

UNA MIRADA TERAPÉUTICA AL DESEQUILIBRIO AFECTIVO EN LA PAREJA.
Una de las preguntas más frecuentes en terapia de pareja es: “¿Por qué no puede amarme como yo lo amo?”
Detrás de esta frase se esconden anhelos profundos, vacíos emocionales y expectativas que muchas veces no corresponden a la realidad del otro. Comprender este fenómeno es clave para sanar vínculos y evitar que el amor se convierta en una fuente de sufrimiento.
Causas de la necesidad de amor.
La necesidad de ser amado con la misma intensidad con que se ama suele tener raíces en experiencias emocionales tempranas. Entre las causas más comunes encontramos:
Carencias afectivas no resueltas durante la infancia, donde el amor fue condicionado o inconstante.
Autoestima dependiente, basada en la aprobación o atención del otro.
Miedo al abandono, que lleva a buscar validación constante.
Idealización del amor romántico, influenciada por creencias culturales o experiencias previas.
Cuando el amor se convierte en una búsqueda de compensación emocional, el vínculo deja de ser libre y empieza a sostenerse en la necesidad más que en la elección.
Consecuencias de no recibir lo mismo que se da.
Amar intensamente a alguien que no corresponde con la misma entrega puede generar:
- Frustración y resentimiento emocional, al sentir que el esfuerzo no es valorado.
- Desgaste psicológico, producto de intentar “ganarse” el amor del otro.
- Dependencia afectiva, donde la felicidad personal se subordina al comportamiento ajeno.
- Pérdida de identidad, al adaptar los propios límites y deseos para mantener el vínculo.
Este desequilibrio no siempre significa que el otro no ame, sino que ama de forma diferente (con otro lenguaje, intensidad o historia emocional).
La importancia de no idealizar a la pareja.
Idealizar a la pareja es uno de los errores más comunes en las relaciones. Al hacerlo, dejamos de ver al otro como un ser humano con límites, heridas y formas propias de amar.
La idealización nos lleva a construir una imagen fantasiosa del amor, donde esperamos perfección, comprensión total y reciprocidad inmediata.
Amar de verdad implica aceptar la diferencia, reconocer los límites y renunciar a controlar lo que el otro siente.
Solo así se transforma el vínculo en una elección consciente y no en una dependencia emocional.
Medidas de afrontamiento ante esta problemática
Reconocer el propio patrón afectivo: identificar si se está buscando amor como compensación o desde la carencia.
Practicar el amor propio: recordar que el valor personal no depende del amor recibido, sino del amor cultivado hacia uno mismo.
Comunicar necesidades sin exigir: expresar sentimientos desde la vulnerabilidad, no desde el reclamo.
Respetar los ritmos emocionales del otro: no todos aman de la misma forma ni con la misma velocidad.
Buscar acompañamiento terapéutico: cuando el desequilibrio genera ansiedad, inseguridad o dolor persistente, la terapia ayuda a reestructurar los vínculos desde la conciencia.
El amor auténtico no se mide por cuánto damos ni por cuánto recibimos, sino por la libertad con la que elegimos amar.
Muchas veces creemos que el amor debe ser simétrico, que si damos mucho, debemos recibir lo mismo. Pero la realidad afectiva es más compleja: cada ser humano ama desde su historia, sus heridas, sus aprendizajes y su capacidad emocional actual. No todos pueden amar con la misma profundidad con la que desean ser amados, y eso no siempre significa falta de amor, sino diferencia de conciencia emocional.
Amar desde la carencia nos lleva a convertir el vínculo en una lucha silenciosa, donde esperamos, medimos y sufrimos. En cambio, amar desde la plenitud significa dar sin vaciarnos, acompañar sin perder nuestra esencia, y permitir que el otro sea libre sin sentirnos amenazados por ello.
El amor maduro no exige, no manipula, no se victimiza. Ama, respeta y suelta cuando es necesario.
Cuando comprendemos que nadie puede darnos el amor que no hemos aprendido a darnos primero, dejamos de pedir y empezamos a compartir.
Es entonces cuando el amor se vuelve sereno, consciente y verdadero: ya no nace del miedo a perder, sino de la gratitud por coincidir.
Amar no es llenar vacíos, es compartir plenitudes. Y si el otro no puede amarte como tú lo haces, no lo tomes como una derrota, sino como una oportunidad para mirar hacia dentro y preguntarte:
“¿Estoy amando para sanar o para llenar lo que me falta?”
Cuando logras amarte con compasión, sin exigencia ni culpa, descubres que el amor más grande no es el que esperas, sino el que Dios ya ha sembrado en ti.
Desde ese amor divino y consciente, puedes seguir amando sin miedo, sin mendigar, sin perderte.
Porque quien aprende a amarse a sí mismo, ya nunca vuelve a conformarse con menos de lo que su alma merece.
“Sanar no es olvidar lo vivido, es aprender a vivir en paz con lo que somos.”
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