

”Por alguna razón, Iberoamérica sigue empeñada no aprovechar sus superpoderes.
Tenemos el talento, tenemos la juventud, tenemos los recursos naturales… y tenemos algo que medio planeta desearía: un idioma común. O mejor dicho, dos hermanos que se entienden sin traductor: el español y el portugués.
Y sin embargo, seguimos hablando de “brechas digitales” como si estuviéramos intentando cruzar el Amazonas en chanclas.
Sí, es cierto: la región arrastra sus viejos fantasmas y duras realidades.
Aulas saturadas, currículos del siglo pasado, profes mal pagados, abandono escolar, y una desigualdad territorial tan caprichosa que parece diseñada por un guionista de realismo mágico.
Y cuando llegó la pandemia, la educación virtual no nos igualó: nos retrató. Mostró, pixel por pixel, que millones de estudiantes ni siquiera tenían conexión. Literalmente, “se quedaron fuera de clase”.
En esta era donde los datos, los algoritmos y la inteligencia artificial ya enseñan más que algunos manuales, tenemos una ventaja estructural: hablamos el mismo idioma.
En un mundo que necesita subtítulos para todo, Iberoamérica ya viene con el doblaje de fábrica.
Y eso —si sabemos usarlo— es oro educativo.
Imagina esto:
Mientras Europa debate su babel de lenguas oficiales y África busca una lingua franca para sobrevivir entre decenas de dialectos, nosotros tenemos una “banda ancha cultural” que conecta a 850 millones de personas desde Galicia hasta Tierra del Fuego, desde Luanda hasta Los Ángeles.
Una red viva que no requiere fibra óptica, porque ya la traemos de serie: las palabras.
El idioma común no es solo identidad. Es infraestructura.
Y una infraestructura que reduce costes, acelera la innovación y permite que un profesor de Oaxaca grabe un video que puede entender —y disfrutar— un alumno de Porto Alegre, Madrid o Tegucigalpa.
Una ecuación perfecta para democratizar el conocimiento sin necesidad de traductores ni adaptaciones culturales.
¿Ejemplos? Sobran.
Docentes argentinos triunfando en YouTube con matemáticas, físicos colombianos explicando leyes universales en un español tan claro como el café de su tierra, o brasileños impartiendo cursos de emprendimiento en Coursera que ya han llegado a medio continente.
Las grandes plataformas lo han entendido antes que nuestros ministerios:
Google traduce, Duolingo invierte, Khan Academy subtitula… pero aún no existe la Khan Academy iberoamericana.
Y eso, queridos lectores, es casi un pecado de lesa innovación.
Necesitamos plataformas propias, con nuestras voces, nuestros acentos, nuestros referentes culturales.
Una red de aprendizaje que hable de Quijotes y Macunaímas, de Cortázar y Saramago, de favelas y cordilleras.
No por nacionalismo digital, sino por pura sensatez económica.
Porque en educación, la soberanía también se mide en gigabytes.
La inteligencia artificial ya está transformando las aulas, pero la diferencia no estará en quién tenga más ordenadores, sino en quién sepa organizar mejor el conocimiento.
Y en eso, Iberoamérica puede tener la ventaja si juega en equipo.
Podemos crear currículos regionales complementarios, intercambios virtuales, bibliotecas digitales comunes, o incluso un Erasmus iberoamericano online, para que los estudiantes de Buenos Aires aprendan con los de Braga y los de Medellín compartan proyectos con los de Mérida.
Podemos, y deberíamos, formar juntos a nuestros docentes.
Porque si compartimos idioma, compartimos destino.
Eso sí: defender la iberofonía no significa aplastar la diversidad.
Al contrario, el español y el portugués pueden ser el puente que permita florecer las lenguas indígenas, afrodescendientes y regionales.
El idioma común es el tejado, pero la casa tiene muchas habitaciones.
En nuestro ensayo Las Alas Abiertas de IberAm, proponemos superar el relato fatalista de que “Iberoamérica siempre llega tarde”.
Ya basta de ese complejo de alumno rezagado.
Lo cierto es que tenemos los recursos, las conexiones y la cultura para hacer del conocimiento nuestro gran motor común.
Solo falta dejar de mirarnos por separado.
¿Será fácil? No.
¿Habrá resistencia? Toda.
¿Hay motivos para el optimismo? Todos.
Porque cada vez que una niña guatemalteca aprende a programar en un curso hecho por un joven sevillano, o cuando un profesor brasileño coordina una clase virtual con un colegio en Cusco, la unidad iberoamericana deja de ser un discurso para convertirse en algo más revolucionario:
un aula que ya está abierta.
Fdo.
Gilson Carmini Dantas.
Maria Jose R. Carbajal
Javier Pertierra Antón
