

El presidente Gustavo Petro y el Exministro calificado de traidor , Luis Carlos Reyes
El presidente Gustavo Petro volvió a encender la mecha de la controversia política en Colombia al denunciar públicamente lo que calificó como un acto de traición desde las entrañas de su propio gobierno. En una intervención cargada de indignación y frases demoledoras, el mandatario acusó directamente al exministro de Comercio, Luis Carlos Reyes, de haber alterado a sus espaldas el decreto que prohibía la exportación de carbón a Israel, abriendo así una grieta en la línea dura que él mismo había trazado en solidaridad con la población palestina.
“Están llevando el carbón colombiano por barco y están haciendo las bombas con el carbón colombiano, aunque el presidente decretó que no”, reclamó, con tono firme, ante la mirada atenta de seguidores y detractores. Petro no se detuvo ahí: “El presidente de Colombia no tiene poder, soy un cascarón, un títere, de un teatro que llaman política (…) Mi ministro de Comercio anterior, ministro Reyes, me engañó, se llevó el decreto y lo modificó. Reyes es cómplice del genocidio en Gaza”.
El mandatario fue claro al subrayar que la excepción incluida en el decreto jamás pasó por los filtros jurídicos de la Presidencia. Para Petro, se trató de una jugada orquestada para garantizar que el carbón colombiano siguiera nutriendo la maquinaria bélica israelí, a pesar de la orden explícita de detener los envíos.
Sin embargo, esta denuncia reveló algo más que un desacuerdo administrativo. Petro aprovechó para abrir una vieja herida y recordar que dentro de su equipo de gobierno hubo ministros que, mientras ostentaron el poder, cultivaron alianzas paralelas, traicionaron la línea política y, cuando fueron descubiertos o forzados a salir, se transformaron en los rostros visibles de la oposición que hoy lo confronta en el Congreso y en los medios. “Muchos de los que hoy se golpean el pecho como críticos fueron infieles al gobierno cuando más se les necesitaba. Son lo que siempre fueron”, recalcó.
Lejos de quedarse en la denuncia, Petro fue más allá y agitó la bandera de la movilización social. Llamó directamente al pueblo wayuu a bloquear las operaciones de Cerrejón, la mina de carbón a cielo abierto más grande de América Latina, símbolo de décadas de explotación minera en La Guajira. También hizo un llamado al pueblo suizo para impedir el funcionamiento de Glencore, la multinacional suiza que controla buena parte de la producción y exportación del carbón colombiano. “Le pido al pueblo suizo que bloquee a Glencore y al pueblo wayuu que bloquee Cerrejón”, exclamó sin titubeos.
El jefe de Estado advirtió, además, que de persistir la exportación hacia Israel, no dudará en modificar unilateralmente el contrato de concesión minera, una medida que abriría un pulso jurídico de grandes dimensiones y que podría reconfigurar las relaciones del país con gigantes de la minería global.
La reacción de la oposición no se hizo esperar. Los sectores críticos al gobierno calificaron las palabras del presidente como una “estrategia para encubrir su incapacidad de gobernar” y recordaron que varios de los ministros salientes, ahora en la orilla contraria, argumentan que abandonaron sus cargos precisamente por desacuerdos éticos con la forma en que se ejerce el poder desde la Casa de Nariño. No obstante, Petro devolvió el golpe al retratar a estos exministros como operadores dobles, cómplices silenciosos de intereses que terminaron favoreciendo a grandes corporaciones extractivas.
Este nuevo episodio subraya la creciente tensión entre un gobierno que promete ruptura y sectores económicos que exigen continuidad. También reaviva el debate internacional sobre la responsabilidad ética de los países exportadores de recursos en medio de conflictos bélicos.
Mientras tanto, comunidades indígenas, sindicatos mineros y la sociedad civil observan con atención. Lo que está en juego no es solo un decreto: es la autoridad del presidente para imponer su visión de política exterior, la coherencia de su gabinete y la capacidad de Colombia para definir qué papel quiere jugar en un mundo que, como insiste Petro, “se alimenta de la destrucción para sostener el lucro de unos pocos”.
