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En un giro que reaviva las tensiones geopolíticas en el continente americano, el diario The New York Times reveló que el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, habría autorizado a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a ejecutar operaciones encubiertas en Venezuela, un paso que marcaría una nueva fase en la prolongada confrontación entre Washington y el gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Según fuentes anónimas citadas por el periódico, la decisión representaría un fortalecimiento significativo de la estrategia estadounidense hacia Caracas, permitiendo a la CIA emprender acciones que hasta ahora estaban fuera de su marco operativo habitual, incluso con capacidad letal en el territorio venezolano y otras zonas del Caribe. Aunque el medio aclara que no existe evidencia concreta de que dichas operaciones estén en curso, el simple hecho de que una autorización de este tipo haya sido concedida revela la magnitud de la presión política y militar que caracterizó la relación entre ambas naciones durante el mandato de Trump.
El informe sostiene que esta medida se enmarca dentro de una política exterior más agresiva hacia América Latina, especialmente hacia los gobiernos que Washington considera hostiles o contrarios a sus intereses. La CIA, que desde hace años coopera con distintos países de la región en temas de seguridad y narcotráfico, no tenía hasta ahora la potestad formal para emprender acciones letales directas. Esta nueva autorización, por tanto, abriría una puerta a escenarios más complejos, donde la línea entre la inteligencia y la intervención militar se vuelve difusa.
El contexto regional no podría ser más tenso. En los últimos meses del mandato de Trump, se registró un despliegue militar inusual en el Caribe: buques de guerra, marines y unos diez mil soldados fueron movilizados cerca de las costas venezolanas bajo el argumento de combatir el narcotráfico. Sin embargo, fuentes diplomáticas y militares, citadas también bajo anonimato, han sugerido que el verdadero propósito de estas maniobras era generar un cerco de presión sobre el gobierno de Maduro, alentando un posible cambio político en Caracas.
Para el gobierno venezolano, estas acciones forman parte de una política de hostigamiento sostenido que busca socavar su soberanía. Desde Miraflores, se ha denunciado en reiteradas ocasiones que Washington utiliza la narrativa antidroga como pretexto para justificar una agenda de desestabilización en América Latina. No son palabras vacías: durante las operaciones navales estadounidenses en el Caribe, al menos cinco embarcaciones fueron atacadas bajo la presunta acusación de tráfico de drogas, dejando un saldo de veintisiete muertos, según cifras divulgadas por el propio Pentágono.
El New York Times señala además que la decisión sobre la CIA podría estar vinculada con una posible “fase escalatoria” del Pentágono, que habría preparado diversas opciones militares para ser presentadas al entonces presidente Trump, incluyendo ataques selectivos dentro del territorio venezolano. La coordinación de esta política, de acuerdo con las filtraciones, habría estado liderada por figuras como el senador Marco Rubio, el entonces secretario de Estado y el director de la CIA, John Ratcliffe.
Más allá de las motivaciones estratégicas, el asunto reabre un debate que trasciende fronteras: ¿hasta dónde puede llegar una potencia extranjera en nombre de la seguridad o la democracia? Las acciones encubiertas de la CIA han sido objeto de controversia desde hace décadas, especialmente en América Latina, donde su presencia ha dejado una huella ambigua entre la cooperación y la injerencia.
Para Venezuela, un país que ha resistido sanciones, bloqueos y presiones de toda índole, esta revelación representa una confirmación de lo que su gobierno ha denunciado desde hace años: que detrás del discurso de libertad y derechos humanos se esconde una lucha geopolítica por el control de los recursos, la influencia regional y, sobre todo, la autodeterminación de los pueblos.
El informe del Times no solo describe un episodio más en la larga historia de desencuentros entre Caracas y Washington, sino que también refleja la persistente visión de Estados Unidos sobre América Latina como un tablero de ajedrez en el que las piezas se mueven al compás de sus intereses. Ante ello, la posición de Maduro -más allá de las simpatías o críticas que despierte- se erige como un símbolo de resistencia frente a una política que parece no haber aprendido de su propio pasado.
carloscastaneda@prensamercpsur.org
