

LAS HUELLAS INVISIBLES EN LA MENTE Y EL CORAZÓN.
La violencia intrafamiliar no siempre se manifiesta en golpes, gritos o agresiones físicas visibles. Existen formas más sutiles, pero igualmente destructivas, conocidas como violencia intrafamiliar encubierta. Este tipo de violencia deja marcas invisibles: heridas emocionales, mentales y afectivas que pueden perdurar mucho más que los hematomas en la piel. Reconocerla es un paso fundamental para prevenir sus consecuencias y acompañar a quienes la sufren en el camino hacia la sanación.
Concepto de violencia intrafamiliar encubierta.
Se refiere a todas aquellas conductas de maltrato que, sin dejar rastro físico, deterioran la autoestima, la salud mental y las relaciones interpersonales dentro del núcleo familiar. Se manifiesta en formas como:
- Manipulación emocional.
- Indiferencia afectiva.
- Humillación silenciosa.
- Críticas constantes disfrazadas de “consejos”.
- Control psicológico y económico.
- Negligencia en la atención y cuidado de los miembros de la familia.
Estas expresiones son menos visibles que un golpe, pero generan un sufrimiento profundo que puede acompañar a la persona durante años.
Causas principales.
Las raíces de la violencia encubierta son complejas y multifactoriales:
- Aprendizaje intergeneracional: hogares donde se normalizan actitudes de indiferencia, desprecio o manipulación emocional.
- Machismo y desigualdad de poder: dinámicas donde uno de los miembros asume control psicológico, económico o social sobre el otro.
- Falta de inteligencia emocional: incapacidad para comunicar sentimientos y resolver conflictos de manera sana.
- Estrés y frustración: que se canalizan en actitudes de desprecio o negligencia hacia los más cercanos.
- Baja autoestima del agresor: que busca controlar o degradar al otro para sentirse superior.
Consecuencias de la violencia intrafamiliar encubierta.
A corto plazo.
- Ansiedad y miedo constante.
- Sentimientos de confusión, inseguridad y culpa.
- Alteraciones del sueño y la alimentación.
- Aislamiento social, al sentirse incomprendido o juzgado.
A mediano plazo.
- Deterioro progresivo de la autoestima.
- Aparición de síntomas depresivos.
- Desconfianza hacia otras relaciones interpersonales.
- Problemas en el rendimiento académico o laboral.
A largo plazo.
- Trastornos de salud mental como depresión crónica, estrés postraumático o dependencia emocional.
- Dificultades para establecer vínculos afectivos sanos en la adultez.
- Reproducción del patrón de violencia en nuevas generaciones.
- Riesgo de somatización: enfermedades físicas vinculadas al estrés prolongado (hipertensión, problemas digestivos, migrañas, entre otros).
Medidas de afrontamiento
Enfrentar la violencia encubierta requiere conciencia, acompañamiento y acción sostenida:
- Reconocimiento: aceptar que la violencia emocional es real, aunque no deje marcas en la piel.
- Comunicación asertiva: aprender a expresar emociones y límites de manera clara y respetuosa.
- Apoyo profesional: la terapia psicológica es clave para sanar heridas invisibles y fortalecer la autoestima.
- Redes de apoyo: contar con familiares, amigos o grupos de confianza que brinden contención emocional.
- Educación emocional en el hogar: fomentar la empatía, la escucha activa y la resolución pacífica de conflictos.
- Denuncia y protección: en casos graves, recurrir a instituciones y marcos legales de protección familiar.
La violencia intrafamiliar encubierta nos recuerda que no todas las cicatrices son visibles. Las palabras hirientes, la indiferencia y la manipulación pueden ser tan o más dolorosas que un golpe. Sanar requiere visibilizar lo invisible, romper el silencio y construir hogares donde el respeto y la empatía sean el verdadero lenguaje del amor.
«Soportaos unos a otros, y perdonaos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.» Colosenses 3:13-15
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Dra. Elizabeth Rondón.
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