

Federalismo pragmático europeo como fórmula para mas integración, competitividad… y adecuadas alianzas exteriores.
Hay discursos que no sólo describen una época, sino que la reorientan. El que pronunció Mario Draghi el pasado 24 de octubre en Oviedo, con motivo de los Premios Princesa de Asturias, pertenece a esa categoría infrecuente donde la lucidez técnica se une a la visión política. Fue, en el fondo, un mensaje a toda Europa: si queremos seguir siendo relevantes, debemos reinventar el modo en que actuamos juntos.
El lugar elegido para pronunciar ese mensaje no pudo ser más elocuente. Asturias, tierra que simboliza resiliencia y renacimiento, fue el escenario donde Draghi llamó a reimaginar Europa. En el Teatro Campoamor, entre ecos de historia y cooperación, el antiguo “salvador del euro” elevó la voz no para anunciar otra crisis, sino para convocar una renovación moral e institucional.
Porque si en 2012 Draghi pronunció el célebre “whatever it takes” que salvó la moneda común, en 2025 ha lanzado su equivalente político: “Debemos cambiar o quedaremos rezagados”. No se trataba de una frase grandilocuente, sino de un compromiso: transformar la Unión desde sus herramientas más eficaces y no esperar a consensos eternos.
Oviedo, geografía periférica y atlántica, se convirtió así en el escenario perfecto para repensar una Europa que sólo sobrevivirá si se atreve a avanzar en red, con alianzas flexibles y visión común.
Bajo la bóveda del Teatro Campoamor —en esa esquina atlántica que cada otoño recuerda a Europa y al mundo que su historia también se construyó mirando al oeste—, el ex presidente del Banco Central Europeo habló de “federalismo pragmático”, es decir, una integración no de tratados ni solemnidades, sino de hechos, de alianzas entre Estados dispuestos a cooperar en sectores estratégicos. En su tono pausado y preciso, Draghi propuso sustituir la parálisis por proyectos, la retórica por resultados.
El diagnóstico fue tan elegante como demoledor. Draghi advirtió que casi todos los pilares sobre los que se fundó la Unión están bajo tensión: la prosperidad basada en la apertura, la seguridad sustentada en la diplomacia y el liderazgo climático o tecnológico que se desvanece ante la competencia global. Europa —dijo— no puede seguir operando con la lógica de hace dos décadas, mientras otras potencias actúan con una velocidad, escala e intensidad desconocidas en Bruselas.
Su propuesta de un “federalismo pragmático” no pretende un salto institucional hacia una federación imposible, sino un avance funcional por agrupaciones voluntarias de Estados, capaces de cooperar con agilidad en defensa, tecnología, energía o innovación. Es la política industrial convertida en vertebradora de la unidad.
Lo que en Oviedo se enunció con tono simbólico, había sido plasmado parcialmente un año antes en el conocido Informe Draghi, elaborado por encargo de la Comisión Europea y presentado en septiembre de 2024 bajo el título “El futuro de la competitividad europea”.
En ese documento —que se ha convertido en referencia en Bruselas—, Draghi ya pedía reformar y ampliar la regulación de los “Proyectos Importantes de Interés Común Europeo” (IPCEI, en sus siglas en inglés), integrando a más Estados miembros y simplificando su tramitación. El informe subraya que, aunque desde 2018 se han invertido unos 40.000 millones de euros en IPCEI sobre microelectrónica, baterías o hidrógeno, los Estados miembros gastaron en 2023 más de 190.000 millones de euros en ayudas nacionales fragmentadas, cinco veces más que en proyectos comunes. La paradoja está servida: predicamos integración, pero financiamos dispersión.
El Informe Draghi reclama precisamente lo contrario: que los IPCEI sean el embrión de una verdadera política industrial europea, que agrupen Estados y empresas para proyectos transfronterizos, con apoyo de fondos europeos y efecto de arrastre sobre toda la economía. Llega incluso a proponer un “régimen 28º” especial —por encima de las normativas nacionales— para infraestructuras críticas como las energéticas, con el fin de evitar bloqueos burocráticos. Esto, en la práctica, equivaldría a una “licencia europea única” para proyectos energéticos o tecnológicos estratégicos.
Desde mi experiencia en la Comisión Europea, trabajando durante seis años en el ámbito de las Ayudas de Estado, puedo confirmar que los IPCEI son un mecanismo jurídico y político de enorme potencial, ya que permiten compatibilizar financiación pública de proyectos innovadores y por tanto, arriesgados, con reglas de competencia empresarial, siempre que el proyecto aporte valor añadido europeo y beneficie a varios Estados y, en definitiva al interés general. En la práctica, son el ejemplo más claro de ese federalismo pragmático del que habló Draghi, o sea, cooperación sin cesión formal de soberanía, pero con resultados comunes tangibles.
Pero el federalismo pragmático que Draghi propone no debería limitarse a las fronteras internas de la Unión. En un mundo de bloques, Europa necesita ampliar sus alianzas naturales, y ninguna lo es tanto como Iberoamérica, su espejo histórico y su socio potencial más afín. Allí están muchos de los recursos y talentos que Europa necesita para mantener su competitividad: materias primas críticas, biodiversidad, energía limpia y juventud creativa. Y aquí, en el Viejo Continente, la tecnología, los estándares y la financiación que pueden convertir esa riqueza en prosperidad compartida.
Un modelo ampliado de IPCEI —de “Proyectos de Interés Común Euro-Iberoamericano”— podría unir empresas y gobiernos en cadenas de valor sostenibles: desde el litio y el hidrógeno verde hasta la inteligencia artificial o la biotecnología. Sería, en cierto modo, extender el federalismo pragmático más allá del mapa europeo, hacia un federalismo atlántico, basado en confianza, idioma, cultura y destino común.
En tiempos de desorientación geopolítica, el discurso de Draghi devuelve a Europa la brújula de la acción coordinada. No necesitamos más declaraciones, sino más vision estratégica; no más cumbres, sino más proyectos compartidos; no más discursos sobre unidad, sino más decisiones valientes.
Y quizá por eso, escuchar esa llamada en Oviedo tuvo algo de poético. Porque desde los márgenes a menudo se vislumbra mejor el centro. Allí, en una ciudad del norte de España donde se premia la cooperación y el talento, Draghi recordó que la verdadera integración no empieza en los tratados, sino en la voluntad común de seguir construyendo juntos.
Una voluntad que, si se combina con el impulso transatlántico de Iberoamérica, puede devolver a Europa aquello que la hizo grande: su capacidad de convertir la diversidad en fuerza y la cooperación en destino.
Por cierto, esta lección también debería ser atentamente escuchada por aquellos que luchan en diversos lugares del mundo por avanzar en el complejo camino de la integración supranacional.
María José Rodríguez Carbajal
Profesora de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales
