

En la vida invisible de los destinos, hay presencias que no se anuncian con estridencia, pero que sostienen con temple el andamiaje de lo esencial. Carmen Pereira Carballo, nacida en Santiago de Compostela, no llegó a Bolivia como turista ni como espectadora del devenir político. Lo hizo como quien porta una brújula interior, una convicción silenciosa, una llama que no se apaga ni en los inviernos más largos. Su encuentro con Jaime Paz Zamora en Lovaina, Bélgica, no fue un episodio romántico cualquiera, fue el cruce de dos vocaciones que, al entrelazarse, engendraron no solo una familia, sino una estirpe de compromiso y coraje.
Rodrigo y Jaime, sus hijos, no son únicamente frutos de ese vínculo, son astillas de una mujer que jamás negoció con el miedo. Carmen no se dejó encasillar en el molde decorativo de la primera dama. Durante la presidencia de Jaime Paz Zamora, su oficina en la Coordinación del Acuerdo Patriótico —COPAC— no era un despacho ceremonial, era un centro de gravedad donde se tejían hilos discretos de articulación nacional. Ubicada en los límites de lo que hoy es la Universidad UDABOL, aquella oficina no tenía alfombras rojas ni flashes, pero sí una atmósfera de trabajo sobrio, casi monástico.

En 1992, cuando la curiosidad periodística me empujaba hacia los márgenes de lo convencional, decidí que Carmen debía ser entrevistada. No por protocolo, sino por intuición. La negativa inicial que recibí no me desanimó, me agudizó. Fue mi gran amigo y hermano Julio Aliaga Lairana quien, con esa complicidad que solo los amigos verdaderos entienden, me abrió la puerta de su casa en la avenida Julio C. Patiño. Allí, mientras esperaba, descubrí un piano. Me senté sin pedir permiso y ejecuté una versión jazzística de “Los pollitos dicen”, pieza que, por razones que aún no comprendo, siempre me ha conmovido. Al terminar, unos aplausos suaves me sorprendieron. Carmen estaba detrás de mí, sonriendo con esa mezcla de ternura y firmeza que la caracterizaba. «Yo también toco», me dijo.
No quiso formalidades. Me pidió que la llamara por su nombre, que no la ustedeara, que no la envolviera en títulos. Lo que siguió fue más que una entrevista. Fue una confesión sin maquillaje, una entrega sin reservas. Me habló de sus luchas, de sus miedos vencidos, de sus noches sin tregua. Me habló de política como quien habla de poesía, con pasión, con rigor, con una lucidez que cortaba como diamante. No toleraba las medias tintas ni las preguntas desorejadas. Su pensamiento era afilado, su ética innegociable. Su sinceridad, asomaba como si hubiera sido inventada por alguien que quiso amargarle la vida al prójimo.

Esa noche trabajé sin pausa. Quería que el texto respirara su cadencia, que la diagramación —obra maestra de Cucho Vargas— honrara su figura sin adornarla. La nota fue premiada, pero lo que más me marcó fue su llamada. Me dijo que nunca nadie había escrito sobre ella con tanto detalle, con tanta verdad. Desde entonces, nuestra amistad se volvió temperatura, se volvió linaje compartido. Conocí a Rodrigo en eda realidad, como quien asiste al nacimiento de una vocación que ya se intuía presidencial. Terminada la gestión de Paz Zamora, no la vi más.
Hoy, al encontrar entre mis álbumes aquel artículo, entre los más de veinte mil que he escrito en más de medio siglo de oficio, sentí que debía compartirlo. No por nostalgia, sino por justicia. Porque en la historia de Bolivia, hay mujeres que no figuran en los monumentos, pero que han tallado con sus manos el rostro de la patria. Carmen Pereira Carballo es una de ellas. Y Rodrigo Paz Pereira, presidente electo, es la astilla luminosa de esa madera valiente.
por: Julio Ríos Calderón
Fotos: Archivo personal del autor
Publicado por: Agencias
Fuente de esta noticia: https://lavozdetarija.com/2025/10/30/rodrigo-paz-pereira-astilla-de-una-mujer-valiente/
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