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La muerte del senador Miguel Uribe Turbay no solo abrió una grieta política en Colombia: también resucitó viejas heridas, y encendió una controversia que ha trascendido los límites del duelo. La protagonista ahora es Gloria Gaitán, hija del histórico líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, quien, desde la dignidad que le otorgan sus 87 años, rompió el silencio con una carta que ya resuena en todos los rincones del país.
La misiva, dirigida a Miguel Uribe Londoño -padre del senador asesinado-, fue divulgada por el exsenador Gustavo Bolívar. En ella, Gaitán no disimula su consternación ante la decisión de vetar la presencia del presidente Gustavo Petro en las exequias de Uribe Turbay. «Ese gesto -escribió-, más allá de las razones que lo motivaron, envía un mensaje que hiere a quienes creemos en la necesidad de superar ese país político oligárquico que, durante dos siglos, ha gobernado bajo la sombra de la violencia y la exclusión».
Para muchos, la ausencia del jefe de Estado en las honras fúnebres fue solo un detalle. Para Gaitán, sin embargo, fue un símbolo: uno que perpetúa la lógica de castas, la política de trincheras, y el miedo a compartir el duelo con quien piensa distinto. En su carta, recuerda con afecto su antigua amistad con Uribe Londoño, construida a pesar de sus profundas diferencias ideológicas. Él, de tradición conservadora. Ella, revolucionaria, gaitanista, no católica, pero -como lo dijo- inspirada en la figura de Jesús como referente moral.
Ese afecto, sin embargo, no fue escudo frente al reclamo. Con serenidad, pero con firmeza, Gaitán denunció lo que consideró una falta ética y un obstáculo para la reconciliación nacional. Y fue más allá: alertó sobre la hipocresía de ciertas élites que, en nombre de la unidad, siguen marcando líneas de exclusión. “Sé que las clases dominantes en nuestra historia han invocado muchas veces la ‘unidad nacional’ como bandera -escribió-, pero con la condición de que algunos sean ‘más iguales que otros’”.
Su pronunciamiento, inevitablemente, reabre una conversación incómoda pero necesaria: ¿puede hablarse de reconciliación mientras se margina al otro incluso en los rituales de despedida? ¿Qué clase de país se construye si la muerte no basta para encontrarnos, aunque sea por un momento, en el mismo lugar?
Gloria Gaitán, quien ha vivido en carne propia las consecuencias de la violencia política -su padre fue asesinado cuando ella tenía apenas 10 años-, cerró su carta con un compromiso irrenunciable: el de seguir luchando por una Colombia más justa, más digna, más humana. “Seguiré comprometida con la restauración moral y democrática que necesita nuestro país, con la justicia y con una paz que solo será posible si se sustenta en la equidad y en la dignidad de todos los ciudadanos”.
El silencio de los muertos, parece decir Gaitán, no puede convertirse en excusa para silenciar también a los vivos. Porque hay gestos que marcan -y otros que manchan.
