

Desde hace décadas nos ronda la misma pregunta: ¿es posible que un perro llegue a hablar? La curiosidad ha saltado de los cuentos y la tele a los laboratorios, donde se examina con lupa si existe un fundamento biológico real que permita algo parecido al habla humana en nuestros compañeros caninos.
Una revisión reciente del laboratorio BARKS de la Universidad Eötvös Loránd (Hungría), publicada en Biologia Futura, repasa lo que sabemos y lo que no: anatomía, cognición, evolución y tecnología. Su objetivo no es inflar expectativas, sino separar la evidencia del ruido y aclarar hasta qué punto la idea de un “perro parlante” tiene sentido científico.
¿Puede un perro hablar? Lo que investiga la ciencia
El equipo húngaro —con investigadores como Tamás Faragó, Rita Lenkei y Paula Pérez Fraga— abordó la cuestión desde varios frentes: aparato fonador, procesamiento auditivo, aprendizaje, domesticación y ventajas adaptativas. Si el habla hubiera supuesto una mejora clara en la vida de los perros, la evolución probablemente habría empujado en esa dirección, pero no hay señales de tal presión.
Más allá del mito, la ciencia recuerda que algunos episodios históricos (o virales actuales) en los que parecía que un perro “decía” palabras son interpretaciones humanas de sonidos ambiguos. En la mayoría de casos se trata de ilusiones auditivas o conductas reforzadas, no de lenguaje.
La revisión sitúa el debate en su justa medida: explorar si los perros poseen los ladrillos básicos (control vocal, memoria verbal flexible, combinatoria) que permitan una forma rudimentaria de habla. A día de hoy, las pruebas apuntan a que no alcanzan el umbral lingüístico, aunque su comunicación sea muy sofisticada.

Habilidades comunicativas caninas ya demostradas
Los perros muestran competencias notables para interactuar con nosotros. Pueden asociar palabras a acciones u objetos habituales (su nombre, “paseo”, “comida”), distinguir tonos de voz y, en ciertos casos, reconocer a personas por la voz sin necesidad de verlas, y producir ladridos dirigidos a otros perros.
En lo anatómico, el estudio señala que el tracto vocal canino permite movimientos dinámicos de la laringe y una variedad de frecuencias formantes mayor de lo que se pensaba. Esto sugiere cierta flexibilidad vocal para producir sonidos diferentes, aunque no equivalga a articular fonemas como los humanos.
También cuentan con una sensibilidad social muy fina: contacto visual, lectura de gestos, interpretación del contexto y del estado emocional de su humano. Esta vía no verbal es tan efectiva que muchas veces hace innecesaria la palabra, porque logran coordinarse mediante señales que captan al vuelo.
- Asocian términos frecuentes con experiencias concretas, un aprendizaje basado en refuerzo.
- Diferencian patrones de entonación y pueden discriminar idiomas conocidos de los desconocidos.
- Interpretan miradas, posturas y ritmos de interacción con notable precisión social.
Los límites que impiden el habla
La frontera aparece cuando pedimos lenguaje propiamente dicho. Los perros no controlan con la precisión necesaria su laringe, su tracto vocal no está optimizado para producir un inventario estable de fonemas y, en el plano mental, no combinan palabras en estructuras con sintaxis y semántica comparables a las humanas.
En términos evolutivos, tampoco se aprecia una ventaja clara de “aprender a hablar” para la especie. La domesticación ha favorecido otras habilidades —como entender señales humanas y cooperar— que resuelven el día a día sin verbalizar. Forzar la verbalización puede resultar innecesario e incluso contraproducente para su bienestar.
Los autores advierten, además, de un posible “valle inquietante” aplicado a los animales: un perro que emita sonidos excesivamente humanos podría provocar rechazo en lugar de cercanía. Este tipo de hibridación artificial rompería la naturalidad del vínculo que ya funciona bien con miradas, gestos y tonos.

Tecnología, botones y el riesgo de antropomorfizar
En los últimos años se han popularizado tableros con botones que reproducen palabras y collares “inteligentes”. Algunos perros los usan para pedir cosas, pero la evidencia disponible indica que responden a patrones de condicionamiento, no a comprensión lingüística en sentido estricto.
Confundir esas destrezas con lenguaje puede inflar expectativas y llevar a prácticas poco cuidadosas (exceso de entrenamiento, exposición en redes, infantilización). La revisión pide prudencia: centrar la atención en cómo ya se comunican los perros y evitar proyectarles capacidades humanas que no poseen.
Por qué esta investigación importa
Estudiar la comunicación perro-humano ofrece una ventana a los primeros pasos del lenguaje en nuestra especie. Como no podemos recrear el origen del habla, los modelos comparativos —en este caso, una especie domesticada y socialmente cercana— ayudan a inferir qué habilidades previas pudieron sentar las bases.
Además, estos hallazgos tienen recorrido práctico. En ámbitos como la robótica social y la etorobótica, comprender cómo los perros leen nuestras señales puede inspirar robots más competentes en la interacción con personas, sin pretender que “hablen” como humanos.
La foto que emerge es clara: los perros son comunicadores excepcionales, pero por caminos distintos a la palabra. Reconocer sus límites y, sobre todo, sus fortalezas —la lectura del contexto, la sintonía emocional y la coordinación no verbal— permite una convivencia más respetuosa y, de paso, nos enseña a escuchar mejor lo que dicen sin decirlo.
Postposmo
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/pueden-los-perros-aprender-a-hablar-esto-dice-la-ciencia/
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