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En una jugada que muchos consideran estratégica y reparadora, el Gobierno del Cambio que lidera Gustavo Petro Urrego avanza con pasos firmes para comprar Monómeros, la histórica empresa de fertilizantes con sede en Barranquilla, cuyo destino terminó marcado por los vaivenes políticos de Colombia y Venezuela en los últimos años.
Así lo confirmó Edwin Palma, ministro de Minas y Energía, al anunciar que se ha iniciado el proceso para suscribir un acuerdo de confidencialidad con el Gobierno venezolano y gestionar ante Estados Unidos una licencia especial, en el marco de las sanciones impuestas por ese país a la administración de Nicolás Maduro. Monómeros es considerada pieza clave para garantizar insumos agrícolas asequibles y estables, un asunto de seguridad alimentaria que Petro ha puesto en el centro del debate regional.
“Vamos a firmar un acuerdo de confidencialidad para cruzar información y determinar el valor real de la empresa. Hay demasiados rumores y poco dato objetivo; queremos saber cuánto vale y cómo podemos negociar”, explicó Palma, quien además confirmó gestiones diplomáticas con Washington. El mensaje es claro: asegurar fertilizantes es asegurar comida para millones de colombianos.
La historia de Monómeros es, en parte, un reflejo de la forma en que la política puede alterar la economía real de los pueblos. Fundada en 1967 como un proyecto binacional, la compañía pasó a manos de la petroquímica estatal venezolana Pequiven en 2006, tras la venta de la participación colombiana bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. En ese entonces, la operación se cerró por unos 53 millones de dólares, una cifra que aún hoy muchos consideran irrisoria frente al valor estratégico de la planta para el agro nacional.
Pero sería durante el mandato de Iván Duque Márquez cuando Monómeros vivió uno de sus capítulos más polémicos: al reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, Colombia permitió que la administración paralela del dirigente opositor asumiera el control de la empresa. Lo que vino después fue, para muchos, un desastre: acusaciones cruzadas de corrupción, denuncias de saqueo y una intervención de la Superintendencia de Sociedades en 2021 para evitar la quiebra.
Para Petro, aquel episodio fue un símbolo de cómo la geopolítica mal manejada puede arruinar activos vitales para el país. Hoy su gobierno busca dar marcha atrás a ese capítulo, cerrando una grieta abierta entre Caracas y Bogotá y asegurando, de paso, un suministro clave para abaratar la canasta básica.
La compra se haría a través de Ecopetrol, la empresa más grande de Colombia y una de las petroleras más sólidas de América Latina. Por ahora, el éxito de la operación dependerá de la voluntad política de Venezuela, de la flexibilidad de Washington y de la capacidad del Estado colombiano para no repetir viejos errores. Si se concreta, Monómeros volvería a producir fertilizantes bajo la mirada de un Estado que, esta vez, promete velar porque la comida de la gente no quede a merced de intereses ajenos a los de la tierra que la cultiva.
