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El presidente de Colombia, Gustavo Petro, se refirió este fin de semana a las tensiones crecientes entre Bogotá y Washington, al abordar el papel que la política antidrogas estadounidense ha desempeñado en la historia reciente de América Latina. En una reflexión publicada en redes, el mandatario retomó las tesis de la pensadora Sony Thāng, cuyas ideas, según dijo- coinciden con varias de las que Colombia ha intentado exponer ante el mundo: una revisión profunda del paradigma global sobre las drogas y sus consecuencias humanas, sociales y políticas.
Petro recordó que Colombia, primer productor mundial de cocaína, ha vivido durante décadas bajo el peso de una prohibición que, en sus palabras, carece de fundamento científico y que ha derivado en una espiral de violencia, corrupción y descomposición institucional. La economía del narcotráfico, alimentada por la demanda internacional, logró penetrar las estructuras del Estado, distorsionar la vida política y alterar incluso el tejido cultural del país. Lo que alguna vez fue un sueño de transformación social terminó ahogado por la irrupción del dinero fácil y el poder de las mafias.
Según Petro, las antiguas guerrillas comunistas se transformaron en brazos armados del narcotráfico, mientras el fascismo encontró su camino hacia el poder bajo la sombra del dinero ilícito. El mandatario describió ese proceso como una tragedia histórica en la que el dinero de la cocaína llegó a comprar conciencias, votos e incluso presidencias, consolidando una forma de poder basada en la violencia y la codicia, y no en la construcción democrática. En sus palabras, Colombia se convirtió en una democracia “solo en apariencia”, con una Constitución avanzada que en la práctica queda anulada por la violencia estructural y el dominio de los intereses ilegales.
Petro hizo una lectura dialéctica de ese fenómeno, comparándolo con procesos vividos en el sudeste asiático. Recordó que, durante sus estudios sobre Birmania, observó similitudes entre las dinámicas insurgentes y el papel del narcotráfico como fuerza deformadora de los movimientos políticos. “De Indonesia, señaló- trajeron la idea del genocidio político”, aludiendo a la persecución de la izquierda durante las décadas de la Guerra Fría, un modelo que, según él, se replicó en menor escala en Colombia. Miles de sindicalistas, militantes y trabajadores fueron asesinados bajo la excusa del anticomunismo y la lucha contra el narcotráfico, en un contexto donde la violencia paramilitar se articuló con estructuras estatales. En esa amalgama, la mafia terminó convertida, como diría Althusser, en un “aparato ideológico del Estado”, con poder para influir en universidades, instituciones y en la narrativa misma del país.
El presidente colombiano afirmó que el discurso de Donald Trump le sirve hoy como punto de partida para abrir el debate global sobre la política antidrogas. “La cocaína, citó Petro- se ha convertido en una excusa para sostener una costosa burocracia federal y justificar el control militar sobre América Latina”. En su análisis, la llamada “guerra contra las drogas” no es solo un fracaso, sino un mecanismo de dominación que perpetúa la dependencia política y económica de la región. Un millón de muertos después, el saldo de esa guerra, añadió- demuestra que el enfoque represivo ha sido tan ineficaz como cruel.
En su intervención, Petro también denunció los efectos colaterales de esa política: la militarización del Caribe y las operaciones letales contra embarcaciones civiles, a las que comparó con los ataques en Gaza. “Participen o no en el narcotráfico, esas personas tienen derecho a vivir”, afirmó. Para el mandatario, la estrategia estadounidense no solo ha fracasado en su propósito, sino que ha normalizado la violencia institucional y el uso desproporcionado de la fuerza bajo el argumento del combate al crimen.
Finalmente, Petro vinculó esta crítica a la agenda energética global. Señaló que si la “guerra contra las drogas” se mezcla con la búsqueda de petróleo barato, como- según él, ocurrió durante el mandato de Trump respecto a Venezuela, el resultado es un doble fracaso: uno moral y otro ambiental. La política antidrogas, dijo, debería pertenecer al ámbito de la salud pública, no al militar. Y el modelo extractivista, basado en la codicia, solo conduce al agotamiento del planeta. “Si seguimos por esa senda, advirtió-, no solo fracasa la guerra contra las drogas: fracasa la vida misma”.
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