. Considera, entonces, algunas pautas básicas para el autoexamen y cómo puedes hacerlas tuyas.
1. Planifica examinarte a ti mismo.
Con frecuencia, el autoexamen se vuelve mórbido cuando pasa de ser una práctica espiritual para convertirse en una atmósfera espiritual: una vaga nube de condena que te persigue, una paralizante sensación de autoconsciencia.
Las Escrituras nunca aconsejan una mirada interior tan constante. La vida de un santo es una vida olvidada de sí misma, orientada hacia Dios y hacia los demás. «Amar a Dios» y «amar al prójimo» son las dos prioridades de nuestros días (Mt 22:37-39); «examinarse a uno mismo» es una práctica destinada a servir a esos amores más grandes. Por extraño que parezca, una forma de recuperar un autoexamen saludable es darle un lugar bien definido y meditado en nuestra agenda. En lugar de examinarte constantemente, planifica examinarte.
Solo el que escudriña los corazones puede revelar lo que hay en ellos; solo Dios puede hacer que nos conozcamos a nosotros mismos
Dicho plan incluirá un cuándo específico. Muchos santos a lo largo de la historia de la iglesia se han beneficiado de un breve momento de autoexamen cada noche, unos minutos en los que podemos recordar las misericordias y confesar los pecados del día. Pero para crecer en la práctica del autoexamen, especialmente para aquellos propensos a la introspección mórbida, yo sugeriría algo un poco más largo pero menos frecuente, digamos una vez a la semana (quizás en lugar del tiempo devocional habitual).
Tan importante como el cuándo es el qué. ¿Dónde centrarás tu atención? Para la mayoría de nosotros, «examinarse a uno mismo» es una tarea demasiado amplia. Pero «examinar tu vida de oración», «examinar tus amistades», «examinar tu forma de criar a tus hijos», «examinar tu relación con el dinero», con estas cosas sí podemos lidiar.
Para mí es útil pensar en dos grandes categorías para el autoexamen: llamados y preocupaciones. Por llamados me refiero a las áreas de responsabilidad que Dios te ha dado: discípulo de Jesús, esposo o esposa, madre o padre, miembro de la iglesia, amigo, vecino, empleado, etc.
Por preocupaciones me refiero a aquellas áreas de tu alma que requieren una atención especial. Digamos, por ejemplo, que sientes una punzada de envidia un martes por la tarde en el trabajo. Confiesas esa punzada, pero no tienes tiempo en ese momento, o tal vez ni siquiera en ese día, para sondear sus profundidades, aunque sientes que sería útil hacerlo. «¿Por qué sentí eso? ¿De dónde vino?». Tener un plan para el autoexamen te permite decir: «No estoy seguro, pero no necesito averiguarlo ahora. Volveré a pensarlo el viernes», o cuando lo hayas planeado.
2. Deja que la Palabra de Dios te guíe.
Así pues, el viernes por la mañana (o cuando sea), tienes ese tiempo reservado para el autoexamen. ¿Cómo podría verse ese tiempo? Podemos tomar algunas pistas de la oración de David en el Salmo 139:23-24:
Escudríñame, oh, Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y ve si hay en mí camino malo,
Y guíame en el camino eterno.
David sabe que solo el que escudriña los corazones puede revelar lo que hay en ellos; solo Dios puede hacer que nos conozcamos a nosotros mismos. Por eso, en lugar de sumergirse en su propia alma sin ayuda, él le pide a Dios que lo escudriñe.
Sin embargo, notemos que David no solo le pide a Dios que lo escudriñe, sino que también se pone en la presencia de este Dios que escudriña. La mayor parte del Salmo 139 recorre las profundidades de Dios, no las del ser interior. David se maravilla ante los pensamientos omniscientes de Dios, los ojos que todo lo ven, la presencia que todo lo abarca, la justicia que todo lo consume. Y entonces, en el contexto de esta profunda orientación hacia Dios, David dice: «Escudríñame».
El Salmo 139 (y el resto de las Escrituras) le da al autoexamen un enfoque decididamente asimétrico: solo nos vemos correctamente en relación con Dios. Por lo tanto, si quieres examinarte bien, sigue el ejemplo de David y ponte en la presencia de Dios. En la práctica, mientras te autoexaminas, deja que la adoración desempeñe un papel tan importante como la confesión. A lo largo del camino, trata como tu mejor guía la Palabra de Dios, esa Palabra dada para nuestra reprensión y corrección (2 Ti 3:16), la única Palabra que puede discernir el corazón (He 4:12).
Con ese fin, considera elegir un pasaje relevante para tu enfoque actual y úsalo como un camino hacia el alma. Si quieres examinar tu vida de oración, detente en el Padre Nuestro. Si quieres examinar tu papel como esposo, mírate en el espejo de Efesios 5:22-33. Si quieres llegar al fondo de algún impulso persistente hacia la amargura, recorre lentamente el Salmo 37 o el 73. Mientras lo haces, pídele a Dios mismo que te examine.
3. Inquiere a tu alma y confiesa tus pecados.
Para agudizar nuestro autoexamen, podríamos volver a fijarnos en la oración de David. Cuando le pide a Dios que lo examine, no le pide que revele todo lo que hay en él. Pero sí le pide que le muestre «si hay en mí camino malo», cualquier pecado desconocido o medio conocido, cualquier incredulidad cada vez más profunda, cualquier patrón en desarrollo que pudiera impedirle seguir «el camino eterno» (Sal 139:24).
El fin del autoexamen no es estar consciente de uno mismo, sino estar consciente de Cristo
Del mismo modo, no necesitamos tratar el autoexamen como una tarea exhaustiva. No podemos saberlo todo sobre nosotros mismos, ni siquiera todo sobre una parte de nosotros mismos. Por muy conscientes que lleguemos a ser de nosotros mismos, moriremos conociéndonos, al igual que conocemos a Dios, solo «en parte» (1 Co 13:12). Pero sí queremos ver cualquier cosa que requiera nuestra atención presente, cualquier brote venenoso que podría convertirse en un pecado grave.
Mientras meditamos sobre un pasaje, puede resultarnos útil hacernos preguntas como las siguientes (extraídas del libro La oración, de Tim Keller):
- ¿Estoy viviendo a la luz de esto?
- ¿Qué diferencia hace esto?
- Si creyera y me aferrara a esto, ¿cómo cambiarían las cosas?
- Cuando me olvido de esto, ¿cómo me afecta a mí y a todas mis relaciones?
Si estas preguntas revelan pecados que hemos tolerado, hábitos que debemos abandonar, concesiones sutiles que han ido creciendo con el tiempo, ¡bien! Eso significa que nuestro autoexamen está dando sus frutos. Hace una hora, algo inquietante se ocultaba en el alma; ahora ya no. Ahora podemos tomarlo, ponerlo ante el Señor, que nos conoce exhaustivamente y nos ama eternamente, y decir con David:
Te manifesté mi pecado,
Y no encubrí mi iniquidad.
Dije: «Confesaré mis transgresiones al Señor»;
Y Tú perdonaste la culpa de mi pecado (Sal 32:5, énfasis añadido).
4. Olvídate de ti mismo
El autoexamen, al igual que el buceo en aguas profundas, es un buen ejercicio, pero solo es ocasional. Dios no nos ha dado suficiente luz ni oxígeno para nadar siempre en las profundidades; el sol, el aire y la tierra nos esperan arriba. Por lo tanto, una vez que hayas interrogado a tu alma y hayas confesado los pecados que hayas visto, vuelve a la superficie.
El acrónimo de oración A. C. A. S. (adoración, confesión, acción de gracias, súplica) coloca la acción de gracias después de la confesión por una buena razón: en Cristo, la confesión del pecado no es una habitación, sino una puerta; no es un muro, sino un camino. Dios no quiere que permanezcamos sentados para siempre en algún sótano lúgubre de culpa; Él desea que cantemos bajo el cielo azul de Su bondad y caminemos por los amplios campos de Su gracia, con Su amor inquebrantable como nuestra atmósfera (Sal 32:10). Por lo tanto, si el autoexamen no nos lleva regularmente a un sabor más pleno, más profundo y más dulce de la gracia de Dios en Jesús, entonces en algún punto el autoexamen ha fallado.
El fin del autoexamen no es estar consciente de ti mismo, sino estar consciente de Cristo. Sí, hemos examinado nuestras almas durante un tiempo, pero solo para poder llevar nuestros pecados a Cristo y recibir Su fuerza para caminar por un camino mejor. El último paso del autoexamen, entonces, es simplemente este: olvídate de ti mismo. Ve y ama a tu Dios. Ve y ama a las personas que Él ha puesto ante ti. Ve y anda por «el camino eterno» (Sal 139:24).
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por María del Carmen Atiaga.
Scott Hubbard
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/examinate-olvidate-ti-mismo/
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