

En el corazón de Cali, justo en la intersección de la Carrera 1 con Calle 13, se alza una joya arquitectónica que cautiva a propios y turistas: la Iglesia La Ermita. Su silueta neogótica, de tonos claros y detalles esculpidos con delicadeza, se ha convertido en uno de los emblemas más reconocidos de la ciudad. Pero más allá de su belleza, este templo esconde una historia profunda de fe, resiliencia y amor por el patrimonio.
De capilla humilde a símbolo de ciudad.
Aunque su construcción actual data del siglo XX, los orígenes de La Ermita se remontan al periodo colonial. En torno al año 1600, una pequeña capilla fue levantada a orillas del río Cali. Construida en bahareque y madera, estaba dedicada a la Virgen de los Dolores y al Señor de la Caña, y cumplía funciones espirituales y comunitarias en una ciudad aún incipiente.
Sin embargo, las fuerzas de la naturaleza no le fueron ajenas: terremotos en 1787 y especialmente en 1925 destruyeron por completo la antigua capilla. La única imagen que quedó intacta fue la del Señor de la Caña, hecho que alimentó la devoción popular y motivó a la ciudadanía a iniciar su reconstrucción.
La reconstrucción como acto colectivo.
Entre 1930 y 1948, sobre los escombros de la vieja capilla, se levantó el templo que hoy conocemos. El proyecto fue liderado por el ingeniero caleño Pablo Emilio Páez, quien se inspiró en la catedral alemana de Ulm para diseñar un edificio de estilo neogótico europeo. Las columnas apuntadas, rosetones y bóvedas elevadas fueron posibles gracias al aporte de cientos de ciudadanos que donaron dinero, materiales o mano de obra, en un acto colectivo de civismo que aún se recuerda.
Un templo de arte y espiritualidad.
Además de su imponente arquitectura, La Ermita guarda en su interior un valioso patrimonio artístico. El altar de mármol, de origen italiano, data del siglo XVIII. Los vitrales, importados desde Ámsterdam, representan a diversos apóstoles y santos, y filtran la luz con colores que parecen cambiar con las horas del día.
El templo también cuenta con un reloj musical de origen francés, que en otros tiempos marcaba el Ave María cada hora, y unas puertas de hierro forjado diseñadas en 1937 por estudiantes locales. Estos elementos no solo embellecen el edificio, sino que conectan la obra con el talento regional.
En su interior reposan imágenes religiosas que datan de más de 300 años, entre ellas la venerada figura del Señor de la Caña, que sobrevivió al terremoto de 1925 y permanece como símbolo de protección para muchos caleños.
Un ícono más allá de lo religioso.
La Ermita no es solo una iglesia. Es postal viva, referente cultural, punto de encuentro y orgullo urbano. Su cercanía con el Teatro Jorge Isaacs y el Bulevar del Río la convierten en epicentro turístico del centro histórico de Cali. Es escenario de conciertos litúrgicos, exposiciones, celebraciones navideñas y procesiones en Semana Santa.
Hoy, es común verla retratada en afiches, postales, producciones audiovisuales y redes sociales. Es uno de los monumentos más fotografiados del Valle del Cauca, no solo por su belleza, sino por el profundo vínculo emocional que muchos ciudadanos tienen con ella.
Preservarla es un deber colectivo.
A pesar de su estatus como joya patrimonial, La Ermita enfrenta desafíos: el desgaste estructural por el paso del tiempo, el deterioro de sus vitrales, y actos de vandalismo ocasionales han puesto en alerta a gestores culturales y autoridades. Ya se han realizado algunas restauraciones en la torre y el campanario, pero aún falta un plan integral de conservación.
Cuidar La Ermita no es solo proteger una obra de arte. Es salvaguardar la memoria de generaciones, mantener vivo un símbolo de identidad y asegurar que futuros caleños y visitantes puedan seguir admirándola.
Tan caleña como el río que la acompaña.
La Iglesia La Ermita es, en esencia, un puente entre el pasado y el presente. Representa la fe de un pueblo que supo levantarse después del desastre, el arte que llegó de Europa y se mezcló con el talento local, y el espíritu colectivo de una ciudad que sabe cuidar lo que ama.
Decir que La Ermita es «tan caleña como Cali» no es una metáfora vacía: es un reconocimiento a su valor como columna espiritual, cultural y arquitectónica de la Sultana del Valle.
“23 Jehová es mi pastor; nada me faltará.2 En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará.3 Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”. Salmo 23: 1-3. (Reina -Valera)
