

Las ropas y armaduras medievales no eran simples adornos: eran tecnología aplicada al cuerpo. Entre castillos, torres y lizas, la indumentaria marcaba estatus, protegía de golpes y clima, y permitía identificar a cada cual en el fragor. Lejos del tópico de las “latas” torpes, el equipamiento evolucionó para equilibrar protección y movilidad.
En este recorrido nos vestimos desde la ropa interior hasta el yelmo, repasamos cómo se aclimataban damas y caballeros a inviernos y veranos, y entramos en el taller para crear disfraces escolares con materiales cotidianos. También veremos piezas clave (gambesón, cotas, placas), cuidados y mantenimiento, el atuendo templario, el código caballeresco, referentes históricos y un repaso táctico de la guerra medieval.
Cómo se vestía un caballero (siglos XIII–XIV)
El proceso arrancaba con los calzones, de lino o lana, atados a la cintura con cordón o un cinto estrecho, y amarrados en las rodillas. No llevaban bragueta, así que, si apremiaba la necesidad, tocaba desanudar y bajar la prenda; una tradición posterior atribuye la incorporación de “bragueta” al ámbito turco con un uso deleznable en saqueos, dato que hoy se cita como advertencia histórica sin edulcorantes.
Encima iban las calzas, ajustadas, de lino, lana o cuero fino, sujetas delante mediante cordoneras al cinto de los calzones. Podían terminar en suelas de cuero (sirviendo de zapato) o como leotardos, en cuyo caso se añadían zapatos o suelas de calzas de malla. De su variedad cromática surgieron las “medias calzas” de los siglos XIV–XV, origen del término “medias”.
En ese punto ya hacía falta ayuda del escudero. Llegaban las calzas de malla (enterizas o que cubrían solo el frontal de la pierna). Las completas podían llevar suela y refuerzos en la rodilla con brafoneras acolchadas de tela o cuero con insertos de cuero hervido o metal. Para que el peso no tirase hacia abajo, eran comunes correas por debajo de la rodilla cuando no se usaban brafoneras robustas.
El torso se cubría primero con camisa de lino o lana de manga larga, y sobre ella el perpunte o gambesón: acolchado con estopa o crin, pespunteado en rectas, cuadros o rombos, abierto delante y detrás para montar. Su misión era decisiva contra mazas, martillos o mayales, amortiguando golpes que la malla, por flexible, dejaría sentir. En la cabeza, cofia de armar acolchada, atada a la barbilla, para evitar rozaduras de la malla y sumar amortiguación.
La camisa de malla (loriga o cota de malla) podía incorporar el almófar o llevarlo aparte. Era de una pieza sin cierres: se metía por la cabeza con apoyo del escudero, pues pesaba en torno a 20–25 kg. Las mangas podían ser cortas, largas o con manoplas integradas (con la palma en cuero para agarre), ajustadas a la muñeca por correillas; a veces tenían aberturas para sacar la mano y dejar la manopla colgando. Solían llegar por debajo de la rodilla y abrían delante y detrás para montar.
El almófar ajustaba de forma muy precisa, nada de capuchas flojas de película. Existían variantes: un cuadrado de malla ribeteado en cuero que se anudaba a las sienes; una lengüeta de malla forrada en cuero que se ataba a un lado; soluciones con burelete (aro acolchado) para yelmos de cimera carentes de guarnición; cofias de armar con burelete integrado y protección de cuello; e incluso piezas abiertas por detrás y cerradas con cordón para ajuste fino. La clave era el encaje exacto bajo diferentes cascos.
Sobre todo ello, a partir de mediados del XIII, se añadió la cota de placas: una sobreveste con placas metálicas remachadas en su interior (9–10 kg aprox.). Se ajustaba con cinturón trasero y correas frontales. Encima lucía la cota de armas, el “estandarte textil” del caballero, con los emblemas heráldicos visibles en combate.
Para rematar: espuelas o acicates, espada ceñida, escudo y yelmo. El conjunto podía superar los 30 kg, más los 2 kg del casco, armas y defensas. Aun así, el mito de la inmovilidad es eso, mito: la formación desde niños y el entrenamiento diario les hacía ágiles y resistentes en marchas, calor, frío y combate.

Piezas defensivas y su evolución
Camisolas y sayos de cuero endurecido protegían el torso; podían añadirse brazales. Eran ligeros y móviles, pero ofrecían escasa defensa en choque cerrado. Muy usados por arqueros por priorizar movilidad en su oficio.
La coraza de raíz íbera mostraba un diseño triangular con tres discos para pecho y espalda, ceñida al cuerpo por cuatro tiras. Era básica: dejaba zonas críticas expuestas (cuello, brazos, piernas). En el siglo XIV se amplió con escarcelas, hombreras, ristres, codales, brazales, manoplas/guanteletes; en las piernas, quijotes (muslos), rodilleras, grebas y escarpes para los pies.
La lorica segmentata (heredera romana) constaba de bandas metálicas horizontales que abrazaban el torso con protecciones sobre los hombros: ligera y ágil, pero con huecos aprovechables entre placas y poco amparo en extremidades. Practicidad para maniobras rápidas, con sus limitaciones.
La loriga o brunia (escamas metálicas unidas con anillos, mallas o clavos) ofrecía mayor cobertura, y su versión en jacerina/cota de malla (anillas de pequeño diámetro enlazadas, a veces sobre base de cuero con discos) elevó la protección integral con brafoneras para piernas y pies. Muy difícil de traspasar, aunque costosa y pesada (en torno a 11–25 kg según ensamblaje y extensión).
El arnés de placas completo, “armadura blanca”, dio blindaje superior con piezas de acero articuladas por cinchas y remaches, habitualmente sobre una cota de malla. Ventajas: cobertura y resistencia a impacto y proyectiles. Inconvenientes: precio alto, ayuda para equiparse, y peso (en ocasiones cercano a 40 kg). El caballo también se protegía con bardas de cuero primero, y después malla y metal.

Mantenimiento y cuidados del equipo
El cuero (cinchas, correas) se embadurnaba con grasa animal y se dejaba absorber, para luego pulir en seco. El metal debía mantenerse alejado del agua para evitar óxido: se limpiaba con arena y se secaba con paño; después, una película de aceite protegía la superficie.
Ropa bajo la armadura y sobrevestes
La base del caballero era el gipoun (sotana corta) con camiseta y calzoncillo de lino, prenda ceñida para evitar rozaduras. Sobre ello, el gambesón acolchado (lino, lana o cuero, a veces con segmentos de malla cosidos) que podía llegar a las rodillas. Las capas abrigan y protegen de lluvia; los menos pudientes recurrían al fustán (tela gruesa).
La sobreveste (túnica larga con las armas del caballero) permitía distinguir amigos y enemigos. Solía abrir abajo por razones prácticas. En piernas, calzas de lana ajustadas; el calzado, de cuero, con tendencia al zapato puntiagudo.
Calzones de lino atados a cintura y rodillas, sin bragueta. Encima, calzas de cuero fino o lino (con opción de suelas de cuero). Por fuera, calzas de malla con brafoneras protegiendo el tren inferior. La mano iba en manoplas o guanteletes; cuando la malla integraba manopla, la palma en cuero ayudaba al agarre.
En la cabeza, cofia de tela acolchada bajo el casco, fijada con lazos bajo la barbilla. Capacete (casco simple) y, más tarde, yelmo con visera. Durante el XIV, el arnés de placas fue corrigiendo vulnerabilidades de la cota de malla mediante piezas complementarias: sobrepeto, sobreespaldar, guardarrén y barbote/gorjal para el cuello.
Otros elementos habituales: escudo de madera, cuero o metal; capa de lana o seda sobre el arnés; tabardo (manto corto sin mangas) con emblemas; pantalones acolchados bajo armadura; faldón interior; capucha de tela; cinturón de tejido o cuero para sujetar piezas y portar espada y daga; banda de brazo como distintivo. Añadimos aquí una referencia útil en PDF para ampliar detalles técnicos: consulta este documento.

Damas, clima y moda: del templado al frío
El clima regía ritmos agrícolas y vestimenta. Sin calefacciones ni tejidos técnicos, la ropa era la “primera línea” contra viento, lluvia y frío. La Alta Edad Media vivió un óptimo climático con inviernos algo más suaves (s. X–XIV), factor que afectó cultivos y patrones de vestir.
Prendas y materiales clave
La base femenina era la camisa interior (de lino), con uno o más vestidos exteriores según estatus y ocasión, y cinturón utilitario. Tocados como cofias y velos protegían y señalaban estado civil (cabello cubierto en casadas). La lana era la reina del armario europeo por abrigo e hidrorrepelencia; el lino, fresco y absorbente, dominaba la ropa interior. La seda y paños finos, lujos reservados; pieles forraban capas en climas fríos.
Capas y cortes para adaptarse
La superposición de capas permitía ajustar el aislamiento: lino junto a la piel, vestidos de lana encima, y manto cuando tocaba. El aire atrapado entre capas aísla, principio aún vigente. En calor, cortes amplios de lino ligero favorecían ventilación; en frío, prendas más ceñidas de lana retenían calor.
Mangas y tocados
Las mangas variaron de cortas a colgantes extremadamente largas, estas últimas tanto abrigo provisional como símbolo de estatus (poco aptas para la labor). Velos y cofias protegían de sol y viento; en el norte, gorros forrados y piel en viajes; existieron variantes regionales (turbantes italianos, hennins franceses, cofias con “alas” en islas británicas).
Capas, abrigos y calzado
Capas ligeras de lana fina o seda en climas templados; abrigos pesados con exterior de paño o cuero y forro de zorro, marta o armiño en el norte. Capuchas desmontables añadían protección a cabeza y cuello. El calzado de cuero se impermeabilizaba con grasas y curtidos; en lodazales, zuecos de madera (“sabots”, “klompen”) con interiores de cuero o tela. Medias y calzas de lana subían por encima de la rodilla; las chaussen (media-pantalón) daban calor y evitaban rozaduras al montar.
Estaciones, regiones y extremos
En verano, lino y cortes aireados, tonos claros y detalles como zaddeln (tiras decorativas que también ventilaban). Cuando llega el invierno, reinaron capas de lana densa, forros y ribetes de piel; manguitos de piel abrigaron manos. En la costa, paños apretados tratados con aceites o cera contra el salitre, y pasamontañas ceñidos. Durante la “Pequeña Edad de Hielo” (desde ca. 1300), se intensificó el aislamiento; en periodos cálidos se vieron linos finísimos e incluso sombrillas de influencia oriental.
Oficios, tecnología y legado
Gremios y comerciantes difundieron técnicas y telas: mordientes para colores duraderos, rutas que trajeron sedas y tejidos impermeables primitivos. La rueca (s. XIII) agilizó el hilado, y el abatanado compactó lanas haciéndolas más cortaviento. El principio de vestirse por capas, consolidado entonces, sigue siendo la regla de oro del outdoor moderno; la lana (hoy merino) y el lino mantienen su vigencia.

Taller exprés en el aula: disfraces medievales con bolsas
Si trabajas la temática de castillos en clase, decorar la entrada como fortaleza y culminar con una fiesta medieval es un planazo. Con bolsas de basura y cinta de electricista puedes fabricar trajes vistosos en minutos. Ojo al comprar bolsas: evita las que llevan textos impresos (mejor lisas del súper); y si puedes, añade una tienda infantil con forma de castillo para avivar la imaginación (las hay de Ikea y segunda mano).
Traje de dama medieval (bolsa amarilla, cinta y brillantes):
- Dobla a la mitad y abre un escote cuadrado de unos 6,5 cm; recorta sisa de 15–16 cm.
- Decora con cinta en el cuello, dos tiras oblicuas hacia abajo, una banda a la altura de la cintura y coloca brillantes en el cruce del escote. Busca simetría y buen ajuste.
Traje de caballero (bolsa azul y cinta):
- Dobla y recorta escote redondo de 6,5 × 6,5 cm aprox. y sisa de 15–16 cm.
- Haz una cruz con cuatro tiras de cinta roja; forma la cruz al revés en la mesa (parte adhesiva arriba) para poder rematar y recortar sobrantes.
- Pega la cruz centrada respecto al cuello, dentella el bajo con cortes cuadrados, añade una banda azul a la altura de la cintura y remata el cuello con pequeños trozos de cinta. Queda muy resultón para juego simbólico.
El Temple, el código y un caballero legendario
El atuendo templario incluía camisote, calzones, chaleco con faldones delantero y trasero y chaqueta de armas. El “drapier” velaba por ropa y aseo: pelo corto, barba limpia y prendas propias de la Orden. La disciplina se extendía de lo personal a lo marcial.
El llamado “código medieval” recogía normas de conducta caballeresca en sociedad y guerra: honor, protección al débil, lealtad, moderación. Más una guía ética que un reglamento rígido, marcó ideales que inspiraron crónicas y cantares medievales.
Para muchos cronistas medievales, el mejor caballero fue William Marshal, armado en 1116 según una tradición tardía, prodigio de torneos durante 16 años con más de 500 capturas, y finalmente vinculado al Temple, donde fue sepultado en Londres. Su fama le valió el título del “más grande caballero” en boca de altos eclesiásticos.
Guerra medieval en pinceladas
La guerra era estrategia además de músculo. Tácticas como el “muro de escudos” trenzaban defensas móviles para repelir y contraatacar coordinados. El asedio fue el pan de cada día: rodear, cortar suministros y batir muros con trabuquetes y arietes hasta quebrar la resistencia.
El arsenal incluía espadas (la larga como icono), lanzas, hachas y mazas, con arcos y ballestas dando alcance y potencia. Estas últimas, más precisas y fáciles de dominar, se popularizaron con el tiempo. La protección condicionó la táctica: la malla, flexible, y las placas, más blindadas pero pesadas, dictaban ritmos y roles en el combate.
Universidad, cultura y sociedad
El mundo del saber creció junto a monasterios y conventos, con fundaciones como Oxford y Cambridge. La ciencia se entendía en clave espiritual, y el escolasticismo integró a Platón y Aristóteles en el pensamiento cristiano. La educación tuvo sesgo religioso; a mujeres se las instruía en lectura y escritura, si bien muchas terminaron centradas en labores como el bordado. En Alemania, su posición cultural fue especialmente destacable.
Fue la era del feudalismo y de una moda a menudo ralentizada por guerras, aunque de la Edad Media surgieron formas que aún perviven. Firmas contemporáneas como Dolce & Gabbana han rescatado líneas, bordados y siluetas medievales adaptándolos al gusto actual.
Preguntas frecuentes
1) ¿Todos los combatientes eran caballeros? No. La élite ecuestre era minoritaria; la mayoría la formaban infantes y arqueros, con funciones y equipamientos distintos.
2) ¿Los caballeros peleaban siempre a caballo? Eran jinetes expertos, pero si la situación lo pedía, combatían a pie. Desmontar y trabar cuerpo a cuerpo era habitual en determinadas fases.
3) ¿Cuánto pesaba su equipo? Una cota de malla típica rondaba 20–25 kg; armaduras de placas podían acercarse a 40 kg. A ello se sumaban casco, escudo y armas. La preparación física compensaba buena parte del lastre.
4) ¿Hubo mujeres guerreras? Fueron minoría, pero las hubo. El ejemplo más célebre es Juana de Arco, figura clave de la Guerra de los Cien Años.
5) ¿Qué pasaba si capturaban a un caballero? Solía respetarse su vida para pedir rescate o canjearlo, práctica común en la diplomacia bélica medieval. El estatus influía en el trato.
Mirar la Edad Media a través de su ropa es asomarse a una tecnología del cuerpo: capas que abrigan y hablan de clase, tejidos que responden al clima, y armaduras que convierten al guerrero en fortaleza móvil. Entre calzones, calzas, gambesones, mallas y placas, la indumentaria hiló identidad, táctica, fe y oficio, dejando un legado que aún hoy inspira tanto a historiadores como a diseñadores y educadores.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/entre-castillos-y-caballeros-asi-era-la-vestimenta-medieval/
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