

Durante años, el hidrógeno ha sido considerado una de las grandes promesas para la movilidad limpia y sostenible. Se presenta como un combustible abundante, no contaminante y con características que lo hacen atractivo: autonomías similares a los vehículos convencionales y tiempos de repostaje comparables a los de un coche de gasolina. Sin embargo, la realidad actual muestra que esta tecnología aún no logra despegar de manera masiva, especialmente frente al avance imparable de los vehículos eléctricos de batería.
Ventajas del hidrógeno: autonomía y rapidez
Los vehículos eléctricos de pila de combustible (FCEV, por sus siglas en inglés) funcionan mediante la combinación de hidrógeno con oxígeno, generando electricidad para propulsar el vehículo. Este proceso químico no produce emisiones contaminantes, más allá de vapor de agua y aire caliente. Además, los tiempos de repostaje son notablemente rápidos, apenas unos minutos, lo que los convierte en una opción interesante para usos donde la disponibilidad inmediata es clave, como el transporte de larga distancia o flotas comerciales.
Otro punto a favor del hidrógeno es su autonomía, que puede competir con la de los automóviles tradicionales a gasolina o diésel. Esto lo posiciona como una alternativa viable para sectores donde las baterías eléctricas aún no logran ofrecer suficiente densidad energética, como el transporte pesado o los autobuses.
Los obstáculos del hidrógeno: costos y eficiencia
A pesar de sus ventajas, el hidrógeno enfrenta barreras significativas para su adopción masiva. Uno de los principales desafíos es su costo. La producción del llamado «hidrógeno verde», generado a partir de fuentes renovables como la electrólisis del agua, sigue siendo cara y depende de una infraestructura energética sofisticada que aún está en desarrollo.
Asimismo, la eficiencia energética es un tema crucial. El proceso completo para producir, almacenar, transportar y utilizar hidrógeno conlleva pérdidas significativas de energía en comparación con los vehículos eléctricos de batería. Por otro lado, las fugas de hidrógeno durante su manipulación y transporte también representan un problema técnico que debe ser resuelto.
La infraestructura es otra gran limitante. Actualmente, la red de estaciones de repostaje de hidrógeno es muy limitada en comparación con la creciente red de puntos de carga eléctrica. En Europa, por ejemplo, se planea que haya una estación de hidrógeno cada 200 kilómetros para 2030, mientras que las estaciones de carga eléctrica deberán instalarse cada 60 kilómetros a partir de 2025.
El respaldo gubernamental: clave para el futuro del hidrógeno
A pesar de estos retos, el hidrógeno cuenta con el apoyo de diversas políticas gubernamentales. La Unión Europea lo ha incluido dentro de su estrategia de descarbonización y varios países han lanzado programas de subvenciones para fomentar su producción y uso. Sin embargo, la falta de economías de escala sigue siendo un obstáculo importante para reducir los costos y expandir la tecnología.
En América Latina y el Caribe, algunos países también han comenzado a explorar el potencial del hidrógeno verde como parte de sus planes energéticos. Chile, por ejemplo, busca posicionarse como líder en la producción y exportación de hidrógeno verde gracias a su abundancia de energías renovables.
Hidrógeno y eléctricos: ¿competencia o convivencia?
Todo indica que los vehículos eléctricos de batería continuarán dominando el mercado de turismos y furgonetas en la próxima década. Su mayor eficiencia energética, la rápida expansión de la infraestructura de carga y las mejoras tecnológicas en baterías (menos dependientes del cobalto y más duraderas) los convierten en la opción más competitiva para el consumidor promedio.
Sin embargo, el hidrógeno podría desempeñar un papel complementario en sectores específicos. En el transporte pesado, los autobuses o incluso la aviación, donde las baterías actuales no ofrecen suficiente autonomía o densidad energética, la tecnología de pila de combustible podría ser una solución valiosa dentro del camino hacia una movilidad libre de emisiones.
El hidrógeno tiene un potencial significativo para contribuir a la transición energética global. No obstante, todavía enfrenta desafíos tecnológicos, económicos e infraestructurales que limitan su adopción masiva en el corto plazo. Mientras tanto, los vehículos eléctricos continúan consolidándose como la alternativa más accesible y eficiente para la mayoría de los usuarios.
A largo plazo, es posible que ambas tecnologías coexistan y se complementen en función de las necesidades específicas del transporte. En este escenario, el hidrógeno podría encontrar su lugar en aplicaciones donde las baterías no son prácticas o suficientes. Por ahora, sigue siendo una promesa en desarrollo que deberá superar múltiples barreras antes de convertirse en una realidad cotidiana en nuestras carreteras.
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