

O cómo los economistas se vengaron de los contaminados, fumadores, los bebedores y a los que tiran objetos indebidos al río
Por si no teníamos bastante con todo tipo de «fijuras jcas. y leyes de recaudacion fiscal, algunos políticos aventajados han redescubierto que también existe una cosa llamada “impuesto pigouviano”. Suena a nuevo plato del menú degustación en un restaurante francés, pero no: es un invento de un señor muy serio llamado Arthur Pigou, que decidió que si alguien perjudica al prójimo o al planeta… pues que lo pague….y de paso cambiarle y agearle la conducta. Reconducirlo a las huestes civilizadas de la sostenibilidad y demás.
Literalmente. Contante y sonante.
En otras palabras: si tu acción tiene un efecto negativo para terceros —por ejemplo, encenderte un cigarro, verter humo, ruido, plásticos o dióxido de carbono—, entonces tú, alma de cántaro, deberías pagar por ello. ¿Y cómo se logra esto? Con impuestos, tasa o lo que similarmente se les ocurra Pero no unos impuestos cualquiera. No, no. Tiene apellido: Pigouvianos.
El impuesto pigouviano no castiga el pecado por moral, sino por su coste social. Es decir: tú contaminas, yo te cobro; con ese dinero, intento compensar el daño, limpiar lo que ensuciaste, curar lo que enfermaste, o disuadirte de seguir haciéndolo. Tú fumas, yo limpio tus pulmones —y los del que tienes al lado— con dinero de tus propios bolsillos. ¿esto funciona?
Funciona un poco como el karma, pero con recaudación y facturación.
Pocas experiencias pigouvianas han sido tan universales como el aumento de impuestos al tabaco. Y, es que los pulmones y Hacienda sulen pasar su rotunda factura. En Europa, y especialmente en países como Francia, España o Reino Unido, el precio de fumar ha subido más que los alquileres de Barcelona. Y eso ha hecho que, en efecto, disminuya el consumo.
No es magia: es economía. Al encarecer el producto nocivo, mucha gente decide dejarlo (o, en el peor de los casos, fumar menos o cambiar de vicio).
Y además, lo recaudado se destina, en teoría, a sanidad pública, campañas de prevención, o a comprar esos carteles con pulmones ennegrecidos que tanto alegran la vista en los estancos.
Otro ejemplo estrella es el alcohol, y : ¿se intentará en otras tentaciones costosa no regularizados, aún??. En varios países europeos, se aplica un impuesto especial sobre las bebidas alcohólicas, con el mismo objetivo: desincentivar el consumo excesivo y recaudar fondos para tapar los agujeros que deja.
¿Y qué decir de la gasolina? Sí, cada vez que llenas el depósito, no solo estás alimentando a tu coche, sino también al cerdito pigouviano. ¿Por qué? Porque tu coche contamina, y alguien tiene que pagar el purificador de aire del futuro.
Aquí es donde se pone interesante. Aunque algunos países han aplicado impuestos al tabaco o a las bebidas azucaradas (sí, la “tasa al azúcar” también es pigouviana), la implementación generalizada de este tipo de fiscalidad ambiental y de salud aún está en pañales. Pero eso también significa que hay margen para mejorar, innovar y… recaudar.
En lugares donde la contaminación urbana, el uso indiscriminado de recursos naturales o el consumo de ultraprocesados son moneda corriente, un sistema de impuestos pigouvianos bien aplicado y bien comunicado podría cambiar las reglas del juego.
Y además, hay una ventaja extra: si los ingresos de estos impuestos se destinan exclusivamente a restaurar el medio ambiente, mejorar la salud pública o desarrollar energías limpias, el beneficio es doble. Como quien dice: “te cobro el daño, pero te devuelvo en forma de futuro”.
Algunas voces críticas con los impuestos pigouvianos dicen que no son del todo justos. Por ejemplo: afectan más a quienes tienen menos recursos y no pueden permitirse productos “eco”. O bien se aplican sin dar tiempo suficiente a las empresas para adaptarse a las nuevas reglas. ¿Hay, en el imaginario tortuoso de la fiscalización, alternativas?
Alternativas o complementos pueden ser:
Subvenciones a empresas sostenibles.
Etiquetas energéticas o sanitarias más claras.
Educación y campañas de concienciación (aunque el cerebro tarda más en cambiar que el precio del tabaco).
Mercados de emisiones, como el sistema europeo de derechos de carbono (que es como Wall Street, pero con CO₂).
Los impuestos pigouvianos pueden no ser simpáticos, pero son eficaces. Desincentivan comportamientos perjudiciales, recaudan fondos para compensar daños, y empujan a empresas y consumidores hacia un futuro más verde. ¡Viva Pigou!
Eso sí, requieren buena puntería: si se aplican mal, pueden generar rechazo o castigar a quien no toca. Pero si se hacen bien, son como una vacuna fiscal: un pinchazo que duele, pero que protege a toda la sociedad.
Así que, la próxima vez que alguien diga “el que contamina, paga”, piensa en Pigou. Y en tus pulmones. Y en el planeta. Y si puedes, ¡piensa también en dejar de fumar! Tus impuestos, tus hijos y la solidaridad social te lo agradecerán. Larga vida a Pigou!
Refinado afreancesamiento recaudador.
Javier Pertierra
