

Por un cronista que aún se siente cónsul de Roma y latino de barrio.
Europa, en el fondo, no ha hecho más que reinventarse una y otra vez… con toga, jubón o con traje de chaqueta. Y si uno lo mira con calma, somos —todavía— una especie de versión actualizada de aquel Imperio Romano que el gran escritor e historiador Santiago Posteguillo recrea con tanto fuego , filigrana y «veni, vidi, vinci» ( Llegue , ví y vencí, Julio Cesar, dixit): Parecidos egos, demagogos…las mismas obras públicas lentas, los mismos senadores opinando de sus polarizadas realidades y los mismos ciudadanos quejándose de los impuestos. Lo que mas cambio son las sandalias por los zapatos, a poder ser italianos y el circo por Facebook, o llámale X .
Porque Roma no fue solo una ciudad imperio, fue una idea. Una idea tan potente que ni los bárbaros consiguieron matarla del todo. Una mezcla de disciplina jurídica estoica, retórica griega y misticismo judeocristiano que, por más que uno lo intente, sigue en nuestro ADN. Y si no, que se lo digan a los latinos de hoy: en cada español, portugués, italiano o griego – i cluso francés- hay un senador o tribuno de la plebe frustrado, un filósofo en paro y un César de sobremesa que sigue creyendo que con un discurso bien lanzado se puede cambiar su mundo. O al menos la cena opípara y sus bacanales.
Los hispanos – Lusitania , hoy Portugal, también era una provincia romana de Hispania. Ah y por cierto, no fuimos unos figurantes en esa película de romanos. Fuimos protagonistas de reparto con estrella en el casco. Desde Séneca –que nació en Córdoba y enseñó filosofía estoica al mismísimo Nerón, aunque el alumno acabó más de reality que de academia — hasta los emperadores Trajano, Adriano, Teodosio, y por parte de madre Marco Aurelio –, emperadores made in Hispania que pusieron orden, acueductos y arquitectura por medio planeta, además de ganar sus «habituales» guerras. Y si eso no es liderazgo latino, que venga Virgilio y el aragonés Marcial – poeta genial de la minisátira- y lo escriba.
Lo divertido es que Roma ya intentó lo que hoy llamamos integración e inclusión, inclusive “globalización”: unificar leyes, monedas, carreteras y hasta lenguas. Y cuando Caracalla, allá por el año 212, decidió conceder la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio, fue el equivalente a dar pasaporte europeo a media humanidad. Una especie de Erasmus del siglo III: todos romanos, todos contribuyentes. El sueño de un burócrata y la pesadilla de un gestor de Hacienda.
Quizá por eso, cuando uno mira la Unión Europea de hoy, con sus reglamentos, su Parlamento y sus eurodiputados, ve a Roma en versión PDF. Todo está ahí: los latinos discutiendo con los germanos, los helenos recordando que ellos inventaron la democracia y los hispanos intentando meter algo de alma en tanta normativa. Hasta los franceses mantienen el aire de tribuno republicano que se sabe heredero de una grandeza antigua.
Y, curiosamente, en los Estados Unidos del siglo XXI, ese Imperio que presume de ser nuevo, los hispanos – la minoría mayoritaria cultural-empiezan a ocupar cargos, dirigir estados y hablar de ciudadanía con la misma naturalidad con la que Adriano trazaba leyes y murallas. Quizá porque saben —sin que nadie se lo haya explicado— que Roma nunca decayó del todo: solo se mudó a Miami, Los Ángeles, ciudad de México, Buenos Aires San Antonio, Bogotá, Rio de Janeiro y un interminable etc.
La “latinidad” es, en realidad, el bloque cultural por proyectar – de la mano del anglosajon- mas imponente de Occidente. Una mezcla explosiva de derecho romano, filosofía griega y fe judeocristiana que todavía sostiene nuestras constituciones, nuestros códigos civiles y nuestras sobremesas. De ahí que en Bruselas, en Washington o en Bogotá, todos parezcan discutir sobre lo mismo: qué hacer con este imperio moral que construimos sin darnos cuenta y que seguimos administrando con el misma mestizaje de orgullo y desorganización que los cónsules de antaño.
Por eso, cuando oigas a alguien decir que “los latinos están conquistando el mundo”, no pienses en reguetón ni en telenovelas. Piensa en Trajano, en Séneca, ateodosio y en Caracalla, en esa idea de civilización que cruzó los Alpes y el Atlántico para recordarnos que, aunque cambien los dioses y los algoritmos, seguimos siendo romanos de espíritu. Con más ciencia , aparatos y wifi, sí, pero igual de teatrales.
Al final, todos somos ciudadanos de ese viejo imperio donde lo latino significa tanto hablar con las manos como pensar con el corazón. Y aunque ya no tengamos legiones, seguimos teniendo algo más poderoso: la capacidad de construir puentes… y de contarlo con humor en una sobremesa de tertulia, fiesta y siesta!
Javier Pertierra Antón
