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El reciente memorándum de entendimiento firmado entre autoridades de Colombia y Venezuela marca un punto de inflexión para dos pueblos que, más allá de la línea divisoria, comparten historia, sangre y comercio. La propuesta de crear una Zona Económica Binacional, una idea largamente acariciada por mandatarios locales y regionales de ambos lados, pretende abrir un corredor de oportunidades que recupere la dinámica perdida y devuelva la confianza a una frontera golpeada durante años por el cierre y la informalidad.
Aunque algunas voces han expresado inquietudes legítimas sobre la seguridad jurídica y la participación de los actores económicos de Norte de Santander, lo cierto es que esta hoja de ruta llega cuando era más necesaria que nunca. La frontera, que alguna vez albergó más de una docena de depósitos aduaneros y generaba empleo directo e indirecto para miles de familias, hoy sobrevive a medias, con un solo depósito habilitado y pasos que se abren y cierran al vaivén de la coyuntura.
“Firmamos memorándum, pero seguimos con cierres diarios de la frontera”, reclamó Francisco Unda, gerente regional de la ANDI, resumiendo el sentir de muchos empresarios que esperan que la apertura se traduzca en hechos. Pero detrás de esa frustración subyace la esperanza de que este entendimiento sea el punto de partida para desmontar obstáculos históricos y modernizar la integración.
También hay quienes temen que la estabilidad de la región dependa de la situación interna de Venezuela. Diógenes Quintero, representante a la Cámara por la curul de paz, recordó la necesidad de blindar a Cúcuta y sus municipios de la volatilidad política vecina. Sin embargo, incluso quienes cuestionan el proceso reconocen que mantener la frontera cerrada o en el abandono ya no es opción.
La creación de la Zona Económica Binacional no se resolverá en una sola firma. Faltan encuentros, mesas de trabajo y, sobre todo, escuchar a quienes habitan y trabajan en la frontera. En ese camino, las ideas deberán ajustarse para responder a los miedos y expectativas de los sectores productivos.
Lo cierto es que el paso dado por Caracas y Bogotá envía un mensaje claro: después de años de desencuentros, ambos gobiernos entienden que la prosperidad de sus pueblos no puede seguir separada por una reja. Que cada camión que cruce los puentes y cada empleo que se recupere será una victoria compartida. Y que en esta frontera, más que dos naciones, hay una sola comunidad que clama por volver a respirar el comercio, la cultura y la vida sin muros.
