

Desde la psicología del crecimiento personal y la sabiduría espiritual, cada vida humana puede compararse con un huerto sagrado. En él sembramos pensamientos, emociones, decisiones, relaciones y palabras que, con el tiempo, dan fruto.
Tal como enseña el coach empresarial Arles García, una de las lecciones más poderosas es aprender a reconocer la maleza en nuestro jardín interior: esas personas, hábitos o pensamientos que absorben nuestra energía, nuestros nutrientes emocionales, y que no permiten que crezcamos con libertad.
La Biblia nos recuerda en Gálatas 6:7:
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”
Cada acción, palabra o elección es una semilla. Pero, así como sembramos flores, también podemos permitir que crezcan espinos. Y si no limpiamos el huerto, la maleza termina robando la luz del sol que alimenta nuestras raíces.
¿Por qué dejamos que la maleza crezca?
- El miedo a arrancar lo conocido. Muchas veces preferimos convivir con lo que nos daña antes que soltar lo que nos resulta familiar.
- Falta de discernimiento espiritual. No todo lo que parece “bueno” proviene de Dios; algunas conexiones son pruebas que nos enseñan a distinguir la luz de la sombra.
- Apego emocional. Cuando confundimos amor con dependencia, terminamos abonando el terreno de la tristeza.
- Heridas no sanadas. Si el corazón guarda resentimiento o carencia, atraerá relaciones y experiencias que reflejen ese dolor.
- Ausencia de límites y oración. Sin vigilancia espiritual ni conexión con Dios, dejamos que cualquier semilla (incluso las dañinas) encuentre terreno fértil.
Consecuencias: Lo que cosechamos cuando no limpiamos.
Cuando permitimos que la maleza permanezca, los frutos de nuestro jardín se debilitan:
- Cosechamos cansancio y confusión. La energía se dispersa en personas o situaciones que no edifican.
- Nuestros sueños se marchitan. Como los “hijitos” de una planta ahogada por el parasitismo, nuestras metas pierden fuerza ante las influencias negativas.
- Se interrumpe el propósito. Cuando el terreno está contaminado, las semillas del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia) no logran florecer.
- El alma se apaga. Perdemos la conexión con la fuente divina que nos nutre, y entramos en ciclos repetitivos de desánimo y desorden.
Cómo limpiar nuestro huerto.
- Ora y pide discernimiento. Antes de arrancar, consulta al Jardinero Mayor. Solo el Espíritu Santo puede mostrarte qué debe quedarse y qué debe irse.
- Poda con amor, no con rencor. Elimina relaciones o hábitos dañinos desde la compasión, no desde la venganza.
- Siembra nuevas semillas. Sustituye la queja con gratitud, el miedo con fe, y el resentimiento con perdón.
- Riega con constancia. Alimenta tu alma con lectura espiritual, oración diaria y pensamientos de luz.
- Protege tu terreno. No permitas que cualquiera arroje semillas en tu campo; no toda palabra ni consejo vienen del Espíritu correcto.
- Espera con paciencia. Todo jardín necesita tiempo. La cosecha llega en el momento de Dios, no en el nuestro.
El arte de sembrar con sabiduría.
Así como en la naturaleza, la Ley de la Siembra y la Cosecha rige también el alma. Cada pensamiento es una semilla, cada acción es un riego, y cada silencio puede ser un terreno donde florece la fe o la desesperanza.
No podemos cosechar paz si sembramos juicios, ni esperar amor si cultivamos miedo. Por eso, limpiar la maleza no es rechazar a otros, sino elegir conscientemente qué tipo de siembra queremos proteger.
Dios nos llama a ser buenos administradores del huerto que Él nos confió: nuestra vida. Y aunque la maleza siempre intentará volver, el alma que ora y vigila sabrá distinguir la luz del engaño.
Porque quien siembra con lágrimas, cosechará con gozo (Salmo 126:5), y quien riega su jardín con fe, verá florecer promesas donde antes solo había sombra.
“Siembra amor, y recogerás abundancia.
Siembra fe, y cosecharás milagros.
Siembra con Dios, y jamás temerás la cosecha.”
«Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará».
2 corintios 9:6 (RRV 1960)
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