

LA ETIQUETA INVISIBLE QUE ARRASTRAMOS A LA ADULTEZ.
A primera vista, la palabra “Princesos” parece una marca de moda juvenil, algo pasajero y llamativo. Sin embargo, en la realidad psicológica y social hace referencia a un fenómeno mucho más profundo: los roles infantiles de privilegio, dependencia y autoexigencia desmedida que muchas personas mantienen en la vida adulta.
Un Princeso es aquel hombre (o también puede aplicarse a mujeres, aunque aquí se use en masculino) que, por educación, crianza o dinámicas familiares, se habituó desde niño a recibir atenciones, protección y privilegios excesivos, y no logró elaborar una madurez emocional que le permitiera gestionar la frustración, la autonomía y la reciprocidad en sus relaciones.
Causas.
- Crianza sobreprotectora: Padres que solucionan todo antes de que el niño enfrente las dificultades.
- Exceso de validación externa: Se le enseña a que su valor depende de lo que recibe, no de lo que aporta.
- Ausencia de límites claros: El niño crece creyendo que siempre tiene la razón o que los demás deben girar en torno a sus necesidades.
- Modelos familiares repetidos: Padres o cuidadores que también actuaban como “princesos” en sus relaciones.
Consecuencias.
- En la vida personal: Dificultad para establecer relaciones sanas, tendencia al egoísmo, miedo a la frustración.
- En el trabajo: Expectativa de ser tratado con privilegios, baja tolerancia a la crítica o al esfuerzo sostenido.
- En lo emocional: Fragilidad frente al rechazo, dependencia de aprobación, incapacidad para resolver conflictos sin dramatizar.
Ejemplos.
- El adulto que espera que su pareja lo atienda como si fuera su madre, desde lo doméstico hasta lo emocional.
- El compañero de trabajo que evita asumir responsabilidades y delega constantemente.
- El amigo que solo aparece cuando necesita ayuda, pero nunca está disponible cuando se le necesita.
Características de un “Princeso”, un princeso suele:
- Necesidad constante de ser el centro de atención.
- Inmadurez emocional y dificultad para manejar límites.
- Victimización frecuente: se presenta como “el incomprendido” o “el maltratado”.
- Incapacidad de autocrítica: responsabiliza siempre a otros.
- Estilo relacional demandante y poco empático.
- Evadir responsabilidades emocionales, económicas o familiares.
- Buscar reconocimiento constante, como si llevara puesta una corona invisible.
- Exigir atención sin ofrecer reciprocidad.
Medidas de afrontamiento frente a un “Princeso”
- Reconocer el rol: Entender que esa persona actúa desde patrones infantiles repetidos.
- Poner límites claros: No reforzar conductas de manipulación ni dependencia.
- Promover la autonomía: Invitar a que se haga responsable de sus decisiones.
- No caer en la sobreprotección: Evitar cubrir siempre sus carencias; dejar que experimente consecuencias.
- Fomentar la autorreflexión: Reforzar espacios de diálogo, terapia o procesos de autoconocimiento.
Todos llevamos dentro un niño que alguna vez necesitó ser protegido. El problema aparece cuando ese niño dirige nuestras decisiones adultas y exige que el mundo nos cuide sin que nosotros estemos dispuestos a madurar. El Princeso no es alguien “malo”, es alguien estancado en un rol que ya no corresponde. Afrontarlo (desde el amor, pero con firmeza) es la clave para liberar tanto al que lo encarna como a quienes lo rodean.
Estás con un princeso… ¿y ahora qué?
Querida mujer,
cuando la vida nos pone al lado de un “princeso”, es decir, un hombre que aún conserva actitudes infantiles disfrazadas de adultez, lo primero es reconocer que no estás sola ni equivocada por haber confiado. Muchas veces estas personas se muestran encantadoras, pero al poco tiempo revelan conductas de ego, inmadurez y necesidad constante de aprobación.
Recomendaciones para ti:
Reconoce las señales: no ignores sus actitudes narcisistas o inmaduras esperando que cambien mágicamente.
- Pon límites claros: un “no” a tiempo protege tu paz y evita que caigas en la trampa de la complacencia.
- No te conviertas en su madre: no asumas responsabilidades que él mismo debería cargar; acompañar no es sobrecargar.
- Cuida tu autoestima: recuerda que su falta de madurez no define tu valor.
- Busca apoyo: conversar con amigas, un terapeuta o un grupo de confianza te dará claridad.
- Evalúa el futuro: pregúntate si este vínculo te suma o te resta. El amor adulto implica reciprocidad, crecimiento y cuidado mutuo.
Amar a un hombre no significa aceptar ser su salvavidas permanente. Estás llamada a compartir la vida con un compañero, no a criar a un adulto que se comporta como niño. Mereces un amor que te honre, te valore y camine contigo a la par.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” 1 Corintios 13:11 (RVR1960)
Este pasaje es un llamado claro a dejar atrás las actitudes infantiles y asumir con responsabilidad la madurez que corresponde a un hombre adulto.
Si necesitas apoyo psicológico especializado virtual individual o terapia de pareja, comunícate conmigo.
Dra. Elizabeth Rondón.
Tlf. +583165270022
Correo electrónico: Elizabethrondon1711@gmail.com
