

Cuando la rutina aprieta y el calendario se llena, es fácil pensar que lo sagrado solo sucede en templos o retiros, y que el resto del tiempo es puro trámite. Sin embargo, quienes han probado a abrir los ojos de la fe en medio del caos cotidiano descubren que Dios se deja encontrar en la casa, en el trabajo y en cada gesto humilde, incluso cuando no podemos pisar una parroquia o nos toca conciliar labores y familia bajo el mismo techo.
Ese descubrimiento es más que una idea bonita: es una experiencia. La encarnación no redimió solo el alma, sino toda la vida humana. Por eso, si al Señor le importas tú entero, también le importa lo que haces, con quién te relacionas, cómo descansas y cómo trabajas. ¿Tiene sentido hablar con Dios de hojas de cálculo, de llamadas complicadas o de la paciencia en un atasco? Tiene todo el sentido: el Espíritu puede iluminar el oficio, humanizar la jornada y convertir los contratiempos en ofrecimientos que transforman el corazón.
Dios en la rutina: hogar, trabajo y descanso
Muchos han aprendido —a veces a contracorriente— que la presencia de Dios no se limita al momento devocional. En la mesa de la cocina, en la videollamada, en el pasillo desordenado o en la pausa del café, Dios aguarda. La vida ordinaria es su terreno de juego. Esta certeza crece cuando, tras no poder acudir al templo, uno empieza a reconocer al Señor «en su casa», que ahora también es oficina, aula y taller.
Si Dios se ha metido en nuestra historia, entonces quiere rescatarla por entero. No solo se fija en cuántas misas o rosarios llevamos, sino en cómo trabajamos, cómo respondemos ante un conflicto y cómo amamos a los de casa. De ahí surgen preguntas sanas: ¿puedo hablar con Él de asuntos aparentemente «poco religiosos»? ¿Le agradará que le ofrezca mis quebraderos de la oficina? ¿Podrá su Espíritu ayudarme a hacer mi labor con más eficacia y humanidad? La respuesta, vivida por muchos, es sí.
Cuando asumimos esto, cambia el enfoque. El escritorio deja de ser un «lugar sin Dios» para convertirse en altar; las dificultades, en plegarias; los éxitos, en acción de gracias; y las interrupciones, en entrenamiento de caridad. Y, ojo, no es fácil: encontrar a Dios en lo cotidiano es un arte que se entrena con hábitos concretos.
Claves para discernir el plan de Dios

1. Estás pensado para un lugar
El Creador obra con sabiduría. Como en la naturaleza, donde cada ser encuentra su hábitat, tú tienes un sitio pensado por Dios. Igual que sería absurdo imaginar un delfín en un árbol o una tortuga en pleno desierto, también lo es forzar nuestra vida fuera de la misión recibida. El plan divino es personal y perfecto: descubrirlo nos ubica.
2. El pecado te descuadra; la conversión te devuelve
El desorden moral nos descoloca y nubla la vista del propósito de Dios. La conversión, en cambio, te recoloca en tu lugar. La parábola del hijo pródigo lo ilustra: su sitio era la casa del Padre; su caída lo llevó a un lodazal. Volver sobre sus pasos fue el modo de reencontrar el hogar y su dignidad.
3. Cuando Dios llama, te pone en camino
Abraham escuchó una invitación que sonaba a locura: dejar tierra y familia e ir «a la tierra que te mostraré». Confiar en la Palabra le abrió la ruta hacia su verdadero lugar, aunque superara lo razonable en clave humana. La conversión casi siempre se parece a ese viaje: salir, fiarse y avanzar.
4. Obedecer revela el camino
Hay momentos clave en los que obedecer a Dios despeja la niebla. El pródigo «se levantó» y regresó; Saulo cayó, preguntó quién era el Señor y obedeció entrando en la ciudad. De esa docilidad nació Pablo, apóstol. Cuando hacemos caso a la voz interior, a la Palabra y a la conciencia, el plan aparece paso a paso.
5. Existe oposición espiritual
No es ingenuo reconocer que hay fuerzas que empujan a la esterilidad y al olvido. El Mal querría que nuestra vida no diese fruto. San Pablo exhorta a no copiar la lógica del mundo, sino a renovar la mente para discernir la voluntad de Dios (cf. Rm 12). Si Abraham se hubiera quedado «cómodo», quizá su nombre no sonaría hoy; si el pródigo se hubiese rendido al «ya es tarde», su historia se habría perdido.
6. Dios no enseña el álbum del final
La conversión no es un contrato con resultados garantizados por anticipado. Dios conduce con pedagogía y a veces solo muestra el siguiente paso. El salmo asegura que el Señor afirma los pasos de quien se complace en Él y no lo deja caer sin sostenerlo (cf. Sal 37). San Josemaría confesó que, si hubiese visto todo lo que venía, quizá habría retrocedido al principio; agradecía, por eso, la guía gradual de Dios.
7. Convertirse no borra tu historia
Lo nuevo de Dios no mutila lo bueno del pasado; lo limpia y lo orienta. Pablo no dejó de ser inteligente, decidido, líder y dueño de sí; puso esas cualidades al servicio del Evangelio. Así actúa Dios: te pide cortar con lo que daña, sí, pero aprovecha lo fecundo de tu historia, incluso tus caídas, para hacer bien (cf. Rm 8,28).
Por eso conviene ser astutos: ofrece tu pasado para que Dios lo ponga a producir. Quien ha superado una adicción, por ejemplo, puede acompañar a otros con una autoridad que nace de la experiencia. Dios trabaja con lo que hay, con tu realidad, y sueña para ti una plenitud eterna, no un borrón y cuenta nueva sin memoria.

El tiempo de Dios y la intercesión paciente
La Escritura recuerda que para Dios «un día es como mil años y mil años como un día». Él no tarda como entendemos la tardanza, sino que es paciente porque desea la conversión de todos (cf. 2 Pe 3:8-9). Esto nos curte en una doble actitud: urgencia por amar y rezar, y paciencia para aceptar su ritmo.
En una cultura que ama lo inmediato, la oración por quienes aún no conocen a Jesús exige perseverancia. Puede que el Señor no responda según nuestro reloj, pero sabe cuándo insistir y cuándo abrir puertas. No te amargues por lo que juzgas «silencios»; confía en su calendario.
Oración sugerida por un ser querido: «Gracias, Dios, porque viniste a por mí cuando yo ni te miraba. Muestra a _______ tu amor de un modo que pueda comprender; y si quieres, úsame para invitarle a caminar contigo. Enséñame a cuidar de esa persona y a reflejar tu ternura. Dame paciencia para fiarme de tu tiempo y no rendirme».
Hábitos sencillos para orar en lo ordinario
1) Ofrece lo que menos te gusta del día
Transforma esa tarea que te da pereza o ese rato que se te hace cuesta arriba en una ofrenda. Di: «Señor, esto por Ti y por quienes hoy lo pasan peor». Descubrirás cómo se purifica la actitud y crece el amor en lo pequeño.
2) Entrega tus frustraciones por quienes sufren
Cuando algo no salga, en lugar de rumiarlo sin fin, conviértelo en intercesión: «Te ofrezco este disgusto por N. y por quienes necesitan consuelo». La frustración deja de encerrarte y se vuelve caridad efectiva.
3) Reza cada vez que entres al coche
Haz de ese gesto cotidiano una jaculatoria: «Acompáñame, Señor, y que llegue en paz y haga el bien». Vincula el volante con la presencia de Dios y verás cómo cambia tu forma de conducir y tu paciencia en la carretera.
4) Escucha oraciones o un podcast espiritual mientras limpias
La limpieza o el orden pueden ser escuela de oración. Una audio-oración o un contenido que alimente el alma te ayuda a unir manos y corazón. El hogar se vuelve monasterio doméstico.
5) Bendice la mesa antes de comer
Recupera o estrena un sencillo gesto: dar gracias antes de comer. Ese «gracias» recuerda que todo es don y que también en el alimento Dios se hace cercano.
Belleza, arte y santidad en medio del mundo
Dios también habla en la belleza, en el arte, en la naturaleza y en los encuentros inesperados. Una obra que te conmueve, un acto de humanidad o una conversación luminosa pueden ser visita de Dios. Usar los talentos recibidos es decirle «sí» al Dador.
No se trata de huir del mundo, sino de habitarlo con criterio: «estar en el mundo sin ser de él». No todo vale, pero lo puro, lo bello y lo verdadero nos acercan a Dios. Esa es una buena brújula para elegir películas, música, lecturas y amistades.
Hay santos que vivieron plenamente insertos en la sociedad: Gianna Beretta Molla disfrutaba de la moda y los viajes; Pier Giorgio Frassati era aficionado a la montaña y al teatro; Felipe Neri tenía un humor chispeante. Nada de eso les apartó del cielo: supieron vivirlo en clave de amor.
Y hay imágenes de evangelio vivo que nos dejan sin palabras. En una misa, un esposo empujaba la silla de su mujer, enferma de alzhéimer de inicio precoz, para acercarla a comulgar; con paciencia y ternura la ayudó a recibir a Jesús. A veces, cuando uno no «siente» mucho en la liturgia, Dios sale a nuestro encuentro por caminos como este: en el amor perseverante que cumple sus promesas.
Aprende a orar con realismo: un camino práctico
Orar es, ante todo, relación: dar y recibir. Así lo resume el YouCat y así lo viven quienes acompañan a jóvenes en parroquias y diócesis. Una evangelizadora con experiencia, formada en teología y catequética, que fue religiosa durante años y hoy sirve en pastoral juvenil, comparte tres pautas sencillas para empezar en serio una vida de oración realista.
1) Pon hora a tu oración
Si no hay cita, se queda en «buena intención». Elige un momento concreto del día y sé fiel. Puedes empezar con metas pequeñas (dos minutos la primera semana, cinco la siguiente) y subir hasta un tiempo que puedas sostener sin descuidar tus obligaciones. Como decía la Madre Teresa: estamos llamados a ser fieles, no a «tener éxito».
Fijar la cita ayuda cuando aprieta el estrés o las distracciones. Si está en la agenda, será más fácil respetarlo. El hábito hace el corazón.

2) Empieza sin perfeccionismos
No esperes a dominar todos los métodos para arrancar. La amistad no se aprende en un manual: se vive hablando y escuchando. Un consejo útil para novatos: toma conciencia de que Dios está presente, te mira y te ama. A veces bastará «estar» con Él en silencio, como con un buen amigo.
Haz un pequeño alto antes de comenzar: unos segundos de silencio frenan el ritmo y te colocan ante Dios, que ya está allí. Desde esa presencia, habla, escucha, guarda silencio o simplemente quédate.
3) Deja que el cuerpo ayude
La postura también reza: de pie para alabar, de rodillas para adorar o pedir perdón, sentado para escuchar y meditar. Las manos, igualmente, expresan: elevadas para interceder, abiertas para recibir, juntas para pedir. La liturgia nos educa en esto: de pie en el Evangelio, de rodillas en la consagración, sentado en la homilía.
Encontrar una postura respetuosa y orante te facilitará la recogida interior. El corazón escucha mejor cuando el cuerpo acompasa. Y, como decía Santa Teresita, la oración es un impulso del corazón, una mirada al cielo, un grito de gratitud en gozo o dolor; no compliques lo sencillo.
Conviene guardar en el bolsillo una frase del Cura de Ars: «Si mi lengua no puede repetir que te amo a cada instante, que lo haga mi corazón con cada latido». Es una forma preciosa de sostener la oración continua.
Oración para abrazar el plan de Dios en tu vida
Señor de mi historia, haz tu voluntad en mí. Guíame a donde quieres y muéstrame lo nuevo que preparas. Toma incluso el mal recuerdo de mis caídas para transformarlo en misericordia viva. Siembra fecundidad en mí y enséñame a poner mis talentos a tu servicio.
Te entrego mi trabajo: que sea lugar de construcción y no de desgaste. Llévame a ese ámbito donde, de tu mano, el esfuerzo me edifique y alimente. Toma, por favor, mis manos, mis cualidades y la experiencia acumulada, y ordénalo todo para tu Reino. Dame la gracia de aprender de mi pasado sin quedarme en él.
No necesito ver el desenlace: solo quiero apretar tu mano y obedecerte hasta el final. Hazme fiel, enséñame a caminar a tu paso y regálame el descanso de tu amistad. Amén.
Esta forma de vivir la fe —buscar a Dios en la vida corriente, discernir su plan paso a paso, orar con hábitos pequeños y perseverantes, y aprender de los santos y de los ejemplos que nos rodean— convierte lo de cada día en lugar de encuentro. Quien practica estos caminos descubre que el hogar, la oficina y la calle se vuelven templo, que el tiempo de Dios es paciente y perfecto, y que su amor es capaz de hacer de nuestra historia, con luces y sombras, una historia fecunda.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/como-encontrar-a-dios-en-la-vida-ordinaria-habitos-oracion-y-ejemplos/
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